jueves, 3 de julio de 2008

El mundo al revés III

“Lo ví caminando, lo noté muy raro, fue que en un zapato, se le enterró un clavo, oh porque son de cartón, son de cartón de cartón…”
El Combo de Puerto Rico.


Caray, sí es verdad que nunca sabemos qué carrizo es lo que le pasa por la mente de la gente que vemos por ahí. Ojos vemos, y todo lo demás que dicen.

Y no es un simple punto de vista así nada más, sin ningún basamento. No. El mundo está al revés y tal vez sea verdad que lo ha estado siempre, lo que pasa es que por un lado tengo muy poco tiempo en el mundo, relativamente hablando, y por el otro ya tengo que jode.

No es que el al revés soy yo y los demás inequívocamente comen pasto porque tantas vacas no se equivocan. Mira que tengo en casa una perra loca que se llama Dru y su apellido es Mea. Mea, mea, y mea. Mea en la alfombrita de la sala, mea bajo la mesa del comedor, e inclusive sobre la mesa del centro de la sala, pero con todo y todo no la he visto mear ni siquiera cerca del plato donde come.

El mundo entero, salvo muy honrosas excepciones, mea dentro del vaso en el que bebe agua, con meados… Así que están al revés, o es un modo de recuperar electrolito sin gastar en Gatorade… Eso o la pichirrez, llevan a la humanidad por el camino del desespero, y no las bombas de esas que tiran los musiúes.

Este mes recibí la noticia de tres inminentes divorcios de gentes más y menos allegadas. Los tres divorcios en las bandas sucesivas de la tercera, cuarta y quinta década de la vida.

En el primero nadie sabe qué pasó y la que se armó fue más o menos buena. Nadie parece recordar que las causas de que una persona se harte de tratar de mantener escondida la diferencia entre la vida que lleva y la que pensaba diez años antes que llevaría a esa edad, son finalmente tan simples como que se canse alguien de empujar un enorme peñón redondo cuesta arriba, que cada vez que te paras a descansar se te va cuesta abajo y tienes que volver a empezar después de haber tenido que reparar todos los destrozos. Y lo serio del asunto es que nadie te ayuda principalmente porque no pides la ayuda a nadie porque pretendes que el otro sea más perceptivo y adulto que nadie y te la de sin que se la pidas porque si se la pides y te la da la ayuda será como de morondanga… Jadeo…

En el segundo nadie sabe qué pasó porque a esa gente lo único que le falta es sarna pa’rascarse: lo tienen todo, son jóvenes y bonitos aun y parecen quererse pero ella programa y él se deja programar y si yo no hago las cosa nadie las hace y ella no me deja hacer nada porque cada vez que trato ella la ha hecho ya y yo ya no hago las cosas porque ella las hace antes y estoy aburrido y me quiero ir a vivir a Pénjamo o a Pernambuco mejor porque allá se baila forró y ella le dice que él no sirve ni servirá nunca para nada y él le dice que ella es de largo la peor persona que ha conocido y si me sigues molestando te agarro por el pescuezo y te bataqueo contra el piso a ver si agarras mínimo y ella le dice basura basura basura y él le dice aburrida estresada de mierda adicta a los ansiolíticos te falta un tornillo…, y es que yo, para esta edad, me imaginaba en Fidji Fidji Buldú Buldú aya aya ayayaa…, y que expliquen los capitanes Chester y Haddock.

En todas las culturas la culpa siempre la tiene otro y hay que echársela sin dudas, porque eso explicará todo, y lo arreglará también. Porque hasta el mea culpa nuestro (y de Dru) de cada día viene a ser siempre de otro. Y que lo diga la abadesa que quería moderar el lenguaje yéndose al extremo de cambiar el domine meo que es término feo por domine orino que es término fino. Ni yo me entendí esta vez.

En la tercera nadie sabe qué pasó: ella siempre alegre y chispeante. Él siempre confiado y bien alimentado. Ella activa y hacendosa. Él trabajador y proveedor. Ella pendiente del fuerte. Él pendiente del frente. A ella se le van los hijos del nido. Él pendiente del frente… Ella se da cuenta de que al frente vive la dama del frente desde hace años ahí justo al frente…

La lealtad es un término abstracto que se aplica o no se aplica según se va o se viene… Con la dama del frente…

A veces veo la fachada de una casa de elegancia neo lusitana infestada de balaustra de graveuca, y cubierta de toda la muestra de cerámicas que quedó en el último expo construya, y pienso que en ella vive un exitoso dueño de una flotilla de camiones que distribuyen cerveza por los caminos de esta isla. La señora tiene la voz escarranchada, y los hijos llevan camiseta y gold filled, usan gelatina sobre los tercos rulos, le ponen mala cara a la hermana que sale con uno que ellos no conocen y estudia en la universidad.

Pero resulta que no. Nos invitaron a una parrilla unos amigos y fuimos a esa casa porque ahí vivían ellos casualmente alquilados, y la casa es de un doctor.

Los prejuicios son acervo y bagaje de todos nosotros, y por más que controlemos las expectativas tratando de no preconcebir ideas, siempre nos equivocamos.

Lo bueno es que no estamos rindiendo una prueba y nadie puede venir a quitarnos puntos y bajarnos en el ranking.

Ya se lo decía yo a quién no quiero nombrar, que no nos conocemos, que no nos conocimos, que no nos conoceremos nunca porque lo pretendíamos con demasiada seguridad y soberbia.

Queremos que las cosas y las personas sean lo que alguna vez nos pareció entender que debían ser las cosas y las personas, y luego como salen con que no son así nos divorciamos de ellas, súper peo mediante, eso sí.

Yo veo a mi gato que me espera agazapado detrás de alguna silla y cuando le paso delante me brinca y se me agarra de una pierna con tal vehemencia que me hace pensar que se le metió un espíritu de película, o una garrapata periquera, y no, el carrizo ese lo que me está diciendo es que tiene hambre y que le de comida. Y claro, no usa zapatos… Por eso siempre le damos comida y come cuando le da hambre.

Cuando en un momento crucial alguien no dice lo que debió decir, se forma la telenovela. Algún incorrecto mete un embuste u obvia algo y ahí está: se armó el enredo, y la única justificación de la persistencia en el conflicto sería la de vender detergente y sandalias de utilería forradas de pedrería chimba. Lo que se salga de ahí es puras ganas de darse mala vida. Y si la culpa es de los demás, peor todavía.

Pero claro, el que me ve se da cuenta rápido de que yo soy un bohemio irresponsable al que todo ese peo de Capuleto y Montesco se la trae floja, es decir, que me importa un repepino.

Me fastidia creerme mejor que alguien. Cada vez que me creo mejor que alguien soy peor que todos. Soy ingenuo y ridículo, además de muy poco inteligente.

Proclamo mi completa falta de habilidad para entenderme de ese modo. No tengo las herramientas, y no quiero tenerlas. Hay que concentrarse mucho y pensar con la lógica oblicua del sacerdote o del director de colegio privado. O peor aun: con la mirada del resentido social. Zape gato.

Renuncio a eso.

Déjenme tranquilo.

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