-Pasó
un ministro del emperador y le dijo a Diógenes:
«¡Ay,
Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso
y
adular más al emperador,
no
tendrías que comer tantas lentejas».
Diógenes
contestó:
«Si
tú aprendieras a comer lentejas
no
tendrías que ser sumiso
y
adular tanto al emperador».
Diógenes
de Sinope.
He
visto a la vida dar una pelota para jugar, luego venir a por una de
tus piernas y de paso llevarse la pelota.
«Dios
da la llaga y da la cura», dicen, además de escribir derecho en
renglones torcidos..
Sin
sentido total. Esto,además, viola el
principio del «menor esfuerzo» que lo rige todo, hasta el sentido
en el que corren las aguas de los ríos.
Pero
son sentencias que crean una matriz de opinión, tendencias, y que,
si son acatadas consuetudinariamente generan una actitud.
Me
parece que lo que pasa ahí es causado por una capacidad de
observación muy limitada, y que la de elaborar a partir de lo visto
lo es más aun. Yo qué sé.
Cuando
se habla de infinito lo más lejos que podemos llegar (y en este caso
«uno» soy yo) a imaginar es algo cuyo tamaño desconocemos aunque
en el fondo no sería tan grande así si lo podemos encerrar en una
palabra tan fácilmente.
Una
simple palabra compuesta que señala que el universo no tiene fin.
Que
lo consideremos no lo hace así realmente y hasta podría ser que lo
tuviera. Fin, digo, con bordes y todo, pero ¿qué hay afuera? y no
lo sé yo tampoco, pero cabe pensar que hay otros universos, tantos,
que se pelean por el espacio expandiéndose unos, encogiéndose otros
(como hermanitos fastidiosos hacinados en una cama pequeña) y hasta
coexistiendo en un orden simultáneo como colados entre átomo y
átomo.
¿Qué
me importa cómo lo hacen? Palabra.
Lo
que me interesa aquí es que el universo que podemos apreciar es un
sistema cerrado y está en constante movimiento quizás por culpa de
los universos colindantes y las presiones que ejercen con el fin de
conquistar un centímetro cuadrado más de cama y de prestigio.
El
asunto está en que ese movimiento cósmico produce un reajuste
constante que hace que todo cambie de forma y de lugar, de un modo
tan gigantesco que no lo podemos entender, y por eso nos inventamos
tantas cosas como esta que usted me está haciendo el honor de leer
sobre estos renglones derechos por cosas del mínimo esfuerzo
cibernético.
De
tantas y tantas tonterías que uno lee por ahí ya sea porque sólo
lea cosas tontas o porque si lo miramos suficiente tiempo todo se
vuelve tonto, una que me parece que tiene visos de no serlo es la
frase «todo depende de tu actitud». Y, ojo, es así, con «C» y no
con «P» tal y como estuve convencido por décadas.
Al
estar la palabra estrechamente ligada a la acción, todo irá a
depender más de cómo actúes, una vez que observes, y proceses.
Cómo
actúes nada tiene qué ver con cuán apto seas ¡pss! mira el montón
de ineptos por ahí y ellos tan tranquilos.
Ah,
claro, la actitud está en pareja con las creencias y ahí también
hay una trampita.
Las
creencias podrían señalar diferentes conjuntos a saber: la flojera
mental, los miedos, las convenciones, la ignorancia, la
inconsciencia, la ingenuidad y tantas cosas más que se me acaba la
tinta y se me acalambra la mano.
Las
creencias también están relacionadas con las convicciones, muy
estrechamente, diría usted. Tanto, que parecen lo mismo. Pero no: de
las creencias usted no está seguro pero no quiere ni ver asomada
cerca la sombra de la duda por ahí. Las creencias las tiene
encerradas usted en el fondo de una cripta oscura entre gruesos muros
y alambrados electrificados, y pobre del que se acerque por ahí con
unas tenazas y una linterna ¡a la hoguera con el sátrapa hereje!
¡Qué! ¿No vio usted los avisos de neón y la fanfarria? ¡Fuera de
aquí! ¡Que te echo el Klan!
Mientras
que sus convicciones no están en tela de juicio en ninguna parte.
Son piedra de fundación. Nadie es tan simplón de ir a meter una
creencia entre sus convicciones, faltaría más.
Cuando
una convicción se mueve, se resiente toda la estructura y las
reparaciones toman mucho tiempo, trabajo, y Prozac. Pero esto, cosa
curiosa, solo sucede en opulencia.
Y
sí, he visto a la vida darle un juguete a alguien para más tarde
venir a sacarle un ojo y de paso el juguete.
No,
no me malentienda usted. Déjeme explicar mi teoría para sacarle la
idea de la cabeza de que soy un pesimista redomado.
Decía
que el universo es un sistema cerrado. Enorme de toda enormidad, sí,
pero cerrado y que en el universo coexisten simultáneamente un
descomunal montón de cosas constantemente cambiando de estado, de
sitio, de temperatura, de velocidad, de trayectoria, en fin,
cambiando.
