miércoles, 27 de febrero de 2013

Patria y otros malos ruidos.


“Alberto trata de encontrar un punto de equilibrio
Ante tanta realidad: hace un mes invadieron a plomo
Un edificio cerca de donde vive la mamá.
Hace dos semanas se volvió a hablar de expropiaciones.
Hace una, un líder que viste ropa italiana y usa relojes suizos,
Advertía que hay que “comprar nacional”,
Mientras seguía en su cuenta de nacionalizaciones.

Héctor Torres. Caracas Muerde.
P. 54. Ediciones Punto cero. 2012.


Casi termina el mes de febrero y con él, el invierno.

Comienza entonces el lento camino del redescubrimiento del aire libre. La gente va guardando los abrigos y reaparece la ropa liviana.

También empiezan a brotar y reverdecer las matas. Y los olores raros. Sí, los olores raros. No sé si les comenté que la primavera huele a eructo de pepinos mezclado un poco también con caja de madera cuyo fondo se mojó y se quedó cerrada… Bueno, pero eso no importa.

Durante la etapa fría, que será lo que quieran menos sucia, nada huele a nada. La ropa sucia sólo está sucia. Los zapatos están usados y ya. Las alcantarillas llevan una agüita sospechosa que no huele. Una vez nada más me ha sucedido que caminando por ahí descubrí un sitio que olía mal, mal. No quise ni pensar en su pestilencia durante el verano. Por supuesto que registré las coordenadas para estar seguro de no pasar nunca más por ahí.

Aunque, para hacer honor a la verdad, sí tuve un pequeño accidente con unos camarones que dejé un momento en el carro para ir a comprar vino, y la bolsa chorreó un poco. Eran camarones frescos muy difíciles de conseguir por estos lados ya que la gente solo los compra pre-cocidos porque les tienen miedo.

Eso me recuerda aquellos lejanos “early seventies” cuando vivíamos en Barquisimeto por cosas del trabajo de mi papá. La gente no comía nada del mar, los camarones los veían como gusanos, e inclusive una amiga que teníamos nos contó que su abuela se había muerto por comerse unas sardinas… En fin, disculpen, que me volví a salir del tema.

Aquí es como allá. Es el medio de ninguna parte y como tal, la gente teme un poco a las diferencias. Y la verdad que la única ciudad que conozco situada en medio de una llanura muy lejos del mar en la cual las preferencias alimenticias son marítimas, es Madrid. Pero sus razones son otras que las de la variedad simplemente.

Sí, claro, a donde fueres haz lo que vieres, dicen… No lo sé. El gluten, ya saben, no debo comerlo. Me resulta venenoso de modo acumulativo como si fuera arsénico. Salvedad hecha porque aquí se come gluten que da tristeza. Las cosas son fritas con una capa de empanizado. Se come pasta como si fueran italianos. Pan, salsas espesadas con harina, harina procesada… Y un mar de cervezas, todas las que quieras y aún más.

Es por tanto que en ese sentido no me adapto del todo y termino comprando en donde compran los inmigrantes. Aquí cerquita hay un supermercado totalmente musiú que tiene dos pasillos destinados a los productos étnicos incluyendo harina Pan, y entre los vegetales puedes conseguir casi cualquier cosa menos ají dulce. Pero lo mejor es comprarles la comida a los chinos del mercado asiático que está en Reading Road, y a los mexicanos del mercado latino en Fields Ertel.

Fue en éste último en el que compré los camarones tigre que me chorrearon la camioneta comenzando el invierno allá, en el lejano noviembre del año pasado. Y en el supermercado con los dos pasillos étnicos me paré a comprar un Tempranillo de Rioja para acompañarlos.
El carro empezó a oler como a los tres o cuatro días de eso sólo cuando lo dejaba al sol durante el día. Olía a tasca, a marisquería, un poco como el Urrutia de los ochenta. No me preocupé, pues al fin y al cabo me traía buenos recuerdos. Pero sucedió que a mitad de diciembre hubo lo que aquí llaman “Indian Summer” que son unos días cálidos en medio del invierno, y hete ahí que el carro se convirtió en un trapo de fregadero. Horrible olor a olla del pulpo amanecida.

Se me ocurrió, por aquello de “La Tecnología a la Mano” (mi especialidad), echarle alcohol a la mancha que entonces sí descubrí y ubiqué e identifiqué inequívocamente, y ¡craso error! El alcohol al principio pareció matar la bacteria y atenuar la pestilencia tal y como pensé que sucedería, pero no, nada de eso, al calentarse el carro un poquito con el sol el alcohol se evaporó transportando en sus “alas” al olor convirtiéndome el carro en una especie de trastienda de bar de tapas. Olía como el aliento de un borracho que hubiera cenado ostras. Muy mal, muy mal. Me acordé de Pampatar, no sabría bien decir por qué…

Paso siguiente ir a Home Depot a comprar el quita olores más arrecho que encuentre. Compré uno que decía acabar con lo que le echen. Pues le eché el pote completo y lo que logré fue que el carro oliera al mismo trapo de fregadero con el cual secaron un poco de tequila que se botara por ahí, y que luego lavaron mal. Una mezcla de todo lo anterior con jabón chimbo y flojera.

Bueno, que tocó ir al supermercado y en uno de los pasillos multiétnicos conseguimos el quita olores especial para comidas exóticas que no se crean, tardó más de medio pote en exorcizar la chorreadita de los camarones tigre. Será por eso que dicen que tigre no come tigre, no sé.

Y está finalizando febrero y con él, el invierno.

Entonces pienso un poco en las diferencias y en las similitudes de los mundos que habito. Esos entre los cuales la realidad (la mía) me arrastra y me hace serpentear.
Me doy cuenta de que me siento en mi casa.

Pero vamos a hablar de las barreras. De la idiomática, por ejemplo. El malhadado planeta inglés ¡infame desorden! Sí, cierto, ahí voy poco a poco… Ya me entiendo con quién sea (sería justicia). Creo que despierto una especie de simpatía curiosa en las personas y ellos me corresponden con la mejor de las intenciones a la hora de comunicarnos. Podría decir inclusive que me va bastante bien, pero conozco millares de palabras más de las que sé usar. Los verbos son una locura, y la pronunciación está codificada no por la lógica… El inglés no es sólo otro idioma, es otra forma de pensar. Más de la mitad de la comunicación recae en el interlocutor. El Conde del Guácharo haría delicias con chistes en inglés. En fin…

Lo simpático es que en líneas generales la gente se inclina a entenderse conmigo. Es decir, que me dedican tiempo y me ponen atención hasta que conseguimos un punto medio satisfactorio.

