domingo, 23 de marzo de 2014

Moria.



Ridenda magis quam faeda recensere statuimus”.
San Jerónimo.


En la grupa de la mula sobre la cual llevo montado desde aquel enero del 64 hasta el día de hoy, en este traslado en el tiempo y en el espacio, cosechando fraternales sentimientos y devastadores rechazos en cantidades por igual cegadores, viene montada así mismo una moza aviesa y traviesa, que durante todo el camino me cosquillea en los oídos y hace sonar a la vez sus risas y sus cascabeles.

Es la pícara Locura. Como la mozuela procaz, con vocablo griego, se llama Moria.

A veces me atormenta con su profundo puntillismo hasta el punto, lo confieso, de haber pensado en degollarla y comerme su cabeza y sus entrañas, como un desquiciado Júpiter.

Durante eras, Moria, fue un ruido indistinguible en el fondo de lo que parecía ser una esfera oscura llena de avispas defendiendo un inextricable peligro.

Pero llegó el momento que habría de llegar con la precisión islámica que tiene el destino cuando se deja ver con la claridad de la idoneidad.

Hoy, y no gracias a Moria, pero tal vez sí, puedo distinguir entre el árbol la sierra que lo tala y la cama que habrá de ser después sobre la cual tantas cosas definitivas se perpetran y ocurren, ya no relacionadas por la memoria, con el árbol que alguna vez fue semilla.

Y hay una lucha que son cientos de luchas con justificaciones porque es justo echar mano a Moria para saciar la sed que nos atenaza desde el fondo del espíritu animal del cual no nos hemos podido deshacer.

Moria es molesta a veces. Exige. Se revuelve. Cambia argumentos. Los usa en un sentido y luego en el contrario. Esgrime el silogismo y sus estocadas son eficaces, o blande el sofisma y son entonces mazazos demoledores.

Pero cuando ya nos tiene a su merced completamente indefensos, nos premia toda voluptuosa de suaves muslos y aromas feromónicos. Risas cristalinas, ojos chispeantes: recompensa pavloviana. No más oírla y empezar a salivar.

He sido vapuleado por ella larga y anchamente durante el tiempo suficiente como para haber aprendido a verla venir desde antes de que llegue. Ya conozco el patrón de ataque lo suficiente como para no caer constantemente en su juego. Sin embargo caigo. A veces.

No puedo evitar que me siga susurrando conjuros ni que se ría tentadoramente mostrándome su pecho danzarín y la suavidad de su cuello, así como va vestida, de sucinta túnica vaporosa.

Pero en esta larga jornada a lomos de mula resabiada de paso a veces cansino he aprendido a mirarla como quien ve una película que a veces me agita el ritmo cardíaco y hasta me acelera la respiración llevándome por un camino paralelo casi hasta el borde de ese precipicio que todo lo iguala y todo lo justifica: su juego.

Alguna ocasión aún existe en la cual decido simplemente por aburrimiento inconsciente dejarme caer un poco para entretenerme restaurando el orden de la vida, en mi vida. Como si no tuviera más nada qué hacer.

Ocasiones, también hay que decirlo, cada vez menos frecuentes.

Hay fuerzas naturales contra las cuales no se puede. Me refiero a vencerlas. Fuerzas frente a las que mejor se corre, y rápidamente, como en la parábola de “La Rosa y el Zorrillo”.

Pertenecer a un orden superior como es girar dentro del torbellino llamado universo y formar parte del género humano nos ata a algunas cosas irremisiblemente. Serán muchas o pocas según se vea o se acepte, pero son ineludibles. Condiciones.

Hay una cantidad de energía que no puede ser convertida en trabajo. Hay una cantidad de errores que no se puede evitar volver a cometer. Hay una cantidad de locura de la cual resulta imposible prescindir. Tras una cantidad determinada de horas de trabajo hay que descansar. Tras un proceso autodestructivo de locura hay que encender el bombillo de la cordura aun a sabiendas de que el proceso irá y vendrá para luego volver a ir y venir -no exactamente igual pues todo cabalga a lomos de la mula del cambio- pero suficientemente parecido, cambiando protagonistas y reparto para presentar el mismo viejo drama en un paisaje no tan diferente gracias a la mala memoria creada por la inmediatez santificadora.

Se puede –y se debe- construir delante de la inexorabilidad de la destrucción, y no hablo de un bastión. Me refiero a darle de comer a la marabunta y que de todas maneras siempre quede algo en pie bajo lo cual guarescerse de las inclemencias del clima, pero ¿Exegi monumentum aere perennius? –Moria.

Pretender que algo permanezca es un desacato a la realidad. Siquiera concebir que se regrese a lo que había antes es por la medida chiquita un desperdicio de anhelo.

¿Éramos una comunidad de indígenas inocentes y vinieron los españoles a echarnos a perder?

¿No será que somos la suma algebraica de todo lo que ha habido?

¿Y se podrá volver atrás?

