“Is that a horse or
whores?”.
Por poner un ejemplo nada más.
La buena noticia es que no soy cínico.
Y dale con el yo.
Bueno, qué hago, soy un hombre y los hombre solemos dar cátedra sobre
nosotros mismos. Tal vez para comprendernos o para divagar sobre la
intrascendencia y con ello hacerla más llevadera.
Lo dejo claro nada más comenzando para dar una oportunidad a abandonar la
lectura, y no es que usted necesite de mi permiso –no faltaría más- lo digo por
decirlo.
En unos días cumpliré cincuenta años y estoy de buen humor, y si esto no es
razón para poner un ojo sobre mí mismo entonces no sé qué lo sería.
Pero basta de preliminares y hablemos en plata.
He sido siempre un ingenuo con ínfulas de no serlo. Un cándido caído del catre
y un desavisado. Hay poco que hacerle al pasado ya, para qué esforzarse. Pero
tengo muchas cosas que contar, aunque jamás diré algunas cosas que hice porque
entre las que ya se me olvidaron y las vergonzosas… En fin…
Descomplicar la vida parece ser para mí lo más complicado de hacer. Cada
vez que lo he intentado, el tiro no sólo me ha salido por la culata sino que el
tiro era de sal y tocino como el que se usaba en tiempos de mis abuelos para
marcar a los infames ladrones de gallinas.
Pero me he divertido. Palabra.
Ahora vivo en el planeta de la lengua más confusa y desordenada del
universo y parte de Paraguaná.
Quién me manda.
Qué de confusiones más interesantes se dan en una lengua donde “cunt y
can’t” se pronuncian casi igual, así como “slot y slut”, no más que por poner
un par que se me vino pronto a la memoria.
Yo, qué decir, me la paso cometiendo todo tipo de errores como “to clean it
down” en vez de “to clean it up” nada más que porque no me gusta agacharme. Mi
espalda es rígida y las cuclillas no son lo mío.
“I use to walk all the way
down the street untill the top of the hill” es una frase que resume una buena
parte de mi confusion constante.
Hace no mucho me daba una mezcla de timidez con miedo escénico eso de ir a
la venta de repuestos del carro a comprar el cilindro de freno trasero derecho
de la Van Dodge 1999, pero correr el riesgo de irse a quedar sin frenos en la
desolada Highway 71 (“not precisely aggressive but terribly uncaring”) no es
opción válida. Debo agregar que como de costumbre ese año la Dodge equipó el
dicho modelo con tres tipos de frenos distintos y tuve que regresar a
desmontarlo para llevar la muestra. Todo explicado-entendido-replicado en
infinitos tonos de verde, como el paisaje de Catamarca. Wax!
Va uno y hace lo que tiene que hacer de la manera menos complicada posible
y gracias a las ganas de vender que tiene el dependiente y la necesidad de
arreglar la Van que tiene uno, ahí está la bicha rodando otra vez (y frenando) aunque
la mecánica se hizo mientras nevaba. Mejor así que en verano, porque allí el
sudor no conoce paranza.
Y mi trabajo. Qué se puede decir de mi trabajo, de la experiencia laboral
que he tenido aquí.
Llegué y un mes después ya tenía empleo. He contado ya mucho en qué
consistía ese empleo como para repetirlo. Ya no trabajo ahí porque se acabó lo
que había por hacerse, y el trabajo de restauración de la iglesia se detuvo a
la espera de tiempos mejores para la chequera de mis exjefes.
Aquí te ampara la ley para muchas cosas (si le pagas a un buen abogado
sobre todo) pero no conozco ley alguna que te proteja como trabajador. Queda a
potestad del empleador “arrimarte la canoa con algo ahí”, recomendarte con
algún otro posible empleador para que no quedes en la calle, o simple y
llanamente darte una patada en el culo y ponerte de patitas en la calle.
Laura, mi exjefa, me recomendó con Celene, mi nueva jefa (Antes trabajaba
para Justin pero empleado por Laura, y ahora trabajo para Jarred) así que no me
quedé en la calle.
El proceso fue, además, por cuentagotas. Empecé trabajando tres días aquí y
dos allá, luego dos aquí y tres allá, y así, hasta que me quedé allá con los
Hawkins.
Qué hago ahora para poner dólares en la cuenta bancaria de donde saldrán
raudos a convertirse en comida, gasolina, techo, ropa, y lo demás también.
Trabajo como un descosido en un taller de escultura. Vamos desde el diseño
hasta el vaciado de la pieza, acabados, pátinas, y colocación en su santo
lugar.
Un circo.