He venido desarrollando un sistema de interpretación el cual llamaría “mp3 holístico”. Consiste en una especie de concentración difusa que capta palabras claves sueltas en la frase, lee el idioma gestual del interlocutor, dispara preguntas claves aproximativas, y con esa información construye la frase completa rellenando los espacios vacíos. A partir del resultado obtenido selecciono de entre una especie de catálogo de frases hechas, títulos de canciones, frases célebres, y slogans de propagandas, lo que necesito para elaborar la respuesta. Es fácil darse cuenta de que me he ido convirtiendo en un hombre de cada vez menos palabras… ¿Qué debería aplicarlo aquí? –No señor, aquí digo en buen español todo lo que me reservo en inglés. Pues sí…

Uso ese sistema de concentración difusa para pasar con éxito los “four ways stop”. Mp3 holístico difuso.

Con el tiempo he ido mejorando mi comprensión lingüística y el nivel de stress ha ido disminuyendo con lo que va resultando que mis compañeros de trabajo me temen porque dicen que leo la mente, que sé lo que están pensando.

En estos días entró una compañera de trabajo (una muchacha muy joven) en el taller donde yo estaba maquinando un pedazo de metal. Una situación muy ruidosa. Ella miró a su alrededor buscando algo con cara de chivo comiendo tamarindo. Apagué la máquina y le alcancé la boquilla del soplador para el compresor de aire. Ella me miró aterrorizada y me dijo, “you know what I am Thinking!”… Cometí el error horrible de responderle “Off course I do”… Huyó despavorida y desde entonces me evita.

Ahora la explicación: Ella es especialista en moldeo que es una manera de copiar piezas de arcilla para reproducirlas en medianas cantidades. Para eso usan moldes de yeso en mitades. La mejor manera de despegarlos sin dañarlos es metiéndoles aire comprimido. Ella entró al taller con las manos llenas de yeso mirando hacia el lado donde suele colgar la manguera larga del compresor la cual estaba sin la boquilla. Ergo, ella andaba buscando la boquilla de marras cunado volteó a lado y lado. Yo simplemente sabía dónde estaba el corotico ese y se la di. Fue ella la que hizo la pregunta rara, y yo la cagué dándole una respuesta más pendeja aun.

Y así. Si mi jefe entra a mis mazmorras con un alicate en la mano y mirando para los lados donde suelen estar las llaves y los dados, con una sola pregunta aproximativa ya sé qué está buscando y qué está haciendo. Por su expresión también sé si es pertinente ofrecer ayuda o hacerme el desentendido.

En estos días puse a prueba rudamente mi sistema. En la calle (Gilbert Av. Walnut Hill. Barrio negrísimo) una afrodescendiente muy voluminosa y notoriamente afro, me paró en la calle cantándome una canción. Un hip hop, o un rap, no sé bien la diferencia. El caso es que me paró y comenzó a cantarme mientras se mecía al ritmo de lo que me decía… Mi mente fue desde Perucho Conde y su “Cotorra”, pasando por Cayito Aponte imitando a Jesús Sevillano, hasta Guayacán del norte donde Olivier me despachaba las cervezas y me regalaba los mejillones que había sacado esa misma mañana.

Mp3 holístico random, me dije meciéndome a su ritmo sin esperanzas de entrar en su tribu por carencia de swagger… Vi el gesto de su mano, la izquierda: V de victoria. Su mano derecha suavemente palpando su corazón. En el medio de la jerigonza musical rítmicamente capté un “c´gaaa” dicho entre guturales y siseos como si a Semillita le hubiera dado por acompañar a Snoop Dogg en vez de a Joselo, con un poco de desconfianza de mi parte…, en fracciones de segundos me recompuse al ver que no había nada indecoroso en lo que me pedía… Lo que quería era un cigarrillo.

Sonreí aliviado y le dije: “sorry, I don´t have any”… Ella me cantó otro poquito con aires de “tocar no es entrar”, y movió la mano con el gesto universal de “good bye”. Se fue con un tumbaíto como si le doliera la ciática o tuviera una espina en un zapato. Movía también un bastón invisible.

La seguí con la vista un milisegundo nada más porque si algo sé sobre la universalidad de la vida en las ciudades es que no hay que quedársele mirando a nadie por ahí a menos que quieras peo…

“Exactamente igual que en La Asunción donde supuestamente el idioma oficial es el español y yo era gringo”, pensé. “Ni aquí ni allá le entiendo nada a nadie”.

Ayer no más un viandante que visiblemente iba retrasado me gritó desde la acera del frente pidiéndome la hora. Yo oí los gritos y pensé en Don Juan Tenorio, ya saben, “cuán gritan los malditos, pero mal rayo me parta…” y todo lo demás…, volteé y vi el universal gesto de tocarse la muñeca izquierda. Por supuesto que le respondí con el también universal gesto de las dos manos  abiertas: “diez de la mañana, chamo, vas tarde”.

Total que ahí más o menos me voy entendiendo con esta gente residente del centro de ninguna parte que juran que el planeta se acaba en Kentucky por el sur y en Columbus por el norte. Me hacen recordar los versos de aquella canción que dice “estuve queriendo a una Juana, pero no Juana de aquí, Juana de muy lejas tierras, Juana de Paraguachí”…

Irremisiblemente pienso en los otro cuarenta y dele de años que no viví aquí, y me doy cuenta de lo difícil que me fue, y sigue siendo, entenderme con las personas de allá.

Hace no más de tres días felicité por su cumpleaños, aprovechando las bondades del carelibro, a una amiga a quien le tengo mucho cariño. Ella me dijo que estaba muy bien a pesar de lo mal que está nuestra patria... Yo conecté los dedos antes de conectar el cerebro y le dije que el concepto de patria me resulta ajeno y total que hubo una esgrima súper disonante de lo que era la idea principal: felicitarla por su cumpleaños. Que la cagué, pues. He debido apelar a Flaubert refiriéndome claro está a su Catálogo de Opiniones Elegantes, y salir del tema.

