lunes, 2 de abril de 2007

Al Oeste de Armenia

En la mañana tomé las tijeras de barbero, esas que son puntiaguditas y tiene una pata saliéndole de la oreja como a la Q que sirve para apoyar el dedo medio, supongo, que para darle estabilidad a la herramienta isósceles, y comencé a desbrozar el volcán de Marte con mucho cuidado. Quité y quité pelo sintiendo más que escuchando el arrítmico premonitorio suíss, suíss, mientras caía la hirsuta maleza. Llegué en ese plan hasta que ya los bordes del filo amenazaban con pellizcar la superficie movediza y opté por un cambio de herramienta más tecnológicamente adecuada. Eso, y más segura dada la inseguridad topográfica más bien arrugada. Una viejísima máquina de cortar cabellos, una Oster modelo ñáupa que me acompaña desde que me decidí por el corto aséptico. Ya la pobre antes de comenzar necesita ajustes del resorte que la hace funcionar, y varios más durante el trabajo, pues vibra muy poco y no corta o se vuelve loca y arma un escándalo vibrando tanto que casi se sale de la mano. De este modo entonces para hacerse un corte de pelo es necesario tener cerca también la Swiss Tool, que no hace suíss, suíss... El caso es que ajustes más ajustes menos, con mmmm, zuuummmmm, crrrrrr, zappppmmmm, zuuummmmm, crrrrrr, y así, que es este el lenguaje de la vieja Oster, cayó hasta el último de los ents que poblaban las faldas del volcán..., cito ese... Creo que me vence más la realidad que otra cosa, y esta contraparte nominal del monte de venus que conseguí no me termina de gustar..., bueno, eso en verdad no importa... La cosa es que el médico me dijo “rasurado”, y yo soy de los que me tomo todo a joda, pero órdenes son órdenes. Así que cambié de utensilio a una prestobarba de esas que vienen tres en un paquetico y tienen el mango de plástico azul cubierto de goma verde, del mismo color de la banda lubricante que tiene más arribita de las dos hojillas. Agarré el jabón y le puse agua, froté y froté hasta obtener una espuma aceptable y me metí a la ducha. Con cuidadito, con mucho cuidadito fui quitando los restos de pelo que habían sobrevivido a la otra herramienta y aclaraba con la misma ducha. Ahí comenzaron a aparecer los disparates que me acompañaron durante todo el día. Sí, me acordé de la tierra de nadie existente entre trinchera y trinchera durante la primera guerra mundial en el frente austriaco y yugoslavo. También pensé en el fin de la segunda guerra cuando los así llamados aliados entraron a paso de carrera en la zona de Navarone y encontraron que ya los alemanes habían desmantelado y retirado todos los cañones... No sé por qué todo lo que me vino a la mente en ese momento tuvo que ver con las dos guerras mundiales, con cañones desarmados y tierra de nadie entre trincheras. Tal vez alguien que sepa de subconscientes y esas cosas tenga algo qué decirme al respecto. Se lo agradecería probablemente. Porque si hay algo que me disgusta es que mis disparates sean tan imprecisos. Ha debido, mi subconsciente, más bien imaginarse lo mismo pero en Asia Menor, algo más del tipo playa sureste del Mar Negro. Sí, ya sé, la disputa territorial que se ha dado ahí a través de los siglos no ha necesitado de trincheras y en vez de tierra de nadie ha sido tierra de muchos. Turcos, iraníes, y bolcheviques... Georgia on my mind... Alá, Zoroastro, y San Cirilo desde que el tiempo es tiempo… Y las cruzadas...

