domingo, 28 de diciembre de 2014

Actitud: ¿deprimido o iluminado?




-Pasó un ministro del emperador y le dijo a Diógenes:
«¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso
y adular más al emperador,
no tendrías que comer tantas lentejas».
Diógenes contestó:
«Si tú aprendieras a comer lentejas
no tendrías que ser sumiso
y adular tanto al emperador».

Diógenes de Sinope.

He visto a la vida dar una pelota para jugar, luego venir a por una de tus piernas y de paso llevarse la pelota.

«Dios da la llaga y da la cura», dicen, además de escribir derecho en renglones torcidos..

Sin sentido total. Esto,además, viola el principio del «menor esfuerzo» que lo rige todo, hasta el sentido en el que corren las aguas de los ríos.

Pero son sentencias que crean una matriz de opinión, tendencias, y que, si son acatadas consuetudinariamente generan una actitud.

Me parece que lo que pasa ahí es causado por una capacidad de observación muy limitada, y que la de elaborar a partir de lo visto lo es más aun. Yo qué sé.

Cuando se habla de infinito lo más lejos que podemos llegar (y en este caso «uno» soy yo) a imaginar es algo cuyo tamaño desconocemos aunque en el fondo no sería tan grande así si lo podemos encerrar en una palabra tan fácilmente.

Una simple palabra compuesta que señala que el universo no tiene fin.

Que lo consideremos no lo hace así realmente y hasta podría ser que lo tuviera. Fin, digo, con bordes y todo, pero ¿qué hay afuera? y no lo sé yo tampoco, pero cabe pensar que hay otros universos, tantos, que se pelean por el espacio expandiéndose unos, encogiéndose otros (como hermanitos fastidiosos hacinados en una cama pequeña) y hasta coexistiendo en un orden simultáneo como colados entre átomo y átomo.

¿Qué me importa cómo lo hacen? Palabra.

Lo que me interesa aquí es que el universo que podemos apreciar es un sistema cerrado y está en constante movimiento quizás por culpa de los universos colindantes y las presiones que ejercen con el fin de conquistar un centímetro cuadrado más de cama y de prestigio.

El asunto está en que ese movimiento cósmico produce un reajuste constante que hace que todo cambie de forma y de lugar, de un modo tan gigantesco que no lo podemos entender, y por eso nos inventamos tantas cosas como esta que usted me está haciendo el honor de leer sobre estos renglones derechos por cosas del mínimo esfuerzo cibernético.

De tantas y tantas tonterías que uno lee por ahí ya sea porque sólo lea cosas tontas o porque si lo miramos suficiente tiempo todo se vuelve tonto, una que me parece que tiene visos de no serlo es la frase «todo depende de tu actitud». Y, ojo, es así, con «C» y no con «P» tal y como estuve convencido por décadas.

Al estar la palabra estrechamente ligada a la acción, todo irá a depender más de cómo actúes, una vez que observes, y proceses.

Cómo actúes nada tiene qué ver con cuán apto seas ¡pss! mira el montón de ineptos por ahí y ellos tan tranquilos.

Ah, claro, la actitud está en pareja con las creencias y ahí también hay una trampita.

Las creencias podrían señalar diferentes conjuntos a saber: la flojera mental, los miedos, las convenciones, la ignorancia, la inconsciencia, la ingenuidad y tantas cosas más que se me acaba la tinta y se me acalambra la mano.

Las creencias también están relacionadas con las convicciones, muy estrechamente, diría usted. Tanto, que parecen lo mismo. Pero no: de las creencias usted no está seguro pero no quiere ni ver asomada cerca la sombra de la duda por ahí. Las creencias las tiene encerradas usted en el fondo de una cripta oscura entre gruesos muros y alambrados electrificados, y pobre del que se acerque por ahí con unas tenazas y una linterna ¡a la hoguera con el sátrapa hereje! ¡Qué! ¿No vio usted los avisos de neón y la fanfarria? ¡Fuera de aquí! ¡Que te echo el Klan!

Mientras que sus convicciones no están en tela de juicio en ninguna parte. Son piedra de fundación. Nadie es tan simplón de ir a meter una creencia entre sus convicciones, faltaría más.

Cuando una convicción se mueve, se resiente toda la estructura y las reparaciones toman mucho tiempo, trabajo, y Prozac. Pero esto, cosa curiosa, solo sucede en opulencia.

Y sí, he visto a la vida darle un juguete a alguien para más tarde venir a sacarle un ojo y de paso el juguete.

No, no me malentienda usted. Déjeme explicar mi teoría para sacarle la idea de la cabeza de que soy un pesimista redomado.

Decía que el universo es un sistema cerrado. Enorme de toda enormidad, sí, pero cerrado y que en el universo coexisten simultáneamente un descomunal montón de cosas constantemente cambiando de estado, de sitio, de temperatura, de velocidad, de trayectoria, en fin, cambiando.