Me quedé pensando. No en el desatino mío sino en la patria. Una vez más, quiero decir. Ese es un tema que me ocupa de vez en cuando, y algunas veces vuelvo a revisarlo no vaya a ser cosa que se me escape algún detalle aunque siempre termino más o menos en el mismo punto.

A saber.

Patria es un vocablo que suelo oír en boca de alguien en quien no puedo confiar del todo.
Patria es una palabra que me suena a políticos, a maestros mal humorados, a poetas mercenarios, a personas de cabezas calenturientas generalmente desempleados, y a canallas de muy baja ralea… Sindicalistas, explotadores con capitales apátridas (fíjese usted), o personas con autoestima endeble. En el mejor de los casos la repiten como loritos aquellos que no tienen mucha información y hasta buenas intenciones, cómo no.

¿Qué carrizo es la patria? Sé desde niño, o creo saber pues nunca lo corroboré, que la palabra viene del latín y que quiere decir “familia, o clan”… No voy a buscar la definición del diccionario en este momento porque me da flojera, aunque tal vez más tarde lo haga. Me voy a limitar a repetir mi interpretación deducida de latinajos, himnos y otras monsergas aprendidas durante mi etapa escolar.

Patria es el suelo sobre el cual vivían mi madre y mi padre cuando llegué al mundo. Una locación circunstancial.

Por esa razón algunas personas tienden a asumir que es obligado sentir afecto por ella ¿por una locación circunstancial? No me joda.

Se supone también que la patria es la tierra de los antepasados… ¡La cagada! mi familia era europea en su mayor proporción (corsos, canarios, y españoles celtibéricos continentales), negra bantú en segundo lugar, y caribe en tercero… Así que por ese lado no hay mucho qué decir.

Los corsos se vinieron hace mucho escapados de Cayena y por consiguiente de las leyes francesas. Los canarios y los españoles las estaban pasando canutas allá y decidieron “hacer la América”. Nunca volvieron a sus tierras natales ni primeros ni segundos ni terceros…

Los bantús se los trajeron enjaulados unos portugueses que hacían negocio en África con otros negros que vendían ídem… Obviamente ellos también se quedaron aquí ¿a dónde iban a volver?

Caribe y toda esa gente poblaban un territorio muy amplio e indefinido llamando patria más al mar que al país.

Por ahí no vienen los tiros en mi caso según yo lo veo.

Patria sería para mí más bien esa tierra que nos nutrió maternal y nos proporcionó generosamente todo lo que ahora somos… ¡Ah caray! Por ese lado tampoco me siento muy identificado, porque a mí ese erial plagado de adecos no me dio nada, lo que obtuve lo tuve que rasguñar duramente y apenas me descuidé me lo volvió a quitar todo no una, sino por lo menos tres veces sirviéndose de todo tipo de tramposos.

Patria es ese terruño que con sus olores y sabores, con su música y su moda nos formó y bla bla bla… Lo mismo que al principio: circunstancial completamente. Además, yo oía música de por lo menos tres continentes (¿quién no?), comía y olía globalizadamente como manda el capital, así que ¿qué patria es esa de la que me hablan? ¿Debo asumir como patria también las propagandas de ACE y las del Banco Progreso?

El país donde yo nací ha sido y sigue siendo un llegadero de aventureros evitando hambrunas. Gente en desventaja, pícaros en su inmensa mayoría. Ni siquiera anarquistas. Pícaros nada más.

Cierto que muchas veces, muchísimas estoy seguro, no son aventureros los que llegan y sí en cambio montones de gente de bien. Pero algo pasa. Se notan mucho menos.
No es mi patria ni la de nadie, parece casi siempre.

Los que esgrimen ese término patria muchas veces me parece que son los que estás sacando algún provecho de ello, los que se están escudando de su propia cobardía, o los ingenuos idealistas desinformados inermes e inocuos.

Recuerdo una vez que un tipo caraqueño bien vestido y con plata, vivido en medio mundo me trajo un cuadro para que se lo montara. Cuando le di el precio me preguntó con cruel sorna si yo le iba a cobrar por cuatro palitos más de lo que le costó el cuadro. Sus compañeros le rieron la gracia dándome a entender que eran sólo hienas de comparsa. Me desconcerté por un momento y se fueron dejándome el cuadro en la mano seguros de que les haría el trabajo por el precio que él quisiera pagar. Tardé como treinta segundos en reaccionar, salí corriendo, le di alcance en el estacionamiento, le devolví el cuadro en sus manos y le dije muy serio mientras recuperaba el resuello, “cuando compres cuadros que valgan la pena ser enmarcados me los traes, si no, ni te molestes porque no vale la pena montar arte barato”. Y regresé a mi tienda ya más tranquilo. Las hienas no se rieron… Sobra decir que nunca más regresaron. Supongo que nunca compraron un cuadro que valiera la pena.

Eso es lo que dije: un nido de aventureros de la peor calaña. Sin respeto y sin cultura. Es un lugar en el cual cualquier esfuerzo se pierde, como decía el maestro Prieto: tratar de educar al venezolano es “Arar en el mar”.

Ni siquiera se habla un buen español. Eso es un argot galimático con raíces hispánicas con pésima ortografía, peor redacción, salpicado de términos en inglés mal usados.

Patria es el último refugio de los canallas, dice Umberto Eco en su libro El Cementerio de Praga. ¿Patria? No me joda…

Tal vez, si insistía un poco más hubiera logrado encontrar otra puerta, una con una tranca menos compleja y tenaz a través de la cual intentar otra nueva aventura. Pero confieso que me cansé y opté por una solución inédita en mi caso.

Allá nunca me sentí en mi casa. Es rudo pero hay que decirlo. Sí, claro, estoy muy consciente de la diferencia que hay entre casa y patria.

Ahora vivo aquí, y sí, este país es cruel. Es, además, un modelo matemático que está fallando desde hace algún tiempo y sigue adelante porque está muy bien armado. Un detalle interesante es que aquí el ciudadano de a pie es principalmente ingenuo, y el cinismo se encuentra en las altas esferas al igual que la información.