Preguntas que me susurra Moria al oído y luego se ríe con ese tono de campanita de plata que tiene en su voz de oboe.

-El hado benigno te ha dado- me dice ella –la capacidad de ir atrás en el propio día de tu muerte, como una oportunidad de vivir todo de nuevo, pero no tendrás el poder de cambiar nada, sólo volver a vivir ¿la tomarás?

Pienso en la placidez de sus recompensas, la obnubilación que la acompaña que se parece tanto a la claridad objetiva de una epifanía, y casi quiero volver ahí.

Es imposible. Una vez que ya sabes, no puedes decidir dejar de saber sin esclavizarte. Sin perderte el respeto. Sin verte forzado a ser un miserable pícaro al servicio de tus más primitivos instintos, que por otra parte tampoco dejan de ser legítimos.

Entonces ¿cómo no prestarle a veces una cierta atención a la casquivana doncella que llaman Moria si hasta llega a ser legítimo hacerlo?

La Estulticia se ha llevado siempre sin dejar de estar de moda, como la ropa sobre el cuerpo escondiendo lo que da vida y resaltando la espada al cinto que viene a ser lo que da muerte.

Tratando de construir delante de ella para encontrar necesario abrigo frente a su capacidad destructiva he huido sistemáticamente de los ideales, las contradicciones, y los problemas, para convertirme en un contradictorio idealista creador de problemas. Es descorazonador pero no por ello menos cierto.

Detestando cordialmente a la humanidad completa una vez decidí construir casas para dar albergue y abrigo a sus historias, reparar y restaurar cosas para irle delante a la entropía escamoteándole algo aquí y allá al pasto corporativo, y aun ayudar a fabricar cosas bonitas para el ojo del alma como sosiego para tanta realidad, y he terminado provisionalmente –salvando las distancias- como un afónico “Diablo cojuelo”.

He tratado de narrarlo con la determinación del comediante y el ahínco del acólito para cosechar desaliento, evasión, y encarnizamiento.

Tal vez es la influencia distorsionadora de Moria. O quizás el paso cansino de mi mula que me hace sentir anciano desde que era un bebé. Aún podría ser una pésima interpretación de la realidad.

Y frente a lo expuesto cómo tomar partido.

Nada dejado en el pasado funciona ya, ni habrá modo de hacerlo funcionar nunca más. No por nada se quedó allá, en el pasado. Cualquier reinterpretación no será más que la presentación de la misma vieja obra con reparto y locación diferente, con resultados tan parecidos entre sí que no valdrá la pena volver a presentar, vivir, ni sufrir.

Sería mejor, y así lo hago cada día, construirle delante. Intentar algo nuevo. Botar la espada y tomar las herramientas.

Nunca más seremos lo que fuimos. No hay manera de volver atrás. Lo que se rompió nunca volverá a ser. Y esto es una excelente buena noticia, pues lo que fue dejó de serlo por ineficacia frente a la inexorabilidad del cambio y eso es lo que da paso al nuevo día, a la nueva oportunidad, al nuevo paso, al nuevo sistema, a la nueva idea, a la misma ilusión, e intentar detenerlo es tan loco y sin sentido como querer retroceder.

Además de loco y sin sentido, es un desperdicio de existencia, que si lo pensamos bien resulta tan corta que derrocharla aferrados a la idiotez es cuando menos, una falta de respeto.

Tengan mucho cuidado cuando las justificaciones comiencen a aparecer en sus mentes. Será señal inequívoca del equívoco. Es la única pista que he conseguido para llevarle el paso a mi propia idea de la existencia, y aun así, tardo en notarla.

A mis ojos, matar, es una actividad relativa a la supervivencia. Se mata una vaca para comérsela. O un tomate. O un maní. Puedo y tal vez esté equivocado. Moria y sus risitas, digamos que me incitan.

Matar no es una mala idea básicamente hablando, per se, digamos. Pero llevar una idea –por buena que sea- demasiado lejos y seguirla empujando con ideales nublados nos llevará al desfiladero, y de ahí una vez precipitados, no podremos emerger más que en la tripa de un zamuro o de un gusano. No es muy constructivo el resultado como se puede ver.

Yo tengo razón, o tú eres quien la tiene no es más que puntos de vista. Nada más. Y no es suficiente para aplastar a la otredad. La justicia y la historia pertenecen al mismo saco que la razón y con ello muestro lo injustificado de matar por ellas.

No se me agua el ojo a la hora de apuñalar vilmente una indefensa lechuga si con ella voy a darle vida a los míos, ni me temblará el pulso a la hora de diseccionar un cadáver con la misma finalidad, tampoco.

Suponer que yo tengo razón vendría a justificar a los inmundos racistas que harían hasta lo indecible por joderme nada más que porque tengo acento y soy marroncito claro.

Sería la explicación a que dios siempre ayude a salir victoriosos a los que tienen más cañones.

Entenderíamos por qué los que dicen defendernos y elegimos para ello se enriquezcan ilícitamente y nos mantengan pobres pero esperanzados como el burro que hala la carreta siguiendo la zanahoria que pende de un hilo frente a nosotros.