Se discute con el cliente hasta que finalmente se llega a un acuerdo que no
es punto de partida hasta que el cheque con el anticipo no está en efectivo en
la cuenta bancaria. Luego se empieza a hacer el modelo (plastilina, arcilla,
alambre, madera, yeso, lo que sea) para tener qué mostrarle al cliente y que te
cambie todo. Este proceso se repite hasta el hartazgo, textualmente hasta que
el cliente y el artista se cogen un poco de arrechera. En ese punto se hace el
modelo original sobre el cual se harán los moldes de silicón (interno) y yeso
(externo) dentro del cual se vaciará la cera que dará origen al molde de
cerámica (sílice coloidal) dentro del cual se vaciará el metal fundido que será
la obra final una vez terminada, y cobrada.
Eso, grosso modo.
Desde que trabajo ahí hemos sacado un busto, un medallón, unas esculturas
abstractas (la definición académica me da ladilla) para un escultor externo, un
escritorio cuyas patas son unos árboles neozelandeses, unas especies de
enredaderas de cabilla lisa, y estamos atascados ahora haciendo una mesa
gigantesca de ratán (de aluminio) que se irá para las Bahamas. Digo atascados
porque ya llevamos casi dos meses trabajando nada más que en la cera y ahora es
que empieza a vérsele el fin… Todo en inglés de ese tan confuso.
A mi jefe, marino irlandés que por vainas de la vida saltó de un cuento de
Melville al vientre de una independiente natural de West Virginia y de ahí al
mundo, le gusta el fado y las bulerías. No es raro que en el taller esa sea la
música de ambiente.
El nacido en Venezuela está familiarizado con el idioma portugués desde la
primera vez que va a la panadería o al abasto, y si oyes fado y fado y fado y
fado, terminas por entender lo que canta la dama de la voz potente (“eu ainda
estou esperando na praia observando o horizonte”) mientras comparas sus cuitas
con las referencias que tienes de la propia vida y en tu propia lengua,
español, en mi caso. Se supone que estoy concentrado dándole forma con el
instrumental de dentista que uso tallando cera, oyendo fado y meditando en
español, y viene Jerry a preguntar que “how are you doing?”. Entro en conflicto
y le respondo: “liscio come’l olio!”. Él se ríe y me pide que se lo anote
(write it down, please). Yo me inclino a mirar para abajo preguntándome “down
what?” mientras con desconcierto siento como la diminuta pieza en la que llevo
trabajando todo el día resbala de mi regazo y se parte en siete pedazos al
chocar contra el suelo… Lo miro con desconsuelo y exclamo: “diem perdidi”… Él
exclama “oh, wax!” mientras yo recojo los pedazos “espalhados por toda a Praia”
y me dispongo a reparar el entuerto nombrando los siete nombre de la mierda con
un algo del dolor del trashumante.
Pienso en el enigma que resulto para mí mismo al no comprender. Nada. No
entiendo nada nunca. Y mientras más cerca creo estar de entender más cuenta me
doy de que en realidad lo que pasa es que nunca entiendo. Hablo con soltura el
español. Sin embargo no lo entiendo. Entiendo así mismo el italiano, el
portugués, y el inglés, y sin embargo no los hablo. O sí. O no. Qué complicado
es descomplicarse.
Querer pertenecer, tener una tribu, una etnia, ser de algo y de alguien,
hace verme reflejado en el anecdotario gitano, encontrarme en la lista de los
nombres sefardíes, sentir al latín como una lengua dormida, y sin embargo
encontrar más en común con Steinberg de lo que hubiera esperado. La necesidad
de una línea, de un hilo conductor como dicen. Una explicación de por qué soy
quien soy. La razón de por qué no entiendo en ningún idioma.
Uno es con el contexto. Cada vez que cambias el contexto cambias una parte
de ti mismo. Supongo que hacerlo a menudo y seguir siendo conlleva un cierto
fortalecimiento del yo tal como dicen que le pasa a los ciegos que agudizan el
sentido del oído…
Seguiré cambiando de contexto. Empiezo a notar que me gusta hacerlo. Estoy
de buen humor. En unos días más cumpliré cincuenta años y tengo tantos cuentos
qué echar que me da risa. No pensemos ya en los que no echaré nunca. Seguiré
cambiando de contexto y fortaleciendo un yo que no significa otra cosa que
emparedarse, hacer fortaleza.
Planes. No los tengo. El mes que viene nos mudaremos a la que espero será
nuestro cuartel mientras vivamos por estos lares. Sólo espero. No es un plan.
Surgió y el asunto reviste cierta simplicidad y mucha complicación, pues la
idea era descomplicarse… En fin… Ya echaré ese cuento también…
¡Ah! ¡Feliz 2014!
Y dejen de pedirle peras al olmo.
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