Trabajo como lo he hecho siempre: como un descosido…, y no gano mucho, para qué negarlo. Cumplo con las normas muy agradecido de que existan y de que la gente las cumpla también. Las leyes son lógicas, cómodas, y además de ser útiles sale muy caro desobedecerlas. No te pelan.

Así las cosas estamos haciendo planes B y C, y quién sabe  si hasta D y E también. Pero por lo pronto nadie nos trampea, ni nos roba, ni nos viola, ni nos mata, ni nos miente. Hay espacio para nosotros sin que nadie nos atropelle. Eso es grande.

Digo muy claramente que aquella no es mi patria ni tampoco lo es ésta ¿estamos?

Aquí te tratan mejor, es verdad, pero esto es una gran corporación y es bien sabido lo que son las personas para las corporaciones queriendo decir eso que en lo que no pueda producir más tendré que buscar para dónde más ir. Total, el que se va una vez se puede seguir yendo ¿no?

Entonces si aquella nunca fue mi patria y ésta tampoco lo es ¿dónde está?

Hace mucho que tengo mi propio clan, y es éste mi clan uno andariego. Un poco Tuareg, un poco Gitano, un poco Caribe, y hasta Lapón si nos ponemos puntillosos, como dice Joaquín Sabina “en Rolls Royce o en camello”…, a por mejores pastos para las cabras y mejor clima para los huesos.

Un poco nómada ¿por qué no?

Total…

Mi patria está en mis recuerdos, en mi idioma y los otros que rasguño con mayor o menor éxito tratando de hacerlos míos, en mis manos, en mi imaginación…

Mi patria está en todo lo que está y en todo lo que estuvo, en el cambio constante, en el chiste quitapesares del momento, en la suma de puntos de vista.

Mi patria está en el camino que se hace andando.

Mi patria está en los ojos y en la risa de mi esposa, en ese ruidito curioso que hace con la garganta y que yo noto cuando velo su sueño. Ella es mi clan y yo con ella.

Y cuando muera, y como al poeta me cubra “el polvo de un país vecino”, ya no habrá patria a la cual cantarle himnos, bajarle banderas, o ponerle escudos.

 


  

sábado, 10 de noviembre de 2012

El muy psicoanalizable complejo de la pobre letra T.




“… Es esencial que lo comprendamos, sin reprimirlo,
Sin tratar de controlarlo o de dirigirlo en un dirección particular
Que pensamos habrá de darnos paz…”

Krishnamurti.
La Madeja del Pensamiento.


Mañana cumplo un año que no veo a mi niña.

La dejé en la puerta de su casa con unos lagrimones que parecían diamantes sobre sus ojos tan lindos. Con sus bracitos alrededor de su torso, como dándose a sí misma el abrazo que yo no le daré en quién sabe cuanto tiempo. El desamparo se le derramaba. No sé cómo hice para dejarla ahí, para no reventar a llorar como un pendejo, y en cambio sonreír dándole el ánimo que yo no tenía.

Un año. Trescientos sesenta y cinco días que llevo contados en mi bitácora marrón de hojas gruesas. La roja se me acabó en el día doscientos noventa y tres de no ver a mi hija. Doscientos noventa y ocho de mi fecha de llegada.

Nos hemos comunicado poco, debo confesar.

Ella, felizmente está bastante ocupada con eso de vivir y de ir aprendiendo a ello ya que está precisamente en la edad de hacerlo. Creo que lo está logrando, por lo que sé. Eso está muy bien.

Yo, lo admito, he presionado poco para mantener un contacto más cercano virtualmente hablando.

Sí, lo sé, eso no se hace y bla, bla, bla. Déjeme usted en paz, respetuosamente le pido.

Las veces que hemos hablado por teléfono, o por Skype, he quedado días y días con una presión horrible sobre mi pecho, que además de dificultarme la respiración y con ello mi capacidad de vivir, duele como una quemadura profunda, como si me hubiera tragado un tizón encendido con una especie de medievalismo inextinguible.

Nos escribimos, sí, nos escribimos con una frecuencia que yo diría más bien selenita. Me refiero a que hay una carta larga más o menos con el ciclo de la luna. Cartas alegres en su mayoría.

Yo no escribo esto para que lloren conmigo, ni para que me den instrucciones, ni mucho menos para que me digan el manido discursito de “tú tiene que hacer presión, lograr que esto y lo otro”…, no, por favor, déjenme tranquilo porque no hay otra manera sino esperar. Y la espera será larga como una noche de desvelo. Afortunadamente (ésta vez) el tiempo es ambivalente.

Escribo esto, porque así, en blanco y negro lo veo más claro y a mí me duele menos.

He descubierto con los años, y esto es algo muy personal con lo cual no quiero molestar a nadie, que la principal diferencia entre los modos de vida así llamados “oriental y occidental”, es que básicamente en occidente se busca el placer y en oriente se evita el sufrimiento. Teóricamente.

Buscar el placer no tiene nada de malo en sí mismo. A través de la búsqueda de placer se puede obtener dinero y poder, además del placer y empresas como Monsanto o Coca-Cola Company.

Lo malo que tiene la búsqueda de placer es que, a menos que el individuo esté mágicamente tocado por el dedo de la superficialidad y la intrascendencia que vienen de la ignorancia y la desmemoria, inevitablemente irá creando tolerancia y cada vez necesitará de mayores dosis de placer para sentirlo. Esto puede ser peligroso en el sentido autodestructivo, y para qué echarle más leña al fuego, pregunto yo. Como pasa con el sexo, las actividades deportivas, la escalada social, las ganancias económicas, el alcohol, la comida, las drogas, y tantas otras fuentes de placer que hay por ahí regadas por el mundo.

Lo bueno es que el placer…, bueno, el placer es efímero, relativo, incompleto, pero es agradable si uno no se pone muy quisquilloso. Es decir, si a uno no le da por pensar en ello: la superficialidad y la desmemoria. Tampoco hay que dárselas de Schopenhauer en la vida…

A mí me gustan los placeres pequeños, casi intrascendentes. Claro, indudablemente es una posición muy personal hija del cinismo y la indisciplina, y conocedora del supuesto funcionamiento del supuesto plan de crédito del karma. Un poco pesimista también puede ser, sí, supongamos.

¿El mayor placer que me permito? La risa de mi esposa. Hago el payaso, digo barbaridades, le hago cosquillas, me hago el simple (esto me resulta fácil), cometo torpezas de toda índole (principalmente uso mi falta de habilidad social), y cuando todo lo anterior falla saco la artillería pesada, es decir, me pongo un calzoncillo en la cabeza y bailo el Pata-Pata a lo Julián Pacheco (me sale malísimo). De cómo vista el resto de mi cuerpo depende de la intensidad a la que sea menester apelar. He llegado a usar una toalla y cholas de goma…, pero eso fue una vez rayana en la emergencia nuclear. No hay que poner toda la carne en el asador ¿Eh?

El resto de mis placeres vienen después. Generalmente en una especie de torrentera prelatoria que no sé de dónde salió. En fin, así es.

Con respecto al sufrimiento diré que para evitarlo hay infinitos caminos, como por ejemplo el de la superficialidad y la desmemoria (que son como un alcohol, pero ideológico). Ya ven que es una herramienta interesante esa dupla.

Lamentablemente a mí no me funciona mucho tiempo. No ha transcurrido nada y ya me estoy preguntando cosas que socavan mi posición porque el pensamiento es acomplejado y malcriado, y no hay nada peor que un ratón (resaca) ideológico (a).

A veces trato de evitar el segundo nivel forzando mi mente a blanco total y manteniendo mi cuerpo haciendo algo (por eso la gente trota aunque se le destrocen las rodillas) repetitivo, mecánico e hipnótico porque no hay que desestimar la utilidad de la meditación dinámica que llaman: es una especie de “supraego” mandando a callar al ego. Como mi papá dando instrucciones.

Pero lo que mejor me funciona para evitar el sufrimiento es una combinación bastante ecléctica de truquitos pequeños como los placeres que me permito que funcionan como el engranaje grande de la bicicleta o la primera velocidad de un carro sincrónico. Más bien como la reducción que tienen los vehículos todo terreno.

Presiono el embrague, pongo la primera velocidad y la reducida, acelero un poco y suelto el embrague. Eso me permite circular por el terreno escabroso del sufrimiento y no quedarme atollado en ninguna cárcava. Eso sí, manejando con los pulgares fuera del volante.

Normalmente salgo por el otro lado igual que una vez salí de la locura: atravesándola de parte a parte… Eso, aviso, es harina de otro costal y no viene a cuento hoy. Qué alivio.

La técnica es una variación bastante libre del sistema de preguntas que usa el Zen para desarmar a la mente o por lo menos por ahí empieza, y pasa por el viejo truco de ponerle mango a los bachacos para que no se coman la mata de granadas.

Ocupo la mente en algo que requiera concentración máxima, pero al contrario de saber que lidio con un imposible, lo hago con algo que tenga visos de solución, o mejor aun, algo no relacionado con la inecuación “solución>=fracaso”.

¿Ejemplos? Los tres que más utilizo:

  1. Escribo larguísimas cartas mentales a cualquier destinatario. Paso horas redactando, corrigiendo, presentando ideas difíciles (generalmente con alto contenido emocional) en esas cartas mentales que nunca serán escritas. Al final de cada carta ya se me ha pasado la punzada de sufrimiento y estoy en alguna actividad de más provecho.

  1. Dibujo una silla, y me pongo a hacerla… Una silla, una mesita, una lamparita, o cualquier pendejada que yo considere útil. La condición es que debe ser pequeña, diseñada y fabricada con lo que tengo a mano (ínfima energía escamoteada a la entropía), no se vale complicar las cosas para tener que ir a gastar plata en tonterías que después no harán sino alejarme la terminación de mi proyecto… Cuando termino ya se me olvidó lo que me aquejaba, y además tengo en las manos algo que sirve para algo.

  1. Psicoanalizo (versión muy libre y personal del psicoanálisis) al género humano a través de sus creaciones. Me explico: selecciono cualquier cosa absolutamente humana para desentrañar cómo se siente (no el humano, la cosa), qué problemas le aquejan, qué cambiarían en su concepción, con la finalidad de diagnosticar… Una vez hecho el diagnóstico, comienzo, como debe ser, un largo proceso de engaño y error (más realista que el ensayo y error) basado en una especie de diálogo “parasocrático” en el que voy aplicando correctivos al tanteo primero y luego con base en las respuestas ajusto o cambio el tratamiento al contrario de la lógica… Tengo pacientes favoritos. El principal, el que no tiene fin, es la arquitectura moderna. Llevo años tratándola. No podré curarla porque es muy inteligente, perversa, y conspiradora: sirve a otras invenciones inconfesables a las que no me interesa tratar… En segundo lugar están los automóviles de la década de los ochenta. Esto muy interesante, porque si se incluye como referencia la música y otras creaciones de la misma época se llega a la conclusión y se diagnostica “depresión severa de la humanidad”. No diré nada más por ahora… Tercero el tema actual: “El Terriblemente Psicoanalizable Complejo de la letra T”…

El Terriblemente Psicoanalizable Complejo de la Letra T (TPCT por sus siglas en español) es diagnosticable midiendo la inmensa brecha abierta entre las mentes hispánicas y anglo pensantes.

He podido establecer una relación estrecha entre la lengua y la búsqueda del placer a través del poder no exenta de víctimas.

La más innegable de ellas es la letra T del incierto modo inglés… Sí, cierto, hay otras víctimas ahí mismo en estrecha relación, pero nada como la iniquidad que con encono y repetición se perpetra contra la inocente letra T… Temo implicaciones de orden religioso-punitivo aquí… Por eso me ocupa tanto el caso y al mismo tiempo me resulta tan útil. Puedo establecer paralelismos que se pierden de vista… Con una docena de ellos se me hace cortísimo el trayecto atarugado de carros de regreso a casa después de trabajar.

La letra T de ésta protestante lengua inglesa paga con creces su parecido con la cruz en la que clavaron a ustedes saben quién, y de donde brotan otras maldiciones como la que cae sobre los gitanos por haber forjado los clavos de marras utilizados para lo mismo… En fin, la cosa es compleja.