Terminada esa faena sin ningún accidente me di cuenta de que en realidad había encontrado mi personalidad oculta. Debo aclarar aquí que gente que parece o dice saber de eso, sostiene que yo, en mi vida anterior fui perro. Bueno, algo me quedó, porque al tantear todo lo de abajo sin un solo puto pelo me di cuenta de que no solo es verdad, sino que aun conservo mucho de chihuahua, por lo menos el pellejito, dimensiones, y textura... Así que para saber qué tengo abajo, a calzón y pelo quitado, bastará con sopesar un poco y hacerle cariñitos a un perro de estos... Qué mala onda güey... Bueno, a otra cosa... Me terminé de bañar y me puse la ropa holgada y fácil de quitar que se recomienda usar en estos casos. Salimos Anne-Marie y yo a hacer las diligencias que faltaban, cosas como buscar la ropa en la lavandería, comprar las tarjetas de teléfono, comprar unas medicinas, pasar por la galería, revisar los correos. Cosas así. Yo aproveché y me metí en la red para averiguar más sobre la vasectomía. Principalmente sobre lo que viene después de los cortes y todo lo demás: Tiempo de recuperación, porcentaje de efectividad. En fin, las mismas pendejadas de siempre. Encontré mucha información, toda la información del mundo. Tenían en común el tono tranquilizador de quién te quiere convencer de algo de lo que él mismo no está muy seguro. El efecto de esto fue que por un lado comprendí y corroboré que no era nada del otro mundo en cuanto al cortecito, los puntos, las inyecciones y toda esa mierda que implica el que lo despanzurren, aunque sea un poquito, a uno. Pero por otra parte me fue intranquilizando tanto tonito rosa, tanto conducto deferente-mente seccionado, tanta sencillez de procedimientos, tanto aquí no pasa nada..., tanto éntrele manito, no te rajes..., de modo que apagué la máquina es y me fui a lo mío pensando en aquella película donde actuaban Richard Gere y Valerie Kapriski, sin aliento...

Llegamos al ambulatorio de Salamancas que así se llama el sitio en el que me hicieron ciudadano del Asia menor al oeste de Armenia, capadocio, justo a mediodía, y en la recepción telefoneé al médico quién me dio las instrucciones sobre donde debía esperar a que una enfermera me llamara y me diera las demás instrucciones. Nos fuimos para allá y estuvimos un buen rato practicando nudos marineros con la cuerdita de mis bermudas hasta que sonó una voz que no era de enfermera, a menos que allí, además de capadocios, hicieran transplantes de esos...

Laya Luis, tronó un mestizo guachamarón más curtido que salsero de Carapita. Laya Luis, repitió mientras hacía un paneo entre los presentes. Me hizo gracia que me preguntara quién era yo cuando me le presenté. Acaso no llamaba él a Laya Luis. Me habría confundido yo. A lo mejor le parecí más cercano al Caspio que al Negro y no es así. Pero le aclaré que Mazaca era hoy Kaseri, y que, aunque sonara a masacra casera, yo estaba ahí en cuerpo y alma pensando en que más fácil hubiera sido rasurándome la barba porque con toda la deferencia del mundo los conductos a Kaseri se fueron para que no Mazaca por los lados de la garganta. Más bien... Con todo y eso las instrucciones fueron precisas. Que me quitara toda prenda con énfasis en las metálicas incluyendo el piercing de la oreja ya que en el quirófano no se admitía nada de metal. No me jorobe, me irán acaso a operar con mediums espiritistas acaso o el bisturí es de goma y todo es pura mamadera de gallo. Bueno no, naranjas de la china, hube de pelar una vez más por la ayuda invaluable de Anne-Marie y de la swiss tool. Torcimos el piercing y salió volando la bolita de acero, media vuelta, y salió. Le di el anillo y el reloj pensando que era lo único de metal que cargaba encima. El salsero me regañó porque no me había quitado la plancha. Solo tras haber firmado un memorando por triplicado en el que yo juraba sobre un LP de los Hermanos Lebrón, que, yo no me puedo quitar la plancha pues no tengo, me hizo ver que el cuerito de chivo que llevaba en la muñeca izquierda también era de metal. Así que de piedra habrá de ser la cama, pero el chivo era de hierro... Como para que hablen güevonadas después... Ese hubo que cortarlo inmisericorde y premonitoriamente también, pero muy adecuadamente, no hay que olvidar...

Total que me dieron las instrucciones como a mí me gustan, precisas y sin dejar nada a la tácita, porque después empiezo yo a inventar y la gente pierde la paciencia. Maelo sin chiva me dijo entonces mientras me entregaba un paquete de tela blanca, que me quitara toda la ropa incluyendo las sandalias y los calzoncillos de hierro o de cuero de chivo de metal que es lo mismo, que me pusiera el gorro, las bolsitas para los pies, y la temidísima bata blanca con la abertura para atrás. Son unas mierdas estos carajos. La batica esa es como para fantasías sexuales del tipo “confesiones de una operada”, muy a lo porno gringo en la que la operada, como la enfermita del Cassanova de Fellini, solo se hace la enferma para poder saciarse con los enfermeros que desconocen su verdadera condición... En fin..., la cosa es que entré en un bañito neolusitano por demás con el piso como las termas sulfurosas que me hicieron sentir en otra de Fellini, más atrás en el tiempo, y tal vez más al suroeste en la geografía nominal, Aqua Calidae o algo así. No, no he ido nunca, pero a fuerza de imaginar uno ya no sabe que es qué..., traté de no ubicarme fuera de dónde estaba porque es riesgoso ir a Capadocia con Georgia on my mind...

Me quité y luego me puse todo tal cual me instruyeron saliendo del Hades con piso tan Adriático Pisa Gres de primera nacional, recién hechecito con mucho más tino del que imaginaba. Lo de las emanaciones sulfurosas nada tiene que ver con la construcción sino, como pude experimentar después, resulta del todo imposible atinarle a la taza desde un lado de Azerbaidján estando situado en Salamancas, que no hay que confundir con Salamanca ni mucho menos con Logroño... Digo que me quité y me puse y salí. Por culpa del asunto del piercing entré de penúltimo en la antesala del purgatorio y ya las dos camillas preparadas estaban ocupadas por dos que ahí estaban ya con caras de culillo atávico. Me tocó una camita infantil en la que no cabía. Me acosté en diagonal con la cabeza bien pegada al ángulo que formaban la cabecera y la pared formando la hipotenusa con la mollera, y aun así se me salía una buena cuarta de canilla por el vértice opuesto. Maelo sin chiva le pidió a Vladimir que cantara Taboga, o sea, que buscara una sábana para la otra camilla grande que había ahí, y él dijo que estaba, además de afónico, consultando el top ten a ver con cuantos caballos había pegado el último terminal con tres en orden invertido... No buscó nada... Por ahí pasó Omara Portuondo, a la que también se le hizo el mismo petitorio y ella, que sigue en los cincuenta, del Tropicana trajo una sabanita de cuatro pesos para la camita infantil en la que tan diagonalmente me hallaba... Maelo resopló y él mismo cantó algo que dice así: es tarde, ya me voy, mi negrita me espera... Y trajo la sábana correcta. Arregló la camilla y de modo irrevocablemente incontestable entonó la orden dirigida a mí para que me pasara para la otra camilla, así que abandonó mi diagonal posición para adoptar una más honrosa.

En ese punto se suscitó una discusión porque estaba pautada otra intervención, además de la mía y los otros dos variados “celes” los hermanos hidro y varico, de una chica con un quiste en la uretra, creo. Una pepa en la ídem. El punto era, el de la discusión no el del punto de la uretra, que era moralmente incorrecto meter en una antesala de ese tipo y con baticas sin parte de atrás a una chica con tres tipos con bolas de yeso... Uno de los argumentos era el del nerviosismo y pérdida de relajación por la cercanía de féminas de escasos ropajes... Y yo pensaba, qué coño importa si pasa por ahí la mismísima mujer mía en pelotas, yo personalmente no podría tensarme más. Y no temo hablar por los hermanos celes, que andaban con los ojos desorbitados y frota que te frota las manos. Por fin decidieron traer un parabán de lo más clínico y situaron a la chica, quién también se había quitado las prendas de metal y se había puesto la batica de abertura por el hemisferio sur con plancha y todo, en la camita infantil en la que sí cabía sin diagonales...