En
un medio tan gigante nuestro ínfimo entendimiento consecuencia
evolutiva de un improbable accidente llamado vida culpa a esta de que
las cosas cambien de sitio, nuestro entendimiento lo catalogue de
juguete, y que luego este cambie de sitio por presiones cosmogónicas
llevándose consigo un ojo, o una mano por esa especie de efecto
ventosa que tiene las moléculas de andarse todas juntas al carajo.
Y
ahí entra la actitud a salvarnos o a jodernos dependiendo de lo que
lleves en el bagaje porque lo que es a la enormidad, le importa un
pepino. Y puedes contar con eso porque ¿por qué tendría?
No
es tan fácil, y sí lo es.
A
ver si puedo exponer una idea que se me ha venido formando en la
cabeza y que espero termine por ser un nido.
Hablaré
de mí, para variar: He notado de un tiempo a esta parte, un profundo
desinterés por casi todo lo que me rodea. A veces me entusiasmo con
los libros antiguos que compro porque estoy buscando una verdad
secreta que sólo reconoceré al verla (pues sí, yo también), pero
sé que en ellos no está lo que busco, que lo que estoy haciendo es
acumular basura, y pierdo el interés.
Restauré
una guitarra y compré unas partituras para retomar la música y ahí
tiene ya un año la pobre colgando del mismo clavo.
En
fin, como estos un sinnúmero de nimiedades que me preocuparon un
poco pues pensé que estaba deprimido y sé de firme que no lo estoy.
Lo
he estado por largo tiempo y sé perfectamente lo que se siente, los
síntomas, y lo difícil que se hace la vida.
No
tengo nada de eso. Vivo tranquilo.
A
veces bromeo conmigo mismo diciéndome que lo que me pasa es que ya
me iluminé.
Sí,
es pésimo chiste. Con decir que a mí me hizo gracia sólo la
primera vez que me lo conté.
Tengo
un nivel de ansiedad constante, sí, pero de baja frecuencia. Es
decir que no hace un ruido agudo que me conflictúe pero que aunque
voy y hago las cosas que tengo que hacer, siempre hay una cierta
aprehensión, un nervio. Voy y hago sin mucho retraso pero la
incomodidad es patente.
Hay
una actitud de movimiento que no sale de los ámbitos, ni de las
creencias, ni de las convicciones.
El
constante y universal cambio siempre pone algo a mi alcance para
después llevarse otra cosa en el proceso. Tiendo más a ver el
panorama más grande, es decir, que cosas se van cosas vienen. Sin
orden ni cronología. Esto es algo que sé. No creo en ello, ni estoy
convencido. Y así mismo sucederá en algún punto que entre lo que
viene y se va, me vaya yo en el trasiego inconmensurable ese.
Siempre
habrá, siempre faltará, porque el total es incomprensible.
Es
así porque no entiendo la inmensidad de lo infinito que cabe en ocho
letras de las cuales cuatro son vocales (tres de ellas las mismas), y
cuatro vocales de las menos interesantes. No hay ni una «Ñ», ni
una «X», por ejemplo.
No
creo en nada, ni siquiera en esto que estoy escribiendo, pero palabra
que me gustaría a veces. Me ahorraría tiempo que podría invertir
en ir a la tómbola, por ejemplo.
Leyendo
aquí y allá, más sobre la mecánica de las creencias que del
fondo, encontré la filosofía. Sí, ya sé, que descubrí el agua
tibia, pero eso, aunque vieja, sigue siendo noticia.
Lo
importante surge cuando pensamos en ello.
No
conozco forma de apreciar lo que ni siquiera nos pasa por la cabeza.
Y si alguien me contradice mucho me gustaría que se explicara, eso
sí, coherentemente. Para entenderle.
Pero
volviendo: leyendo y leyendo, fui encontrando a este y al otro que me
fueron resonando, solucionando, creando nuevas incógnitas, y así,
sin convencerme demasiado hasta que llegué a Buda. No al de las
genuflexiones y el incienso (qué ladilla), sino al filósofo ¡qué
bárbaro, una lumbrera! Apareció con una linterna, como Diógenes el
de Sinope, y le echó una luz encima al zarzal que es mi existencia,
así, a plena luz del día.
Supongo
que de la misma guisa es la vida de mucho, digo, un zarzal. Pero qué
quieres que te diga, estoy hablando de mí.
En
fin, que Buda me movió los linderos al universo dándole cabida a la
posibilidad de comprensión de algunas realidades que no había
volteado a mirar. Lo más importante y es en lo que separo a Buda de
los demás filósofos incluidos los Chinos: es que no va a arreglar
al mundo, no va a darte la llave del baúl del tesoro.
Te
dice de lo más tranquilo que no te metas a lo hondo hasta que no
aprendas a nadar y que aun así evalúes la necesidad real de irte a
nadar a lo hondo. Y si es porque te caíste de un puente o de un
barco, más te vale aprender rápido o irte en paz.