A través de un sistemático cambio de valor que llega a la simple omisión, simple pero reiterativa, los que obtiene placer a partir de desordenar la lengua hasta puntos inimaginables logran que la letra T pague por los pecados cometidos en su solapada e hipócrita búsqueda.

La T, se sabe, es una de las tres letras imprescindibles en un correcto cunnilingus. No se canse, las otras dos son, la M, y la R. La técnica universalmente aceptada para la actividad antes mencionada se llama “La-La-La-MMMM-T-T-T-RRRRRRRRR///”, y todas las combinaciones posibles… Es en el único sitio en el cual un La Natural no tiene que estar en 440 ciclos ni sonar seco, por el contrario.

De la incapacidad inglesa de “Rolar la R” se deduce que el clítoris anglosajón es más sensible que el hispano parlante o que responde a frecuencias más bajas. Si sumamos esto al TPCT podemos saber por qué hay en este ambiente un agradecimiento y loas femeninas dedicadas a la MMM aquí conocida como “Humming”.

No es infundado mi razonamiento. Si no me creen echémosle un ojo a la lengua española: sonora y rica de jaeces, pero rígida y temerosa. Terca. Orgullosa. Anorgásmica. Vacía como el vapor sobrecalentado. Vamos a pararla ahí porque voy apuntando hacia la “Santa Inquisición” y me juré cuatro páginas como límite para hoy.

La letra T en el extrañísimo lenguaje magmatiforme que hoy me ocupa, carece de personalidad. Unas veces suena como una D, otras veces suena como una R suave, llega a valer como SH, Z, S, y pare usted de contar, o simplemente se omite llevándose con ella en ocasiones las letras que la rodean…

O carece de personalidad o es el comodín de la baraja, pero ahí nos salimos de la psicología y nos adentramos más bien en el plano filosófico, y por hoy estoy hasta las tráncatas de filosofía.

La letra T es la “guanábana” de la psicología anglosajona. Con ello quiero decir que hace las veces de “Protección Catódica” en el sistema central del comportamiento de ésta sociedad.

A medida que el sufrimiento inherente a la existencia se me acerca, yo me adentro más en las profundas implicaciones del TPCT.

Así, cuando la pesada guadaña del sufrimiento es blandida en mi contra la esquivo manteniéndome siempre cincuenta centímetros separado de su trayectoria (unas 19 y 11/16” en lengua inglesa) justo detrás del TCPT. No es un escudo, es una herramienta traducida al español que viene directamente de Lao-Tzé: “al hombre sabio que va a la guerra las flechas no le consiguen cuerpo en el cual hincarse”…

Y útil, no me cabe duda.

Cuando comencé a escribir esta carta imaginaria estaba apesadumbrado porque mañana cumplo un año sin ver a mi niña y sumándole  a eso que no sé cuándo la veré otra vez (las razones no importan).

El hecho es que el año que pasó ya no está aquí, el momento en el cual la volveré a ver tampoco está aquí. Lo único que tengo es una refrescante sistema de cascaditas de pequeños placeres, ésta carta imaginaria, y al maravillosos TCPT.


sábado, 15 de septiembre de 2012

¡Trescientos!




“Pues no querrá usted que Garibaldi vaya a Sicilia a lomos de burro.
Ha suscrito un contrato para adquirir dos barcos, que habrán de zarpar
Desde Génova, o de sus alrededores. ¿Y saben quién ha garantizado la deuda?
La masonería, aún diría más, la logia genovesa.

Pero qué logia de Egipto, ¡Si la masonería es una invención de los jesuitas!

¡Calle usted, que es masón y todos lo saben!”


Umberto Eco.
El Cementerio de Praga. P. 146.
Random House Mondadori 2010.


Debo comenzar esta vez por una aclaratoria: No soy simbolofílico. Simbolomaníaco tampoco.

Pero tengo que confesar que después de tanto vivir, comienzo a ver lo que parece ser una concatenación de los hechos que me pone, por lo menos, a pensar.

No es un secreto para nadie que mi historia familiar se pierde en las nebulosas imprecisiones de lo forzadamente globalizado. Esto origina en mí, por lo menos, un apego-desapego material por la carne y por la tierra, trocándolo todo en una compilación indistinta de recuerdos y de crónicas no escritas que se me mezclan todas en el imaginario, y no puedo evitar entonces, ver un símbolo aquí y otro allá. Siempre relacionados y trazándome un sendero desatinadamente después de que lo he andado.

No sé ni contar las múltiples cosas en las que he trabajado en mi vida. Algunas las consideré inclusive significativas. Otras simplemente fueron necesarias. Pero todas dejaron trazas en mi memoria… No he olvidado nada por más que en un momento haya creído que caminaba la senda de la obliteración.

Pues no.

No he olvidado nada ni a nadie. Recuerdo cada simple día de mi vida al igual que Ireneo Funes podía recordar cada hoja de cada árbol, y también, cada minuto de su vida simplemente llevando la cuenta.

Recuerdo a qué olía mi maestra Valenzuela en tercer grado de primaria: una mezcla del aire contenido dentro de la cámara de un neumático mezclado con algo de pétalos de rosa ya comenzando a estar mustios.

Recuerdo claramente el mapa físico del delta de un río que se dibujaba en las venas de la sien del Padre Severiano, cuando se disponía a darme un coscorrón.
 
Recuerdo el sonido que hacía la cadena de la poceta en mi escuelita en Braintree, Essex. Sonaba a bicicleta destartalada cuando cruza un charco somero de aguas limpias sobre pavimento sólido.

Recuerdo el llanto de mi madre, sentada en la mecedora de amamantar a mi hermanita alegando un fuerte dolor de cabeza, la noche que mi papá se fue de la casa por primera vez. Un quejido mezcla de aullido leve ininterrumpido y de cadencia cromática que subía y bajaba de tonalidad como un oboe magistralmente tocado.

Recuerdo a qué sabía el café que me hice una mañana en la que amanecí sin agua cuando vivía en mi barco, y usé un increíblemente pésimo whisky barato en el cazo de la cafetera. No hay duda, aquello era celuloide y caramelo quemado. Malo, muy malo.
 
Recuerdo la textura del volante del Renault Major 64 que teníamos hace mucho tiempo ya. Era la misma que la de los agarraderos de baquelita de las ollas de mi mamá.

No he olvidado nada.

Mi hija nació a las tres y diecisiete de la tarde. No puedo dejar de relacionar esa hora con muchos otros acontecimientos felices que han sucedido en mi vida. Felices, y por casualidades de ésta índole, significativos.

Recuerdo un bisabuelo escultor venido de Cataluña dejando allá otra historia que está por saltar a la luz.

Recuerdo un bisabuelo caraqueño y aventurero que dedicó parte de su vida a buscar rastros de petróleo por el sur del lago de Maracaibo.

Recuerdo un bisabuelo corso, escapado de Cayena a donde fue a parar por problemas políticos en Francia, la patria de la legalidad y la fraternidad. Que me hablen a mí de francmasones.

Recuerdo un bisabuelo probablemente hijo de malagueños, gallero, tahúr, gitano, y peligroso, quien se volvió loco después de un reñido juego de dominó en el que sólo dios sabrá qué se estaba jugando.

Recuerdo a todas y cada una de las personas que amé, y también a las que odié. Inclusive recuerdo los nombres y apellidos de las personas que me resultaron indiferentes.

Muchas de las personas que amé, aun las amo. A las personas que odié, aun las odio. Es un asunto de inercia y estilo más que de encono y tozudez. No hay vehemencia alguna involucrada. Yo diría más bien que es una cualidad más de la extramemoria.

Es por todo lo anterior y aun más, que no puedo evitar relacionar mis nuevas experiencias con las anteriores que aparentan materializar un conspicuo hilo conductor que le da sentido a toda esta especie de disparate cósmico que a simple vista parece ser mi existencia.

¿Saben por qué soy un estudioso y practicante del Zen? Porque mis procesos mentales dependen adictivamente de lo que tengo registrado en la memoria, y esta manera de vivir resulta desesperantemente lenta.

Voy a ilustrarlo con un ejemplo: cuando voy a hacer una silla de madera, primero hago un repaso de las páginas de mi archivo para catalogar los retazos de mi diseño pues no hay nada nuevo bajo el sol.  Luego selecciono la madera según la latitud natural de la especie cónsona con el estilo…, y para hacerles corto el ejemplo, catalogo el martillo y el tipo de clavos (si es que es pertinente su uso) y luego rememoro cómo es que se usa todo eso. Cuál es el centro de masa del martillo y por supuesto dónde se halla el baricentro… Lento, muy lento…

Sí, la vida es un evento efímero. Irrepetible. Raro. Improbable. ¿Vamos a dejarla pasar de largo sin llevar un registro? ¿Vamos a dejarla pasar sin ser testigos de ella, sin protagonismo alguno? ¿Vamos a dejarla pasar así como a la deriva flotando en ese sinsentido mar de la inconsciencia?

Yo no.

Claro, esta manera de ver las cosas me causa muchos problemas. Uno de ellos, ya lo dije, es la lentitud. Otro es la noción de la extraña concatenación de los hechos.

Sí, yo sé, si las cosas significan algo para mí las notaré indudablemente, y si no, las dejaría pasar inadvertidamente. Pero, ¿por qué almaceno todo? No espero respuesta. Seguramente algún aguafiestas me dirá que no es todo. Que existe mucho más, infinitamente más, aun sin hablar de las demás dimensiones imperceptibles por los sentidos humanos… Le voy a responder de una vez que percibo y almaceno mucho más de lo que él (o ella) puede siquiera imaginar. Y cállese la boca.

Emigré de un país al que no voy a olvidar aun teniendo la intención de no regresar a él ni de vacaciones. No es un asunto de resentimientos ni de esnobismo. Es un simple asunto de economía. Ya ese país lo conozco, y es tiempo en mi vida de ir hacia adelante…, donde quiera que eso quede.

Ahora vivo en éste minúsculo hábitat centrado en ninguna parte, justo en el corazón de un inmenso país. Un sitio muy venido a menos que representa elocuentemente la necesidad de los cambios de esquemas, de actividades, y de modos de pensar, que aquejan, empezando por éste país goteando a veces a chorros hacia el resto del mundo… Ya saben, más poder, más responsabilidad.

Es una idiotez más del chauvinismo sostener lo insostenible nada más que por un asunto de orgullo. Se nos cae el mundo a pedazos, y seguimos tratando de conservar lo inconservable… En algunas partes de Europa el sector privado está apoyando económicamente la investigación y reconstrucción de antiguas estructuras medievales y aun más antiguas, pera sacarle provecho turístico… Todos ganan, la cultura, el conocimiento, y el negocio… Aquí no. Aquí demuelen la historia después de haberla hecho pasar (como hacía la santa inquisición) por un proceso de degradación y tortura que nada más un desmemoriado podría concebir.

Mi jefe, el escultor (Justin Poole, pueden googlearlo), acaba de comprar la Iglesia Católica de La Asunción 2622, Gilbert Av. Cincinnati, Ohio. Es un edificio que data de 1885. Hecho con la piedra de las inmediaciones del río Ohio (Limestone). Mide casi setenta metros de ancho y ciento cuarenta de largo. La torre es de unos sesenta metros de alto. Tiene un órgano de tubos Austin con pulmón de aire en el entretecho. Por cierto que en todas partes se cuecen habas y ya le robaron todos los tubos de bronce, dejando nada más los de madera que según conté, pasan la centena.

Esta iglesia fue construida por un enigmático arquitecto de apellido Nash, de quién sólo sé que vivió 64 años, que más de la mitad de sus edificios ya han sido demolidos para dar paso a la obra inexorable de las compañías aseguradoras, que el más cercano que ha sido restaurado queda en Kentucky ahí no más cruzando el río y que entre otras cosas ahí funciona una marquetería…, y que muy probablemente era francmasón.

Parte de mi trabajo ahora se focalizará en la debida reconstrucción de tal edificio para dar cabida en él, un estudio de escultura de dimensiones heroicas, y mi laboratorio de diseño.

Sobra decir que las demás actividades hasta ahora centrales, como la fabricación de prototipos de maniquíes, y la reconstrucción y mantenimiento de otros dos edificios viejos, pasan a segundo y tercer plano respectivamente.