En un medio tan gigante nuestro ínfimo entendimiento consecuencia evolutiva de un improbable accidente llamado vida culpa a esta de que las cosas cambien de sitio, nuestro entendimiento lo catalogue de juguete, y que luego este cambie de sitio por presiones cosmogónicas llevándose consigo un ojo, o una mano por esa especie de efecto ventosa que tiene las moléculas de andarse todas juntas al carajo.

Y ahí entra la actitud a salvarnos o a jodernos dependiendo de lo que lleves en el bagaje porque lo que es a la enormidad, le importa un pepino. Y puedes contar con eso porque ¿por qué tendría?

No es tan fácil, y sí lo es.

A ver si puedo exponer una idea que se me ha venido formando en la cabeza y que espero termine por ser un nido.


Hablaré de mí, para variar: He notado de un tiempo a esta parte, un profundo desinterés por casi todo lo que me rodea. A veces me entusiasmo con los libros antiguos que compro porque estoy buscando una verdad secreta que sólo reconoceré al verla (pues sí, yo también), pero sé que en ellos no está lo que busco, que lo que estoy haciendo es acumular basura, y pierdo el interés.

Restauré una guitarra y compré unas partituras para retomar la música y ahí tiene ya un año la pobre colgando del mismo clavo.

En fin, como estos un sinnúmero de nimiedades que me preocuparon un poco pues pensé que estaba deprimido y sé de firme que no lo estoy.

Lo he estado por largo tiempo y sé perfectamente lo que se siente, los síntomas, y lo difícil que se hace la vida.

No tengo nada de eso. Vivo tranquilo.

A veces bromeo conmigo mismo diciéndome que lo que me pasa es que ya me iluminé.

Sí, es pésimo chiste. Con decir que a mí me hizo gracia sólo la primera vez que me lo conté.

Tengo un nivel de ansiedad constante, sí, pero de baja frecuencia. Es decir que no hace un ruido agudo que me conflictúe pero que aunque voy y hago las cosas que tengo que hacer, siempre hay una cierta aprehensión, un nervio. Voy y hago sin mucho retraso pero la incomodidad es patente.

Hay una actitud de movimiento que no sale de los ámbitos, ni de las creencias, ni de las convicciones.

El constante y universal cambio siempre pone algo a mi alcance para después llevarse otra cosa en el proceso. Tiendo más a ver el panorama más grande, es decir, que cosas se van cosas vienen. Sin orden ni cronología. Esto es algo que sé. No creo en ello, ni estoy convencido. Y así mismo sucederá en algún punto que entre lo que viene y se va, me vaya yo en el trasiego inconmensurable ese.

Siempre habrá, siempre faltará, porque el total es incomprensible.

Es así porque no entiendo la inmensidad de lo infinito que cabe en ocho letras de las cuales cuatro son vocales (tres de ellas las mismas), y cuatro vocales de las menos interesantes. No hay ni una «Ñ», ni una «X», por ejemplo.

No creo en nada, ni siquiera en esto que estoy escribiendo, pero palabra que me gustaría a veces. Me ahorraría tiempo que podría invertir en ir a la tómbola, por ejemplo.

Leyendo aquí y allá, más sobre la mecánica de las creencias que del fondo, encontré la filosofía. Sí, ya sé, que descubrí el agua tibia, pero eso, aunque vieja, sigue siendo noticia.

Lo importante surge cuando pensamos en ello.

No conozco forma de apreciar lo que ni siquiera nos pasa por la cabeza. Y si alguien me contradice mucho me gustaría que se explicara, eso sí, coherentemente. Para entenderle.

Pero volviendo: leyendo y leyendo, fui encontrando a este y al otro que me fueron resonando, solucionando, creando nuevas incógnitas, y así, sin convencerme demasiado hasta que llegué a Buda. No al de las genuflexiones y el incienso (qué ladilla), sino al filósofo ¡qué bárbaro, una lumbrera! Apareció con una linterna, como Diógenes el de Sinope, y le echó una luz encima al zarzal que es mi existencia, así, a plena luz del día.

Supongo que de la misma guisa es la vida de mucho, digo, un zarzal. Pero qué quieres que te diga, estoy hablando de mí.

En fin, que Buda me movió los linderos al universo dándole cabida a la posibilidad de comprensión de algunas realidades que no había volteado a mirar. Lo más importante y es en lo que separo a Buda de los demás filósofos incluidos los Chinos: es que no va a arreglar al mundo, no va a darte la llave del baúl del tesoro.

Te dice de lo más tranquilo que no te metas a lo hondo hasta que no aprendas a nadar y que aun así evalúes la necesidad real de irte a nadar a lo hondo. Y si es porque te caíste de un puente o de un barco, más te vale aprender rápido o irte en paz.