Al punto me llamaron, Laya Luis, y me hicieron subir a una silla de ruedas que guió Maelo a todo lo largo de un pasillo de unos cinco metros mal contados que me hicieron pensar en la Green Yard, pensamiento que como comprenderán, deseché a toda velocidad. Sonó en mi cabeza la risa de César Romero y su voz que decía como desde el fondo de un pozo: abandonad toda esperanza, vosotros que entráis..., Después del Pipinísimo recorrido en calesita hospitalaria me recibió una rechoncha y maternal dama de verde tan forrada de verde que se me hizo más que robusta, bien abrigada. Un guayacancito salsero, María Valdés, acompañada (dentro de la misma bata, estoy seguro) por Chucho y Oscarito. Otra premonición dejada de lado, porque al fin y al cabo, qué carrizo podía hacer yo al respecto. Eclecticismo pragmático, estoicismo, y por encima de todo Epicúro. Ya lo he dicho un millón de veces, pero cabe aquí también: hago lo mejor que puedo con lo que tengo a mano, no me preocupo demasiado por aquello que no puedo cambiar mientras disfruto un trago, que si lo paga otro, habré de pedirlo doble... La dama de verde me guió suavemente tomándome de las dos manos por si se me enredaban los pocholines tipo Robin Hood pero en tela blanca (algo así como los zapatos de la enfermera de Peter Pan) hasta el potro de torturas (con más bolero que guaguancó), qué digo, la mesa de operaciones que es una mezcla de silla de dentista, con camilla de emergencia, con maquina de gimnasio, y un no sé qué de artilugio hard-core..., bueno, sí, yo con mis cosas aun en esos casos... El ídem es que me subieron y tendieron ahí sin bolero que valga, me quitaron la mini batica, me arroparon con una cobijita azul que me recordó el trapito favorito de mi hermano Luis Gabriel cuando estaba chiquito, trapito para dormir mejor conocido como “mitapito”... Tenía el tamaño y la textura, pero ni el olor ni el color, siendo lo que sea que esto quiera decir. Y acto seguido comenzó un amarre y pinche con cadencias afro latinas, en el cual no quise ni pensar porque las premoniciones no habían ido sino de mala en peor, y por eso es que después noté que no les había parado ni media bola sin alusiones desde la mañana a estas premoniciones. Se agarraron a patadas con las lámparas hasta que encendieron el noventa por ciento de sus focos y recordé a Metloaf y su magna obra, dos de tres no está mal. Habían prendido también la radio en la que sonaba uno de estos salseros castratti que cuentan devoradas, olores, y experiencias de las que estoy seguro sin sombra de dudas, de que fue todo al contrario. Es que hay mucho de eso por ahí: castratti clonatti... Me pincharon la mano izquierda y ahí no estaba la vena, me pincharon luego el brazo y ahí sí la encontraron. Yo di gracias porque de haber tenido que seguir subiendo me hubieran pinchado una bola a la altura de la yugular, y esa no era la idea de acudir a tal sitio. Después vino el odre de solución salina, me hicieron tragar tres de esos por vía del brazo indiferente antes de buscar los conductos diferentes, o más bien deferentes pero sin mucha de esa. Todo bien, pinchadito y con la maquinita que hace pic, pic, pic, pic, como pollito convicto, que le daba como una cosa que, cada cierto tiempo, le hacía exprimirme el brazo derecho con una bolsa para torturas deferentes. Yo llevaba a Capadocia muy on my mind y era como superman sin kriptonita. Nada podía dañarme.

En esas estuve, jugando con la maquinita que hacía pic, pic, pic, pic, pic, y que me exprimía el brazo cada nada (por cierto que descubrí que si ponía duro el músculo la bicha perdía el norte y registraba una presión mayor haciendo que el cirujano preguntara que qué alteró al muchacho) para que marcara las pulsaciones más y más lentas que pudiera obtener a través de un ejercicio de relajamiento que aprendí, pero que evidentemente no estaba diseñado para funcionar en ese Hades de hielo. Luchar con el frío no es nada, son apenas catorce grados centígrados que, a decir de Orlando Poleo que vino a asistir a la anestesióloga han debido ser cinco pero que esos aparatos no estaban funcionando a tope, ya es más difícil cuando me quitan mitapito y me dejan la tripita chihuahueña al aire (acondicionado, o no) para limpiarme con unos líquidos cuyo diferencial de temperatura me hacía añorar la calidez del cocuy artesanal que guardo en el congelador, también a unos catorce grados centígrados, pero bajo cero... Pasaba Orlando Poleo y con el batá me hacía una limpieza rítmica con una mano mala que me congelaba todo lo que se llama adrenalina (caribe) mientras me explicaba el funcionamiento de la jaula del pollito que piaba y piaba, y me comunicaba el por qué del retraso que era culpa del anestesiólogo que sí que se batía un champú de los buenos porque sin ellos no se podía empezar... Pasaba la abrigada y robusta dama guayacán de verde María Valdés echando un pie mientras al son del guaguancó me repasaba el bolero en tonalidades castratti que me forzaron una verónica premonitorial. Pasaba otro más que sí era castratti completamente fuera de elenco pues se trataba nada menos que de Little Richard, y me jalaba la tripita de nuevo para limpiarla con otro inexplicable liquido muy por debajo de la teórica temperatura de congelación. Debe haber sido alcohol al 930%, no menos... Tengo que decir que de los maricones se habla mucho, que si la delicadeza que si esto y lo otro, pero este maricón de mierda me jaló sin clemencia mientras se apoyaba fuertemente pero como al descuido justamente sobre el sitio donde tenía la aguja clavada en el brazo. Me acordé de Jalil Jibrán y su parábola de la Rosa y el Zorrillo... Y como dice el bolero: así se pasaron diez años..., sin verle el rostro a la anestesióloga. No llegaba y el cirujano entraba diciéndome, Laya, la cosa la haremos con anestesia local, lo que pasa es que te será un poco más incómodo... Yo le respondía que el que sabía de eso era él, que a mí ni me preguntara pues mi cerebro era solid state y no de superconductores, es decir, que con la temperatura no mejoraba nada y que me dejara morir en paz... Que mientras pudiera volver a sentir el sol, las incomodidades me resbalaban, que me dejaban totalmente con las bolas frías... Él entró y salió como diez o quince veces, y algunas que no conté porque con la tiritadera se me saltaba el ábaco mental y en vez de sumar, multiplicaba. Ahí comprendí por fin en qué coño consistía el sistema de código binario ese... Lo llegué a usar a velocidades de vértigo, me sentí una IBM de las mejores...

