miércoles, 9 de julio de 2008

08/07/1997.

Natalia, mi hijita querida del corazón está cumpliendo once años y yo decido escribirle algunas cosas que por razones que no quiero contar, no pude decirle en persona hoy. Sé que la palabra escrita queda, y uno habla tanto y tanto, que escribir es un descanso además de todo.

Le digo a Natalia que los once años son muy importantes porque son en cierto modo, la frontera al final de la niñez. Empiezan esos cambios que nos llevan a través de la adolescencia para desembocar en la primera edad adulta sin darnos cuenta, porque esa vaina es un remolino con centro en nuestro propio ombligo.

Y se lo digo para que los exprima y disfrute, que descabece muñecas y escriba en las paredes, que se eche una eternidad comiendo, que no se bañe ni se peine, que juegue, que juegue como loca y se ría mucho, todo lo que pueda aunque no haya entendido el chiste. Es más, si no entendió en chiste, que se ría más entonces.

Le digo que todo lo que viva este año lo guarde en una cajita como la de las fotos viejas, una cajita que pueda abrir cuando necesite de esa risa que tanto disfrutó en este año que comienza hoy. Como la camisa de la nostalgia que uno se pone cuando no entiende el mundo.

Amaneció lloviendo en Oripoto y aun no teníamos teléfono en casa pues estábamos recién mudados, así que salí al teléfono público que está frente a la carnicería, justo al lado del restaurante que sirve conejo hasta con chocolate. Salí de oscurito aun, a llamar a la doctora Cecilia Lozada para avisarle que la madre ya había roto fuente. Sí, anoche como a las once y dilata cada tanto. Bueno, llévala a mi consulta para revisar y ahí te digo. Pues sí, la muchacha pare hoy, así que váyanse a la clínica y espérenme allá.

Nos fuimos tranquilos con el kit preparado según las instrucciones recibidas en el excelente curso prenatal que dicta o dictaba Gabriela Bobadilla: unos circulitos calibrados recortados en cartulina y pintados en diferentes colores representando la dilatación del canal de parto, las batas, las pantuflas, la ropa interior, los pañales RN junto con las primeras pintas que estrenaría Natalia. Metimos también una hoja de control en la que yo iba anotando hora de la contracción y duración de esta, y un mazo de naipes.

Llegamos a la clínica Amay en la calle Berrizbeitia del Paraíso, porque además de ser nuevecita y linda, también tenía el mejor precio (un 90% menos de lo que cobraba la Metropolitana, por dar un ejemplo) hicimos lo de la admisión y todo eso, y nos fuimos a la habitación en la cual nos encontró la doctora jugando una partidita de “Carga La Burra” mientras yo anotaba y anotaba.

Chequearon a la madre otra vez y comenzaron los preparativos. Yo traté de darle la hoja a la doctora, pero ella la miró, me miró a mí con risa en los ojos y me sugirió que la guardara de recuerdo. Yo no entendí en aquel momento, pero hoy sí la entiendo y se lo agradezco.

La cosa fue que antes de mediodía prepararon todo, inclusive una bata con su gorro para mí, que quería presenciar el evento, y metieron a la muchacha para la nevera esa donde llega la gente al mundo de la modernidad.

Natalia sintió frío y se negó salir. Hay que cortar. Coño, no me van a dejar ver. Ya va, vamos a esperar un poquito. No, hay que cortar porque tiene el cordón sobre el hombro y si se gira podemos pasar un susto. Sí, vamos a abrir, pero ya va, que el anestesiólogo no llega, no llega, no llega…, okey, ya llegó. Sobre los anestesiólogos pesa la misma especie de maldición que llevan los carpinteros sobre el lomo. Otro día les cuento.

Escuché desde mi silla del pasillo el micro llanto de la recién nacida, y anoté en mi agenda de bolsillo: Natalia nació el 08/07/1997 a las 3:17pm hora de Caracas. Como si se me fuera a olvidar alguna vez.

Entonces me paré y fui hasta la ventana por donde supuse que me presentarían a Natalia, pero una gruesa cortina se chantú plastificado que decía sudantex en el orillo de la tela, me lo impidió. Visto esto, es decir, que no había llegado el momento, aproveché para llamar a mi Mamá y a mis hermanos para darles la noticia, y de paso llamé también a Horacio y su combo. Frente a la recepción hay una batería de tres teléfonos públicos de tarjeta. Tuve que salir al kiosco que está frente al Crema Paraíso a comprar una pues la mía la maté esta mañana frente a la carnicería, y bajo la lluvia.

Una enfermera versión morena de Bewitched abrió las cortinas y me señaló dentro de una pecera, un pescadito envuelto en cobijas como un tequeñito verde, pero con un gorro de gasa en la cabeza y una inquietud en los ojos y en el cuerpo. Se agitaba y se removía, parecía una pupa a punto de eclosión, solo que en vez de una mariposa, del gusanito ese salió una mano larguísima y casi azul, que comenzó a frotarse y frotarse más arriba de la sien hasta que se quitó el gorro. Yo comencé a darle gritos mudos a la enfermera esposa de Darrin para avisarle que a la chiquita se le iba a enfriar la mollera.

En eso estaba cuando salió Cecilia Lozada como atropellada de camión, y yo la abracé tan duro que levantó sus dos pies a más de metro y medio del suelo mientras le salía de la garganta un grjjjjjj, que significaba que le faltaba el aire.

Luego salió la madre en camilla, la felicité mucho, le di las gracias sin apurruñarla porque se le notaba que no se podía, y le pregunté si quería algo en especial. Me pidió un mondonguito. Yo miré a la doctora quien negó con la cabeza y me dijo sin sonido: sopita de pollo sin grasa. Se la pedí a mi Mamá por teléfono con mi tarjetica nueva y ella la trajo.

Se llenó el cuarto de agua. Estaban abuelo y abuelas, tíos, tía, la madre estropeadísima, y yo. A Natalia no la habían subido. Yo bajé a decirle a Samanta que no me le fuera a dar leche de vaca a mi hija porque yo era sijh y mi religión me lo impedía, que me subieran a mi muchachita en lo que pudieran para pegársela en la teta a la madre como me había enseñado Gabriela Bobadilla y la gente de Amamanta porque ese curso también lo hicimos. Samanta y Tábata me miraron con risa condescendiente y me dijeron que me fuera tranquilo.

La subieron y se la pegué en la teta a la mamá. Digo textualmente se la pegué porque aquello parecía una lamprea. Medio se la acerqué, la hice rozar los labios y la naricita del pezón, y la muchacha abrió la boca como un gupi cazando moscas. En ese momento la empujé a fondo y se tragó media teta… La vida trae fuerza de fabrica ¡carajo si no!

Esa noche fue lo usual: corre entre la cama de la mamá porque tiene dolor o necesita ir al baño, y a la cuna de la niña porque tiene alguna P…: pupú, pipí, peo, o papa… El primer pañal cagado de Natalia se lo cambié yo. Un pegoste tipo petróleo que pude quitar gracias a unos pañitos modernísimos que traen como un solvente que huele a Jean Marie Farina pero para carajitos: la salvación.

La cosa es que desde ese día hasta este otro he tratado de ser el mejor papá posible y no sé muy bien si lo voy logrando…, recuerdo que hablando de eso con mi querido primo Roberto Cedeño, le dije que me consideraría un buen padre si cuando Natalia cumpliera sus dieciocho años conservara siquiera la mitad de la risa que trajo consigo al nacer. Es que esa niña desde que nació es ojos y risa…

A Roberto le gustó la frase. La asumió como paradigma y todo…, es que yo tengo mis ratos afortunados, sobretodo, después de que me convertí en papá… Jajá, me da un poco de vergüenza y todo.

Natalia fue mi ayudante de mecánica para lo cual le compré un overol de cuadritos con un Mickey Mouse en el pecho. Ella sacaba todas las herramientas de la caja y las ordenaba por tamaños. Yo le pedía un destornillador phillip, sí, ese de mango negro ¿ete? Y me señalaba un extractor de tres patas para el magneto de la moto. No, hijita, el negro, el negro ¿ete? Y me señalaba y calibrador de bujías. No mi niña, el negro, el negro ¿ete? Sí, sí, ese, y me daba el plano de mango amarillo cagada de la risa.

Me la llevaba a la obra los viernes día de nómina y los obreros se peleaban por jugar y conversar con ella que siempre llevaba un librito con figuritas: ¿y esto que es? Un xilófono…, ¡vergación! Aprieta ese culo compai, que esta carajita va a ser la patrona mañana mismo… Y yo me reía orgulloso…

Nos íbamos en bicicleta para La Lagunita, porque le habíamos comprado una silla que no le servía a mi bicicleta y le tuve que hacer una pieza para adaptarla. Pero bueno, quedó bien. Nos íbamos a bicicletear pero apenas la montaba ahí se quedaba dormida. Parece que esa vaina la aburría mucho…

Luego nos mudamos a Margarita y en donde vivíamos se iba mucho la luz. Entonces, mientras los vecinos se trancaban a cal y canto, nosotros nos salíamos al jardín y nos acostábamos en la grama panza arriba, cabeza con cabeza, a ver las constelaciones: aquella de allá es Orión ¿ves las tres estrellitas seguidas? es su cinturón. Aquella de allá es La Cruz del Sur, sí, la que parece un papagayo, y el rabito que le cuelga por un lado son Alfa y Beta del Centauro ¿te acuerdas de los Robinson que andaban perdidos por el espacio? Sí, sí…, nomejodas, qué te vas a acordar si eso es de cuando yo estaba chiquito ¿y había televisión cuando tú estabas chiquito? Sí, pero era en blanco y negro hasta el gobierno de Luís Herrera ¿y eso fue antes o después de Simón Bolívar? Mira mija, esa de allá es la Osa Mayor y esa estrellita que casi ni se ve es la estrella Polar… ¿Cómo la cerveza? Mira niñita, mejor entramos porque está empezando a hacer frío…

Pero un día me tuve que ir. Ya no se podía. Tuve que irme y despedirme de Natalia. Le dije que yo, aunque me fuera a vivir al fondo del mar, seguiría siendo su papá. Que nos veríamos cada vez que se pudiera, que no pasaba nada, que máximo, con el tiempo, terminaría ella por tener dos casas y eso podía resultar hasta divertido…, y me fui. Me fui pensando cómo coño se puede ser un buen papá a control remoto. Cómo mierda se era buen papá por correspondencia. Cómo recontracoñísimo se podía ser un buen papá desde el horizonte.

Y sí, como era de esperarse hubo de los ratos malos, a mogollón. Ratos muy requete malos. Anduve el infierno sin Virgilio. Anduve descreído. Anduve de la patada.

Pero aunque no tengo la respuesta, cada vez que podemos vernos trato de hacer que el rato sea bonito. Que valga la pena. Que quede algo chévere qué meter en la cajita. Que haya risa. Que haya montañas de risa. Que algo le quede para sus dieciocho y yo resulte un padre aceptable.

No por mí, que sé que voy bien con mi plan de crédito del karma. Por ella que está empezando, limpiecita, y ya está iniciando el cierre de su niñez.

La quiero tanto. Es la mejor hija del mundo…

1 comentario:

Unknown dijo...

Coñisímo de tu M.... y no es con tu mamá realmente... ella no tiene nada que ver... Si algo estoy segura es que Natalia tiene el mejor papá del mundo, solo por ese propósito de vida de darle risas durante toda esta étapa que es la más hermosa.
Y claro que lo vas a lograr, solo tú puedes y sigue así. Es lo único realmente nuestro, ese recuerdo de niños..
Felicidades Natalia, ya vi tu foto mi niña, está hermosísima. Qué sigas siendo Feliz, que es tú derecho!!!!!
Monique