Te dice que la tranquilidad no depende de un mundo tranquilo sino al revés,que pensando lo que piensas es de lo que vas a fabricar tu realidad. Y te lo dice más en lo que no te dice, en lo que está entre las líneas, que simplemente rajándote el cráneo con una lápida.

El tipo se sentó ahí, al pie de un árbol que da sombra pero no frutos grandes. Estuvo ahí hasta que a nadie le quedó la más mínima duda de su iluminación. No se paró y echó a andar hasta que todo el mundo entendió que ahí había un tipazo. Y lo fue. Sí.

¿Has oído eso de que la realidad es una creación de la mente de cada quien? Estoy parcialmente de acuerdo (es que el alcance de esta pregunta es como el universo) pero de una manera muy poco mercadeable, tan poco, que ni Propp a la manera de Coelho.

La realidad es un gavetero. Uno enorme (ya basta con la palabrita, me está cansando), pero lo ojos dan para ver una pequeña porción a la vez, de cada gaveta que nos queda delante.

Cada gaveta tiene capas y contenido.

Incluye ácaros, polvo, olores, coroticos, información, útiles, juguetes, los ojos o la mano de alguien, y todo lo demás.

Cada pieza contenida tiene su carga, además de utilidad según la creatividad, la creencia de cada quien. Pero tiene, y esto es de lo que se trata todo lo que quiero decir, «carga emocional», además.

La realidad esa que vemos como se ve la cara delantera del gavetero. Así, fríamente, ni siquiera la recordamos con claridad si no llegamos a asociarla con un sentimiento y es ahí donde reside el invalorable poder de creación de realidades que tiene el pensamiento humano.

Llegas al gavetero como un friolento autómata madrugado buscando un par de medias. Abres, y al escarbar consigues una foto tamaño carnet de tu hija cuando tenía siete años. Tienes mucho tiempo sin verla. Recuerdas el día que le hicieron la foto. No sabes cuándo la volverás a ver. Tu día se pone gris. Los borrachitos de la esquina pasan de ser fastidiosos a un triste recordatorio de las crudas injusticias sociales. El carro es un miserable cascajo con todos los achaques juntos. Tu trabajo pierde sentido (esta no vale, mi trabajo, de plano, no tiene sentido) y se lleva tu razón de ser. Arrastras los pies. En resumen, todo se vuelve una mierda.

Pero abres la misma gaveta buscando las mismas medias, encuentras la misma foto y recuerdas lo divertida que era esa muchacha a esa edad, lo bien que la pasaban juntos, le escribes un mensajito contándole lo de la foto y un chiste sobre el día que la tomaron. Ella te responde riendo. Saludas a los borrachitos de la esquina. El carro es un cacharro cómodo que se porta muy bien. El trabajo es duro pero pasan cosas chistosas y te da oportunidad de aprender más sobre ti mismo. Caminas con cierto garbo pero sin «bailaíto» porque ya estás muy viejo para la gracia sobre todo porque nadie se acuerda ya de como caminaba «Travolta» en «Saturday night fever». En resumen, todo sigue siendo una mierda pero estás en movimiento, atento, y con una sonrisa. Así la mierda no huele.

¿Ves? Otra realidad fue creada a partir de un sentimiento diferente... «Todo está en la mente» es una frase hermana de «El universo infinito»...

Diría que está bien, que una buena gran parte de todo está en la mente, pero completaría la cosa haciendo la precisión de la mente en su parte emocional (porque el tiro del malandro, o el choque con el autobús es un poquito más radical que una interpretación dramática), y el universo es del tamaño de mi gavetero.

Sí, tal vez hasta mi tendencia a no aceptar la autoridad también tenga que ver con la emocionalidad, está bien, pero ¿cómo trascender todo eso y empezar a usar ese grandioso poder?

Me parece que practicar a parecer calmados como Buda recién parado de la sombra de su ¿higuera? (¿por qué no se metió bajo un cocotero? ¡ah, descreído de ti! pues precisamente por parecer sabio y ahorrarse contratiempos, y ahí hay algo seguro para aprender), a parecer compasivos, a parecer inteligentes (no es tan difícil), a parecer útiles, a parecer alegres, en resumen: «parecer lo que se quiere llegar a ser».

Pero mantener coherentemente el comportamiento.

Y no, ni deprimido ni iluminado y te lo demuestro con el siguiente párrafo:

«Poco de lo que llegó sigue aquí. De lo que se fue, algo ha vuelto. Del vaivén se ha motorizado la búsqueda. El techo que me limita me defiende de lo que me podría golpear la cabeza. El abismo que se abre frente a mis pies me enseña de perspectiva poniéndome en mi lugar relativo. La bondad del mundo no carece de crueldad así como lo malo no está exento de belleza».

Son hechos.

Poco qué cambiarles y una sola solución por el momento.

Ya se dijo: Actitud.





No hay comentarios.: