“Ridenda
magis quam faeda recensere statuimus”.
San
Jerónimo.
En
la grupa de la mula sobre la cual llevo montado desde aquel enero del
64 hasta el día de hoy, en este traslado en el tiempo y en el
espacio, cosechando fraternales sentimientos y devastadores rechazos
en cantidades por igual cegadores, viene montada así mismo una moza
aviesa y traviesa, que durante todo el camino me cosquillea en los
oídos y hace sonar a la vez sus risas y sus cascabeles.
Es
la pícara Locura. Como la mozuela procaz, con vocablo griego, se
llama Moria.
A
veces me atormenta con su profundo puntillismo hasta el punto, lo
confieso, de haber pensado en degollarla y comerme su cabeza y sus
entrañas, como un desquiciado Júpiter.
Durante
eras, Moria, fue un ruido indistinguible en el fondo de lo que
parecía ser una esfera oscura llena de avispas defendiendo un
inextricable peligro.
Pero
llegó el momento que habría de llegar con la precisión islámica
que tiene el destino cuando se deja ver con la claridad de la
idoneidad.
Hoy,
y no gracias a Moria, pero tal vez sí, puedo distinguir entre el
árbol la sierra que lo tala y la cama que habrá de ser después
sobre la cual tantas cosas definitivas se perpetran y ocurren, ya no
relacionadas por la memoria, con el árbol que alguna vez fue
semilla.
Y
hay una lucha que son cientos de luchas con justificaciones porque es
justo echar mano a Moria para saciar la sed que nos atenaza desde el
fondo del espíritu animal del cual no nos hemos podido deshacer.
Moria
es molesta a veces. Exige. Se revuelve. Cambia argumentos. Los usa en
un sentido y luego en el contrario. Esgrime el silogismo y sus
estocadas son eficaces, o blande el sofisma y son entonces mazazos
demoledores.
Pero
cuando ya nos tiene a su merced completamente indefensos, nos premia
toda voluptuosa de suaves muslos y aromas feromónicos. Risas
cristalinas, ojos chispeantes: recompensa pavloviana. No más oírla
y empezar a salivar.
He
sido vapuleado por ella larga y anchamente durante el tiempo
suficiente como para haber aprendido a verla venir desde antes de que
llegue. Ya conozco el patrón de ataque lo suficiente como para no
caer constantemente en su juego. Sin embargo caigo. A veces.
No
puedo evitar que me siga susurrando conjuros ni que se ría
tentadoramente mostrándome su pecho danzarín y la suavidad de su
cuello, así como va vestida, de sucinta túnica vaporosa.
Pero
en esta larga jornada a lomos de mula resabiada de paso a veces
cansino he aprendido a mirarla como quien ve una película que a
veces me agita el ritmo cardíaco y hasta me acelera la respiración
llevándome por un camino paralelo casi hasta el borde de ese
precipicio que todo lo iguala y todo lo justifica: su juego.
Alguna
ocasión aún existe en la cual decido simplemente por aburrimiento
inconsciente dejarme caer un poco para entretenerme restaurando el
orden de la vida, en mi vida. Como si no tuviera más nada qué
hacer.
Ocasiones,
también hay que decirlo, cada vez menos frecuentes.
Hay
fuerzas naturales contra las cuales no se puede. Me refiero a
vencerlas. Fuerzas frente a las que mejor se corre, y rápidamente,
como en la parábola de “La Rosa y el Zorrillo”.
Pertenecer
a un orden superior como es girar dentro del torbellino llamado
universo y formar parte del género humano nos ata a algunas cosas
irremisiblemente. Serán muchas o pocas según se vea o se acepte,
pero son ineludibles. Condiciones.
Hay
una cantidad de energía que no puede ser convertida en trabajo. Hay
una cantidad de errores que no se puede evitar volver a cometer. Hay
una cantidad de locura de la cual resulta imposible prescindir. Tras
una cantidad determinada de horas de trabajo hay que descansar. Tras
un proceso autodestructivo de locura hay que encender el bombillo de
la cordura aun a sabiendas de que el proceso irá y vendrá para
luego volver a ir y venir -no exactamente igual pues todo cabalga a
lomos de la mula del cambio- pero suficientemente parecido, cambiando
protagonistas y reparto para presentar el mismo viejo drama en un
paisaje no tan diferente gracias a la mala memoria creada por la
inmediatez santificadora.
Se
puede –y se debe- construir delante de la inexorabilidad de la
destrucción, y no hablo de un bastión. Me refiero a darle de comer
a la marabunta y que de todas maneras siempre quede algo en pie bajo
lo cual guarescerse de las inclemencias del clima, pero ¿Exegi
monumentum aere perennius? –Moria.
Pretender
que algo permanezca es un desacato a la realidad. Siquiera concebir
que se regrese a lo que había antes es por la medida chiquita un
desperdicio de anhelo.
¿Éramos
una comunidad de indígenas inocentes y vinieron los españoles a
echarnos a perder?
¿No
será que somos la suma algebraica de todo lo que ha habido?
¿Y
se podrá volver atrás?
Preguntas
que me susurra Moria al oído y luego se ríe con ese tono de
campanita de plata que tiene en su voz de oboe.
-El
hado benigno te ha dado- me dice ella –la capacidad de ir atrás en
el propio día de tu muerte, como una oportunidad de vivir todo de
nuevo, pero no tendrás el poder de cambiar nada, sólo volver a
vivir ¿la tomarás?
Pienso
en la placidez de sus recompensas, la obnubilación que la acompaña
que se parece tanto a la claridad objetiva de una epifanía, y casi
quiero volver ahí.
Es
imposible. Una vez que ya sabes, no puedes decidir dejar de saber sin
esclavizarte. Sin perderte el respeto. Sin verte forzado a ser un
miserable pícaro al servicio de tus más primitivos instintos, que
por otra parte tampoco dejan de ser legítimos.
Entonces
¿cómo no prestarle a veces una cierta atención a la casquivana
doncella que llaman Moria si hasta llega a ser legítimo hacerlo?
La
Estulticia se ha llevado siempre sin dejar de estar de moda, como la
ropa sobre el cuerpo escondiendo lo que da vida y resaltando la
espada al cinto que viene a ser lo que da muerte.
Tratando
de construir delante de ella para encontrar necesario abrigo frente a
su capacidad destructiva he huido sistemáticamente de los ideales,
las contradicciones, y los problemas, para convertirme en un
contradictorio idealista creador de problemas. Es descorazonador pero
no por ello menos cierto.
Detestando
cordialmente a la humanidad completa una vez decidí construir casas
para dar albergue y abrigo a sus historias, reparar y restaurar cosas
para irle delante a la entropía escamoteándole algo aquí y allá
al pasto corporativo, y aun ayudar a fabricar cosas bonitas para el
ojo del alma como sosiego para tanta realidad, y he terminado
provisionalmente –salvando las distancias- como un afónico “Diablo
cojuelo”.
He
tratado de narrarlo con la determinación del comediante y el ahínco
del acólito para cosechar desaliento, evasión, y encarnizamiento.
Tal
vez es la influencia distorsionadora de Moria. O quizás el paso
cansino de mi mula que me hace sentir anciano desde que era un bebé.
Aún podría ser una pésima interpretación de la realidad.
Y
frente a lo expuesto cómo tomar partido.
Nada
dejado en el pasado funciona ya, ni habrá modo de hacerlo funcionar
nunca más. No por nada se quedó allá, en el pasado. Cualquier
reinterpretación no será más que la presentación de la misma
vieja obra con reparto y locación diferente, con resultados tan
parecidos entre sí que no valdrá la pena volver a presentar, vivir,
ni sufrir.
Sería
mejor, y así lo hago cada día, construirle delante. Intentar algo
nuevo. Botar la espada y tomar las herramientas.
Nunca
más seremos lo que fuimos. No hay manera de volver atrás. Lo que se
rompió nunca volverá a ser. Y esto es una excelente buena noticia,
pues lo que fue dejó de serlo por ineficacia frente a la
inexorabilidad del cambio y eso es lo que da paso al nuevo día, a la
nueva oportunidad, al nuevo paso, al nuevo sistema, a la nueva idea,
a la misma ilusión, e intentar detenerlo es tan loco y sin sentido
como querer retroceder.
Además
de loco y sin sentido, es un desperdicio de existencia, que si lo
pensamos bien resulta tan corta que derrocharla aferrados a la
idiotez es cuando menos, una falta de respeto.
Tengan
mucho cuidado cuando las justificaciones comiencen a aparecer en sus
mentes. Será señal inequívoca del equívoco. Es la única pista
que he conseguido para llevarle el paso a mi propia idea de la
existencia, y aun así, tardo en notarla.
A
mis ojos, matar, es una actividad relativa a la supervivencia. Se
mata una vaca para comérsela. O un tomate. O un maní. Puedo y tal
vez esté equivocado. Moria y sus risitas, digamos que me incitan.
Matar
no es una mala idea básicamente hablando, per se, digamos. Pero
llevar una idea –por buena que sea- demasiado lejos y seguirla
empujando con ideales nublados nos llevará al desfiladero, y de ahí
una vez precipitados, no podremos emerger más que en la tripa de un
zamuro o de un gusano. No es muy constructivo el resultado como se
puede ver.
Yo
tengo razón, o tú eres quien la tiene no es más que puntos de
vista. Nada más. Y no es suficiente para aplastar a la otredad. La
justicia y la historia pertenecen al mismo saco que la razón y con
ello muestro lo injustificado de matar por ellas.
No
se me agua el ojo a la hora de apuñalar vilmente una indefensa
lechuga si con ella voy a darle vida a los míos, ni me temblará el
pulso a la hora de diseccionar un cadáver con la misma finalidad,
tampoco.
Suponer
que yo tengo razón vendría a justificar a los inmundos racistas que
harían hasta lo indecible por joderme nada más que porque tengo
acento y soy marroncito claro.
Sería
la explicación a que dios siempre ayude a salir victoriosos a los
que tienen más cañones.
Entenderíamos
por qué los que dicen defendernos y elegimos para ello se
enriquezcan ilícitamente y nos mantengan pobres pero esperanzados
como el burro que hala la carreta siguiendo la zanahoria que pende de
un hilo frente a nosotros.
No
señor, no será con la vieja dirigencia caída que mi país saldrá
del hueco en el que estamos también por culpa de ellos. Sería un
disparate equivalente a creer, que con un sistema económico que ha
probado incesantemente no funcionar, vamos a salir de la fosa en la
que nos echaron ellos mismos por convicción y puño propio. No
señor, ni que le vistan con seda y le pinten corazoncitos dejará de
ser una idea fracasada.
Nadie,
ni mi padre ni mi madre, saben lo que yo quiero, merezco, o necesito.
Nadie, ni los que dicen tener las mejores intenciones. Nadie. Si
acaso yo.
Y
vivo todos los días de mi vida en esta turbulenta búsqueda. Algunas
veces los míos se ven envueltos en mis propias luchas, pero cada vez
menos. Y parte de ello precisamente es encontrar la manera de que
crezcan sus propios criterios y asuman sus propias verdades y sus
propias búsquedas. Idealista que soy.
La
vida es muy corta. Tan corta que asusta. Además es un hecho fortuito
que casi viola todo lo referente a la probabilística. La inmensa
cantidad de elementos que tienen que confluir para que esa
circunstancia llamada vida se dé es tan improbable que resulta el
peor de los sinsentidos –a mi ver- desperdiciarla, dejarla pasar
sin dedicarle un segundo de atención, inconscientemente, a la
deriva, siguiendo pautas que marcan otros de quienes además sabemos
que los mueven fines inconfesables.
Ni
el rey ni la reina, y a Moria que me deje en paz.
El
Capital. Que la vida humana venga signada por la pertenencia de éste.
Si es de las corporaciones somos libres, o si es de la comuna y es el
gobierno quien la administra entonces es que somos libres -¿en
serio? ¿la pertenencia del Capital? ¡joder!-.
¿Qué
es ser libre? Si alguien me da una respuesta, por favor.
Yo
no soy libre. Soy parte del inmenso y a la vez diminuto hormiguero
humano. Y no tengo la razón ni sé lo que te conviene. Sí me
gustaría, lo confieso, saber que tomas tus decisiones
conscientemente y a sabiendas y encarando responsablemente las
consecuencias de todo eso. Lo llaman Ética ¿sabes?
Cometo
errores cada día de mi vida nada más abriendo los ojos al despertar
en la mañana. Y también acierto ese mismo segundo nada más porque
mi derecha es la izquierda del que está parado frente a mí.
Por
favor ¿es tan difícil de entender?
Qué
¿tengo que tomar partido? Está bien, lo tomo: Me opongo.
¿A
quién me opongo?
A
todo aquel que quiera hacer morcillas con mis vísceras, al que
quiera hacer de mi culo una plaza de toros, a todo aquel que me
quiera forzar a actuar sin pensar. Palabra, la puta que los parió,
no y no. Me opongo.
El
concepto de justicia no puede existir aislado de lo rigurosamente
equitativo, y tiene que ser reversible, y perfectible. De otro modo
no es justo.
La
Historia de la humanidad, la que es más grande que las historias
escritas por los que tienen más cañones y gritan más duro, tiene
que ser recordada con imparcialidad como se recuerda un camino lleno
de huecos en el cual uno ha roto más de un eje principalmente para
no perder tantos preciosos momentos de vida reparando algo que pudo
ser evitado con sólo recordar. Para eso es que sirve el pasado.
La
Razón viene sujeta a los dos párrafos anteriores. La Razón viene
también uncida al ejemplo y es éste precisamente su sine qua non.
Flaco
servicio presta quien pretende educar con la palabra contradicha por
sus acciones, e igualmente pasa con las ideas.
Forzar
una buena idea más allá de lo razonable tornará ésta en una mala
idea, inevitablemente.
Hipócritas.
Sí, hipócritas.
Notas:
“Ridenda
magis quam faeda recesere statuimus”.
Cita
Erasmo de Rotterdam a San Jerónimo a modo de disculpa por haber
escrito “El Elogio de la Locura”, y significa “De vicios más
risibles que feos quise hacer recensión”.
“Exegi
monumentum aere perennius”.
Horacio.
Carmina, III, 30. “He llevado a cabo un monumento más perdurable
que el bronce”.
“Moria”.
Sustantivo
femenino.
Estado
morboso en el que los sujetos tienen una inclinación a las bromas
sin sentido ético y disfrutan comportándose extravagantemente; se
observa en ciertas lesiones cerebrales como tumores del lóbulo
frontal.
Diccionario
de Medicina VOX.
Forma
de euforia “con sonido a falso”, en que el enfermo tiene
expresión de alegría estúpida, ríe por motivos pueriles,
absurdos, o está vacío de contenido y con una conducta pueril.
Revista
Universidad de Guadalajara. Número 30/Invierno 2003-2004.
Mitos
y realidades de la psiquiatría.
1 comentario:
Siempre es un gusto, un disfrute, leerte, ojalá y pudiera hacerlo más frecuentemente, pues para hacerlo, es necesario disponer del tiempo sin escatimarlo, sin apuro...
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