Por fin entró la esperadísima maracucha. La anestesióloga. No cantaba salsa, ni gaitas, ni nada. Llegó echando chistes para romper el hielo. Lo rompió de un modo que yo sinceramente no esperaba. Me anestesió. La cosa fue así. Me hizo sentar a rin pelao sobre la camilla ya no en diagonal sino ecuatorial con las nalgas ateridas muy al borde cerquitica del point of know return. Los pies sobre el banquito con ruedas. Me agarró las rodillas una doctora joven y delgadita llamada Alejandra a la cual no parecía gustarle la salsa, me miró los ojos y luego las manos, evitó mirar más abajo haciéndose muy mal la loca, y me pidió que me relajara. Relajara, estos sí que tienen vainas bien buenas ¡quítenle las ruedas a la sillita para que no se me esté yendo para el frente y no tenga que apretar, nojoda!. Cuando les iba a decir que dado que con dos grados Celsius menos obtendrían de mí rigor mortis como de diez horas, la anestesióloga mandó a quitarme los ojos de la doctora flaca de encima porque según ella eso era lo que no me dejaba relajar. Ella se quitó y yo seguí lo mismo. Por fin, tras mucho solicitarme que bajara los hombros se dio cuenta que yo era así, y me echó algo más frío aun por allá casi donde termina al sur Castilla La Mancha cayéndose todo el liquido por el borde del mundo conocido, y comenzó a medirme algo en la espalda. Hizo de mis vértebras cuentas y con la cuarta musitó algo así como que del tuyuyo al hinchadito, y del tuyuyo al la pelotica, y mientras me pedía que no me moviera (como si pudiera, si me movía se me iba el banquito hasta la pared del frente) me contaba que iba a sentir un pinchazo (zás, ahí te va el pinchazo) y luego un ardorcito (coño, el ardorcito) y después no dijo más..., yo le pregunté que qué más debía sentir, y ella me dijo que le dijera yo..., le respondí como el pollito periquero: no siento nada, no siento el piquito, no siento las alitas... Me acostaron de nuevo y he aquí que se me quitó el frío empezando de nuevo todo. Me ataron en cruz como al ladrón malo y al ladrón bueno, porque a mí, eso de las melenas y el taparrabo no me va pero que por ninguna parte. Chihuahueño de pelo casi sin... Y bueno, solo me clavaron la izquierda..., la mano izquierda. La otra solo era apretada cada nada por la bolsita neurótica esa que apretaba y chismeaba la presión. Equivocada casi todas las veces porque yo en venganza, cuando me acordaba, le hacía presión a ella y se volvía como loca. Bien se ve que hay bolsas que no soportan que les lleven la contraria...