No señor, no será con la vieja dirigencia caída que mi país saldrá del hueco en el que estamos también por culpa de ellos. Sería un disparate equivalente a creer, que con un sistema económico que ha probado incesantemente no funcionar, vamos a salir de la fosa en la que nos echaron ellos mismos por convicción y puño propio. No señor, ni que le vistan con seda y le pinten corazoncitos dejará de ser una idea fracasada.

Nadie, ni mi padre ni mi madre, saben lo que yo quiero, merezco, o necesito. Nadie, ni los que dicen tener las mejores intenciones. Nadie. Si acaso yo.

Y vivo todos los días de mi vida en esta turbulenta búsqueda. Algunas veces los míos se ven envueltos en mis propias luchas, pero cada vez menos. Y parte de ello precisamente es encontrar la manera de que crezcan sus propios criterios y asuman sus propias verdades y sus propias búsquedas. Idealista que soy.

La vida es muy corta. Tan corta que asusta. Además es un hecho fortuito que casi viola todo lo referente a la probabilística. La inmensa cantidad de elementos que tienen que confluir para que esa circunstancia llamada vida se dé es tan improbable que resulta el peor de los sinsentidos –a mi ver- desperdiciarla, dejarla pasar sin dedicarle un segundo de atención, inconscientemente, a la deriva, siguiendo pautas que marcan otros de quienes además sabemos que los mueven fines inconfesables.

Ni el rey ni la reina, y a Moria que me deje en paz.

El Capital. Que la vida humana venga signada por la pertenencia de éste. Si es de las corporaciones somos libres, o si es de la comuna y es el gobierno quien la administra entonces es que somos libres -¿en serio? ¿la pertenencia del Capital? ¡joder!-.

¿Qué es ser libre? Si alguien me da una respuesta, por favor.

Yo no soy libre. Soy parte del inmenso y a la vez diminuto hormiguero humano. Y no tengo la razón ni sé lo que te conviene. Sí me gustaría, lo confieso, saber que tomas tus decisiones conscientemente y a sabiendas y encarando responsablemente las consecuencias de todo eso. Lo llaman Ética ¿sabes?

Cometo errores cada día de mi vida nada más abriendo los ojos al despertar en la mañana. Y también acierto ese mismo segundo nada más porque mi derecha es la izquierda del que está parado frente a mí.

Por favor ¿es tan difícil de entender?

Qué ¿tengo que tomar partido? Está bien, lo tomo: Me opongo.

¿A quién me opongo?

A todo aquel que quiera hacer morcillas con mis vísceras, al que quiera hacer de mi culo una plaza de toros, a todo aquel que me quiera forzar a actuar sin pensar. Palabra, la puta que los parió, no y no. Me opongo.

El concepto de justicia no puede existir aislado de lo rigurosamente equitativo, y tiene que ser reversible, y perfectible. De otro modo no es justo.

La Historia de la humanidad, la que es más grande que las historias escritas por los que tienen más cañones y gritan más duro, tiene que ser recordada con imparcialidad como se recuerda un camino lleno de huecos en el cual uno ha roto más de un eje principalmente para no perder tantos preciosos momentos de vida reparando algo que pudo ser evitado con sólo recordar. Para eso es que sirve el pasado.

La Razón viene sujeta a los dos párrafos anteriores. La Razón viene también uncida al ejemplo y es éste precisamente su sine qua non.

Flaco servicio presta quien pretende educar con la palabra contradicha por sus acciones, e igualmente pasa con las ideas.

Forzar una buena idea más allá de lo razonable tornará ésta en una mala idea, inevitablemente.

Hipócritas. Sí, hipócritas.

Notas:
Ridenda magis quam faeda recesere statuimus”.
Cita Erasmo de Rotterdam a San Jerónimo a modo de disculpa por haber escrito “El Elogio de la Locura”, y significa “De vicios más risibles que feos quise hacer recensión”.

Exegi monumentum aere perennius”.
Horacio. Carmina, III, 30. “He llevado a cabo un monumento más perdurable que el bronce”.

Moria”.
Sustantivo femenino.
Estado morboso en el que los sujetos tienen una inclinación a las bromas sin sentido ético y disfrutan comportándose extravagantemente; se observa en ciertas lesiones cerebrales como tumores del lóbulo frontal.
Diccionario de Medicina VOX.
Forma de euforia “con sonido a falso”, en que el enfermo tiene expresión de alegría estúpida, ríe por motivos pueriles, absurdos, o está vacío de contenido y con una conducta pueril.
Revista Universidad de Guadalajara. Número 30/Invierno 2003-2004.

Mitos y realidades de la psiquiatría.

1 comentario:

Graciela Zuñiga dijo...

Siempre es un gusto, un disfrute, leerte, ojalá y pudiera hacerlo más frecuentemente, pues para hacerlo, es necesario disponer del tiempo sin escatimarlo, sin apuro...