Te
dice que la tranquilidad no depende de un mundo tranquilo sino al
revés,que pensando lo que piensas es de lo que vas a fabricar tu
realidad. Y te lo dice más en lo que no te dice, en lo que está
entre las líneas, que simplemente rajándote el cráneo con una
lápida.
El
tipo se sentó ahí, al pie de un árbol que da sombra pero no frutos
grandes. Estuvo ahí hasta que a nadie le quedó la más mínima duda
de su iluminación. No se paró y echó a andar hasta que todo el
mundo entendió que ahí había un tipazo. Y lo fue. Sí.
¿Has
oído eso de que la realidad es una creación de la mente de cada
quien? Estoy parcialmente de acuerdo (es que el alcance de esta
pregunta es como el universo) pero de una manera muy poco
mercadeable, tan poco, que ni Propp a la manera de Coelho.
La
realidad es un gavetero. Uno enorme (ya basta con la palabrita, me
está cansando), pero lo ojos dan para ver una pequeña porción a la
vez, de cada gaveta que nos queda delante.
Cada
gaveta tiene capas y contenido.
Incluye
ácaros, polvo, olores, coroticos, información, útiles, juguetes,
los ojos o la mano de alguien, y todo lo demás.
Cada
pieza contenida tiene su carga, además de utilidad según la
creatividad, la creencia de cada quien. Pero tiene, y esto es de lo
que se trata todo lo que quiero decir, «carga emocional», además.
La
realidad esa que vemos como se ve la cara delantera del gavetero.
Así, fríamente, ni siquiera la recordamos con claridad si no
llegamos a asociarla con un sentimiento y es ahí donde reside el
invalorable poder de creación de realidades que tiene el pensamiento
humano.
Llegas
al gavetero como un friolento autómata madrugado buscando un par de
medias. Abres, y al escarbar consigues una foto tamaño carnet de tu
hija cuando tenía siete años. Tienes mucho tiempo sin verla.
Recuerdas el día que le hicieron la foto. No sabes cuándo la
volverás a ver. Tu día se pone gris. Los borrachitos de la esquina
pasan de ser fastidiosos a un triste recordatorio de las crudas
injusticias sociales. El carro es un miserable cascajo con todos los
achaques juntos. Tu trabajo pierde sentido (esta no vale, mi trabajo,
de plano, no tiene sentido) y se lleva tu razón de ser. Arrastras
los pies. En resumen, todo se vuelve una mierda.
Pero
abres la misma gaveta buscando las mismas medias, encuentras la misma
foto y recuerdas lo divertida que era esa muchacha a esa edad, lo
bien que la pasaban juntos, le escribes un mensajito contándole lo
de la foto y un chiste sobre el día que la tomaron. Ella te responde
riendo. Saludas a los borrachitos de la esquina. El carro es un
cacharro cómodo que se porta muy bien. El trabajo es duro pero pasan
cosas chistosas y te da oportunidad de aprender más sobre ti mismo.
Caminas con cierto garbo pero sin «bailaíto» porque ya estás muy
viejo para la gracia sobre todo porque nadie se acuerda ya de como
caminaba «Travolta» en «Saturday night fever». En resumen, todo
sigue siendo una mierda pero estás en movimiento, atento, y con una
sonrisa. Así la mierda no huele.
¿Ves?
Otra realidad fue creada a partir de un sentimiento diferente...
«Todo está en la mente» es una frase hermana de «El universo
infinito»...
Diría
que está bien, que una buena gran parte de todo está en la mente,
pero completaría la cosa haciendo la precisión de la mente en su
parte emocional (porque el tiro del malandro, o el choque con el
autobús es un poquito más radical que una interpretación
dramática), y el universo es del tamaño de mi gavetero.
Sí,
tal vez hasta mi tendencia a no aceptar la autoridad también tenga
que ver con la emocionalidad, está bien, pero ¿cómo trascender
todo eso y empezar a usar ese grandioso poder?
Me
parece que practicar a parecer calmados como Buda recién parado de
la sombra de su ¿higuera? (¿por qué no se metió bajo un cocotero?
¡ah, descreído de ti! pues precisamente por parecer sabio y
ahorrarse contratiempos, y ahí hay algo seguro para aprender), a
parecer compasivos, a parecer inteligentes (no es tan difícil), a
parecer útiles, a parecer alegres, en resumen: «parecer lo que se
quiere llegar a ser».
Pero
mantener coherentemente el comportamiento.
Y
no, ni deprimido ni iluminado y te lo demuestro con el siguiente
párrafo:
«Poco
de lo que llegó sigue aquí. De lo que se fue, algo ha vuelto. Del
vaivén se ha motorizado la búsqueda. El techo que me limita me
defiende de lo que me podría golpear la cabeza. El abismo que se
abre frente a mis pies me enseña de perspectiva poniéndome en mi
lugar relativo. La bondad del mundo no carece de crueldad así como
lo malo no está exento de belleza».
Son
hechos.
Poco
qué cambiarles y una sola solución por el momento.
Ya
se dijo: Actitud.
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