Amarrado en cruz como esta me encontraba cuando llegó el cirujano otra vez pero acompañado de la doctora Alejandra delgadita que tenía las uñas moradas, cara de circunstancia, y triple mono según dijo, yo no sé. Me acomodaron mitapito y una cosa, como la corona de Cristo en la cabeza para que no se me fuera de lado, hecha de trapos enrollados como el Judas que queman el miércoles de cenizas afortunadamente sin cohetes ni triquitraquis dentro, al principio muy cómoda pero al rato torturaba. Me cubrieron los alrededores del estado del norte de México como para no pelarla con el cura Hidalgo forzándome a recordar que ya había pasado el 1811 y que ya todos dejamos, para mi tranquilidad, los radicalismos anticlericales, y otros también. Bueno, aunque algunos no, ya se sabe... El pobre chihuahua peladito y todo, muy limpio, esto hay que decirlo, quedó asomadito en su casita de trapo de Catamarca con infinitos tonos de verde y el techo de mitapito azul, jadeando desconfiadamente y tratando de hacerse el invisible. Más invisible se hacía, más cara de circunstancia ponía la doctora delgada Alejandra. El cirujano me hizo un piquete en la bola izquierda como para probar, más o menos en la fila H por la silla treinta y tantas, y yo, con un muy discreto ¡coño! Pidiendo disculpas luego por mi malísimo francés, le hice saber que aun la anestesia no había salido en la gaceta oficial. Él hizo algo que supongo fue apoyarse un poquito con la local porque me echó otra cosa fría, luego un piquete hacia abajo pero como jalao pa’rriba (igualito que una vacuna para perros) y emprendió el tratamiento deferente con deferencia y diligencia debida a los conductos esos, que después de todo sí estaban ahí y no en la garganta como yo los suponía. Menos mal que el cirujano era él y no yo, porque hubiera terminado degollando en vez de esterilizando.

Comenzó con la bola izquierda, que si hay que capar a un chivo macho metálico como que se empieza por babor, y en realidad no me dolió... Fue un comentario maracucho hecho en son de gaita en tonalidades menores porque madre mía si el gobierno no ayuda al pueblo zuliano, tendréis que..., en fin, ya se la saben. El comentario salió de la boca sin deferencia ni anestesia de la anestesióloga que sin más ni más me soltó un, cristiano, si te ibais a arrepentir ya es tarde, ya te cortaron el otro cojón... Qué cojones, respondí yo, si con los cojones cuadrados que tengo no me hace falta más nada. Pero en verdad me puso a pensar en que no me había dolido y tal vez cantaría mejor recuperando mi afinadísimo falsete infantil con el que mi papá me instaba a cantar las canciones de Joselito, malagueña incluída... Porque se habían amurado a estribor sin dar voces por el viraje... Eso me trajo a la cabeza lo mal apoyada que la tenía sobre la corona de trapos y le pedí a mi anestesióloga de cabecera que cuando dejara de hablar por el celular en el quirófano (que así no se sabe cuándo es que soy yo el que le sigo sacando la piedra a la maquinita del pio pio) si no era mucha molestia que me arreglara un poco la corona de Cristo porque me estaba doliendo más que cualquier otra cosa que me haya dolido en cabeza alguna hasta el momento, y ella, arreglándome la aureola de santidad me dijo que le pidiera lo que fuera que para eso estaba ella ahí, menos para cambiar la emisora de la radio, no porque no quisiera, sino porque esa molleja no agarra ninguna otra.

Hasta ahí, todo bien. Terminaron con las bolas. Capadocio del Asia menor con Georgia on my mind, Mazaca, hoy Kaseri...

Mazaca, hoy Kaseri en realidad fue lo otro, lo que tiene nombre judeo-cristiano para unos y para otros se llama con un término enraizado en la mierda, es decir, en el estiércol. Si, fimo tiene sus raíces en el latín fimus que se le decía también al pupú. Está la fimosis, que es la estrechez del orificio del prepucio, y el corte de éste que se llama fimostomía o algo así, que es un corte de mierda en el orificio del prepucio de mierda que además es una mierda que se llenaba de mierda volviéndome mierda toda esa mierda, pero ya no más, pues me quitaron toda la mierda. O sea, que obtuve una pérdida de peso muy chiquita, y muy laboriosa..., tasada en mierda al cambio oficial del latín fimo. Si parece muy soez, procaz, e incorrecta esta descripción, sustituya cada mierda por su raíz latina fimo, y si entiende algo me avisa... No lo haga así con su sinónimo pupú, o todo el asunto sufrirá una total pérdida de seriedad.

