lunes, 4 de enero de 2016

Luis Laya a secas.




«Who are you?».
The Who.
Polydor Records. 1978.
Cambiar sin parar.

Sí, sí, sí. Diga usted que el cambio es bueno, que es inevitable, que siempre es para bien, que nos hace sabios, y sí, estoy de acuerdo.

Pero dejo sentado aquí, y por escrito, que el cambio es más incómodo que el carrizo.

Cambia uno de silla y se le enfrían las nalgas.

Cambia uno de ropa y se hala los pelitos.

Cambia uno de dieta y ya está lleno de gases.

Cambia uno de restaurant y hay que decirle de nuevo a la muchacha lo que uno come.

Cambia uno de ciudad y hay que circular calles cuyos huecos desconoce.

Cambia uno de trabajo y ya no sabe quién es el necio del lugar.

Cambias de playa y te agarra primero el que alquila las sillas y la sombrilla, y luego la resaca.

Cambias de país y hay que aprender lo que ahí vieres.

Cambias de lenguaje y ya no sabes ni cómo pensar. Hay que reorganizarlo todo en la cabeza. Y sí, Alberto, ver televisión ayuda. Gracias.

Cambias de nombre (en mi caso fue una simplificación nada más) y ya lo de promediarse con el entorno toma ribetes de dilución.

Alguien dijo por ahí que uno es en promedio con el entorno o algo así. El ser con el hacer, lo externo con lo interno, formación, información, cultura, lenguaje, lo que opinas de ti mismo a la vez de lo que otros piensan de ti. En fin, con todo eso que es el bagaje.

Es muy incómodo pues siempre me siento en una silla fría y a la chica del restaurant tengo que pedirle las cosas en inglés.

Parece que era cierto aquello de que no debes quitarle todas las pulgas al perro o este no trascenderá.

Es decir, que a decir de quien dijo eso, lo de la pulga, siempre debe haber algo en tu vida que deba ser arreglado, una nueva cosa por aprender, un reto por pequeño que sea, un cambio, un ajuste sea para afuera o para adentro.

Debe ser verdad en lo que a mí concierne. Siempre que logro quitarme esa última pulga aparece otra que suele venir preñada, ahora que lo pienso.

Eso es algo que siendo muy versatil y cambiante, nunca cambia.

De verdad estoy muy agradecido de que mi vida sea así, como un carrusel de radio muy amplio y elástico.

Desde aquel lejano momento en el que nací hasta el día de hoy han pasado tantos días y en cada uno de ellos tantas cosas (algunas increíbles, es decir, que no me las creerían), y he estado tan atento la mayoría del tiempo que si me muriera hoy sentiría que le he rendido el homenaje debido al privilegio de haber vivido.

Tantas cosas han cambiado, hasta mi firma, que había sido la misma aunque evolucionando desde el momento en el que saqué mi cédula hace como cuarenta años, ahora de golpe y porrazo, es otra. Una mutación hija del devenir.

Ahora sí, estoy listo y asumo la responsabilidad plena por todo lo que he pensado, dicho, hecho, y hasta perpetrado si lo prefieren, a lo largo de estos años de escalones, barrancos, paredes y toboganes.

He estado atento rara vez acertadamente. He pensado las cosas con casi cero tino. Solo acepto las leyes que decido aceptar y mi única ley es no hacer nada sin haber reflexionado aunque me equivoque sin parar.

Pido disculpas fácilmente si la he cagado y hasta llego a hacerlo solo con la sospecha de que el del peo he sido yo. No tengo empacho en admitir mis errores. Siento que si no lo hago no estaré aprendiendo nada de la vida, si es verdad que uno acierta, o aprende.

Me comprometo hasta la médula en los asuntos que decido aceptar y no olvido al que me ayudó en mi mal momento. Al que me jodió tampoco lo olvido, pero ya aquel puede respirar tranquilo porque he decidido conscientemente hacerme el musiú.

Literalmente.

Sigo siendo yo, pero ese yo se promedia cada día con una situación distinta, con una cultura que me era ajena en un grado insospechado y que aun no habiendo podido hacerla mía, pues ahí vamos, promediando.

No he tenido tiempo de estudiar el inglés formalmente porque hay que trabajar para salir de la emergencia que nos trajo aquí, pero ya saliendo de eso y cumplimentando etapas lo iré haciendo. Es un idioma con su truquito y toma mucho tiempo adquirirlo completo por frotamiento. Hay que estudiarlo.

Esta mañana fui a mi entrevista paso final para la adquisición de la ciudadanía americana, y aprobé. Todo al 100%. Bien.

Ha venido siendo un invierno atípicamente caliente, de andar por la calle con un suéter nada más.

Hoy amaneció nevando.

Había un puesto en el estacionamiento y el casi congelado encargado estaba de buen humor pues habiendo tomado yo el único que quedaba disponible, él podría encerrarse en su caseta con calefacción por un buen rato.

Cambiaron el reglamento y el trámite de entrar al edificio federal pasando por los detectores de metal y todo eso, no incluye más el descalzarse. La policía era una señora joven bonita y amable que me indicó a dónde debía dirigirme y llamó el ascensor para mí.

El funcionario de la taquilla número dos igualito a Newman el de Seinfeld, que tomó mi planilla, me indicó con una sonrisa que me sentara porque sería una espera de treinta minutos. Me llamaron a los veintiocho.

Me atendió un señor llamado Tyler nacido y crecido en Trinidad. Me dijo que ahora que lo pensaba le resultaba raro haber vivido tanto tiempo ahí y nunca haber cruzado a Venezuela que estaba tan cerca.

Le comenté que en casa de mis abuelos en Sucre era muy común encontrar productos de Trinidad, y que ellos los llamaban ingleses. Le hizo una muy moderada y desganada gracia, y yo, en defensa propia, decidí callarme.

Siendo su acento uno no muy fácil para mí, cuando comenzó el torrente de preguntas contesté un par de tonterías sin sentido. Su reacción fue decirme que todo eso era un repaso de las preguntas clave que ya había contestado en el cuestionario. Que me relajara y que contestara con calma.

Terminada esa parte me pidió que leyera en voz alta una frase del estilo de “Are you ready for rock’n' roll?” y dio por terminado el examen oral.

Después me dijo que escribiera una oración dictada que era más o menos “We are the world”, y la prueba escrita llegó a su fin así de rápido... No somos nada...

A continuación la parte gruesa, el gran mordisco, la tarea, el examen histórico político.

Seis preguntas a ser escogidas de un cuestionario de cien...

Las contesté y no me di cuenta de cuándo. Tres meses de estudiar para ese exámen rindieron sus frutos, como el entrenamiento en el Kendo. Efectivo.

Ahora tengo más años, más barriga, menos angustia, y menos nombre.

Mi cultura ha ganado referencias aunque algunas de ellas no sean motivo de orgullo. No se gana siempre en línea recta.

Estoy menos intranquilo.

Las piezas parecen estar cayendo en algún tipo de lugar que les place.

Cada vez con menos partes, como mi nombre.

1 comentario:

Luisa Elena Sucre dijo...

Hola Tocayo, a secas... Quiero felicitarte por tu post, me encantó la manera fresca, pero profunda de compartir tu travesía por el cambio para terminar con el gran cambio en tu nacionalidad que implica la simplificación de tu nombre.

Te admiro a y a mis primos que están por allá por la valentía de haber renunciado a Venezuela para ganar un montón de cosas buenas que estas tierras ya no les podían dar.

Sigue escribiendo así, compartiendo tus sentires y reflexiones que nos nutren tanto.

Un gran abrazo!

LuisaE