No lo he dicho mucho, pero ahora sí lo digo. Parte importante de mi tiempo lo consumo en la fabricación de prototipos para las fábricas de maniquíes de vidriera. Reflejos manierísticamente deformes de lo que idealmente debería ser el físico femenino.

Sí, mi jefe saca su dinero no de la parte artística de la escultura. Esta parte la deja para exposiciones y esas cosas en las cuales no es imperativa la venta de la pieza, que sí se venden también…, si no en esto de hacer los originales que después pasarán a ser producidos en masa para ir a para a las tiendas de medio mundo.

Él hace el original enteramente esculpido en arcilla hábilmente adherida a unos esqueletos de aluminio que también fabricamos en el taller que ahora manejo. Luego ataco yo con un romo cuchillo de carnicero y una llave Allen para desmembrar muy cuidadosamente a la flaca de turno, a la que afortunadamente se le ven muy bien las articulaciones (concateno aquí mis habilidades culinarias las cuales rinden su fruto esta vez por los incontables animales que he descuartizado a lo largo de mi vida) que previamente marqué con una clave que yo me sé.

Una vez desmembradas hago unos moldes de yeso y yute reforzados en algunas partes (para algunas muy especiales uso látex) con ciertas resinas, usando dos, tres, y hasta cuatro partes por molde de cada parte del cuerpo.

Después viene el vaciado de cada parte del cuerpo. A veces usamos fibra de vidrio, otras veces usamos espuma de algún polímero indescifrable, otras una especie de yeso catalizado, y hasta plástico si la pieza es demasiado delgada.
 
El siguiente paso es interesante: ensamblar la muñeca. Poner todo en su sitio, hacer las correcciones principalmente volumétricas, y aplicar los acabados casi siempre uretanizados de pesadilla, pero, ¡de algo hay que morir!

Y eso me trae a colación las consideraciones estéticas utópicas que sobre la anatomía femenina se debate desde la época de “Twiggy”…: Todo empezó una mañana en la que le estaba denodadamente echando lija en las nalgas a una de las muñecas que había que llevar a la pulgada 34 de circunferencia en su región ecuatorial. Triste. Se me acercó un compañero de trabajo que es todo lo gay (orgullosamente hablando él) que se puede llegar a ser, y me comenta: “la otra vez él hizo un hombre, y tenía el culo igual”…, y se fue… Yo me quedé pensando en la aparente simpleza del comentario y me di cuenta de que la persona que siempre viene a tomar las medidas de las muñecas para las correcciones finales es un gay draconiano que tiene una cinta métrica inflexible. Me hizo alargarle las piernas a una chica hasta llevárselas a 40” de la cuquita a los talones. Ahora parece una sombra pre-púber pintada por Dalí.

No es un comentario homofóbico. Para nada. Es sólo que ayer estaba tonteando en “facebook” y me saltó una imagen y una encuesta que llevaron a cabo en Inglaterra acerca de las preferencias masculinas en asuntos femeninos, y ganó aplastantemente el tema de la mujer de entre 45 y 60 años dotada de curvas generosas. Yo metí mi opinión también dejando claro que prefiero también la forma femenina que parece de mujer y no de maniquí improbable… Una cosa llevó a la otra y me di cuenta de que la esclavitud de la flacura viene dictada por una estética de orígenes gay. Unos la adoptan sin serlo (que no estoy llamando marico a todo aquel que prefiere un esqueleto), y otros harán como mejor les plazca, pero al final parece que los hombres las preferimos con ciertas pródigas comodidades, y mujeres, no niñas… En fin…

Me resulta, como ven, del todo imposible ver algo y no dotarlo de cierta simbología. Tal vez un extracultismo anticaótico. Un cierto método para organizar los eventos de la vida y disminuir el miedo a la incertidumbre. Un papel asignado por Lo (de quien siempre creí que era judío y ahora sé que es francmasón) en el que me dota de una personalidad extemporánea y hasta intertemporaria, para usarme de hilo ilusorio frente al resto de los de mi piara. No sé.

El caso es que en Margarita trabajaba al lado de la Iglesia de La Asunción, día a día circundando sus claves y significados al margen de lo religioso más bien tendiendo hacia el conocimiento proporcional y geométrico que entre otras cosas me llevó a fabricar una casa con esa tecnología para redescubrir un conocimiento olvidado.

Ahora en Cincinnati trabajo dentro de la Iglesia de La Asunción dotada de un Austin Organ de 1899 con “Chest System” y todos los bronces robados. Un edificio hecho con el material del lugar y un conocimiento derivado de Euclides y el Rey Salomón. Un edificio lleno de claves y significados. Un edificio con un altar que resume la tabla cuadrada y la redonda del Adepto Gótico en su base añadiéndole el triángulo de la rectitud de la masonería, y el círculo que representa a las  tres divinas personas. Un edificio con un sótano inescrutable y un entretecho lleno de descriptiva. Y un campanario con una capa de guano de tres pulgadas de espesor… No sé si hacer pólvora o sembrar tomates…

Parte de mi tiempo lo uso en aprender inglés mientras manejo mis veintiún millas por manga, o escribiendo cartas mentales, o tomando notas en mi bitácora en clave… Pero la mayor parte de la vida la paso acomodando mi archivo mental en el que ordeno mis símbolos en perfecta significancia y poder de concatenación. Es un trabajo de toda la vida y que no podré dejar como herencia. Pero, ¿quién querría ese montón de basura? ¿Para qué lo querría?

Así como de ese viejo edificio no sale una simple palada de polvo sin que yo vea qué  hay en ella, de mi cabeza no sale un simple chiste que no esté relacionado con algún viejo recuerdo y que no signifique algo.

Basura, tonterías, con toda seguridad. Un maremágnum que solo puedo contrarrestar con mega-dosis de Zen y un sinfín de cuadernitos en los que llevo, por ejemplo, el registro del último cambio de aceite de aquel viejo Nissan Patrol del ‘75 que alguna vez tuve.

Pero que con mucha frecuencia me permiten observar que éste feliz acontecimiento también está sucediendo exactamente a las tres y diecisiete de la tarde.

Trescientos días después.