En un punto estuve cerca de perder la compostura pues lo que me hacían sonaba igual que la herramienta isósceles de la mañana, pero como si cortara algo muy grueso. Un suíss, suíss, suíss, pero una octava más abajo en la escala inventada por Guido D’Arezzo, con relación al desbrozamiento del volcán de Marte..., la sensación era igual a la que produciría en unos bluejeans tipo Sandro que llevara puesto mientras me lo cortan, pero la intuición me decía que el corte me llegaba más cerca..., me empezaron a preguntar que si estaba tomando aspirinas o algún tipo de anticoagulante, que esa mierda, es decir, fimo, sangraba más de la cuenta, y cierto era porque en el reflejo de los anteojos del cirujano se veía como si estuvieran más bien destripando el norte de México... Pobre cura Hidalgo... Pero rápido recordé que aquello había sido fusilamiento y no degollina, que al fin y al cabo una mancha roja en los pantalones de Sandro no tendría nada de raro, que en el dos mil seis la tecnología había avanzado mucho, y además para completarla en ese momento desde la pantalla de luz del techo me llegó una voz ronca con resuello inconfundible que me instaba a conocer y confiar en el lado oscuro de la fuerza..., sí, y al fijar la vista en dicha pantalla pude notar que era la cara de Darth Vader con casco y máscara, claro, como en fractales chiquiticos... Le pregunté a la anestesióloga que si los disparates que se me ocurrían tenían que ver con la anestesia y ella, muy maracucha me dijo que solo me había anestesiado del ombligo para abajo, que lo que se me ocurriera de ahí para arriba eran vainas mías. Eso me tranquilizó mucho. Ahí, con el chihuahua casi chivo georgiano entoné: Ut reamus quantis, resonare fibris, mira gestorum, famuli tuorum, solve poluti, laabi reatum, S.J. Bautízame cristiano... Eso, y Anakin Skywalker debes dejarte llevar por tus instintos y abandonar el miedo... Lo que pasa es que siempre Sidius habla menos pazguato que Obi... Y, bueno, gana el lado oscuro, mayormente, prácticamente, así, más que todo, y eso... Ah! Con todo y que el río pasa cerquita, no ocurrió como con los tres primos de Benamejí y Toñito el Camborio: la sangre no llegó a él.

Alejandra le daba vueltas a la cabeza en señal de cansancio. El cirujano preguntaba que qué me había alterado al muchacho, pues yo no paraba de joder con la presión del bícep para enredar al pollito cautivo. La anestesióloga me puso la pincita que mide la circulación periférica en un dedo helado que no registraba nada hasta que me lo arroparon con una puntica de mitapito y me acomodó también la corona de Cristo de trapos de Judas parando yo de molestar con la maquina vuelta loca que seguía espachurrándome el brazo derecho que ya no estaba así más que de nombre de tanto que me lo apretaba, porque al jalarme mitapito para descongelarme la mano izquierda, la otra quedó al descubierto helándose de inmediato. Aquello era un tango en mi bolero, un tango norteño como cantado por la finada Selena, que pobrecita ya murió, en ritmo de cumbia tex-mex, que me hacía regresar de vez en cuando a Georgia, al oeste de Armenia. Capadocia. Mientras a mi mente venía que nunca se vive lo suficiente, que si uno lo hace, siempre tendrá la oportunidad de ver cosas tan estrambóticas como tamaño gentío y despliegue de tecnología concentrados en tan pequeño cuerito de chivo metálico...

Por fin terminó el pezpunte en el despunte chihuahueño, y controlaron entre todos la situación aspirínica, y la orden directa del cirujano fue: Alejandra, cura compresiva con él mientras en la radio tocaban por vez putésima, devórame otra vez devórame otra vez... Dijo esto muy serio. Y muy seria también se puso de un modo delgadísimo dándole vueltas a su cabeza en señal de agotamiento, mientras que a la del cura Hidalgo le daba vueltas con una gasa como para hacerme una camisa manga larga y de cuello de tortuga. Le dio y le dio vueltas con la gasa mientras que yo compadecía a la pareja masculina de la doctora delgadísima porque después de ese espectáculo tan poco edificante cómo disfrutaría de aquello de lo que ella debía disfrutar. No sé, ni me importa tampoco... Y tantas vueltas le dio que al final quedó como macana de la petejota. Sí, ese cuartón de aurora de dos por cuatro pulgadas enrollado con trapos para pegarle en las costillas a los detenidos para que sapéen a los compinches. Claro que yo no le pegaría a nadie con mi chihuahuita pelón, ni aun cuando esté curado. No creo que alcance... La cosa es que la delgada Alejandra doctora terminó de abrigarme lo que quedó mini momificado y salió rauda y veloz. No quiero saber por qué. No me lo vayan a decir..., en eso entró el cirujano echando un vistazo y soltó un sonoro ¡carajo! ¿por dónde va a mear este muchacho? Y llamó a Orlando Poleo quien fue el comisionado de abrirle el botón del cuello a la camisa china que me había confeccionado la doctora delgada con tanta gasa. Claro, como ella no tiene de eso no se imagina que va a hacer falta usarlo, en este caso, para mear. Me dijo esto a ritmo de cutucuplá, cu-plá..., y arregló el cuello de la camisa. Pasó el cirujano otra vez y preguntó si me habían dejado por donde echar la meadita, a lo que Poleo dijo que claro que sí mi dóctol cumbalaquimbala-cumba-quimbam-bá..., yo mismo, soy..., papá montero...

En unos minutos cambió todo el elenco menos mi anestesióloga Cadenas con contrete. Rubidia Cadenas, con contrete. Sin ese refuerzo nadie hubiera resistido, y desde Maracaibo salieron unas camillas rodando, y a la otra sala volverán, pero al calorcito cuándo... Llegó una camilla que abarloaron por la manga de estribor sin fender ni nada, y me instaron a hacer una especie de Olivia Newton-John workout que decía, pie derecho, vueltica, pie izquierdo, vueltica, recoge las paticas, extiende las patica, con cuidadito..., y así... La anestesióloga de mis ataques de frío arrancó con un maracuchísimo elogio de la anestesia en Rotterdam. Y habló la estulticia: Cómo te quedaron los cojones no sé, pero la anestesia te quedó vergataria, casi te vais caminando de esta verga... Yo solté un profundísimo ay gutural, y ella sagaz agregó que lo dijo sin alusiones personales... Me pasé pues a la otra camilla, que no a la otra orilla pues Little Richard con todos sus gospel jamás me ha inspirado, y me llevaron con los pies palante hasta la otra sala en la que me esperaban los hermanos celes. Ya a la chica del biombo la habían hecho andar los temibles cinco metros de la green yard para ejecutar su quiste de la uretra más o menos, creo, por eso de las damas primero, eso sí, después de la vasectomía con fimoalgunacosa incorporada, pero para la desincorporación de lo que ahí quitaron... Estaban, echado uno, y alerta, alerta que camina, el otro los dos hermanos celes. Ambos, a su modo, con caras de palos de gallinero. Apenas me dejaron ahí y se llevaron al más viejito de los dos, hidro, que andaba con una cara de arrecho y despotricando pues tenía una hambrazón del diablo, según rezongaba. Lo interesante fue que apenas le dijeron que le tocaba a él, cerró la boca y empalideció. Siempre he dicho que arrechito murió cagando... El otro hermano cele, varico, con cara de chivo comiendo tamarindo me preguntó que qué era lo que dolía más. Yo le dije la verdad, que lo peor era el frío que debía ser más... Puso cara de, me jodí...

Reapareció Omara Portuondo cantándome un montuno suave casi bolero, es más, yo diría que más parecía danzón que otra cosa. Bolero danzón. Apareció con mi ropa que Anne-Marie le había entregado, y acompañada de Maelo sin chiva. Entre los dos me repitieron la misma canción que básicamente decía que tranquilidad y paciencia, no hay que desesperar que todo llega en la vida... No me dejaban alzar la cabeza ni nada porque de seguro me marearía. Yo les decía que estaba bien, que me sentía bien, que lo que tenía era una sed que de seguro no me dejaría levantar cabeza que en mi estado, ni queriendo... Apareció Anne-Marie con un jugo de pera Yukery de lata, creo, me lo destapó pero Maelo le dijo ¡no! No se lo des aun... Me lo dejaron ahí cerquita, donde podía verlo pero no agarrarlo, los muy..., pero al ratito nomás se apiadaron de mí y me dejaron beber un poquito. Solo un poco. Yo le metí un jalón subrepticio y de lo más solapado como de media lata de una vez y para toda la tarde, haciéndome el loco, mientras Omara de lo más cadenciosa me conminaba a ponerme la ropa pues la batica esa iba como el contenido de la lata. Miraba ostensiblemente siempre más arriba de mi ombligo, pero más abajo de mis ojos. Maelo me sujetaba y me instruía un tambor cuasi dormente step by step mediante el cual determinó que en efecto no me iría de bruces en las primeras de cambio. Hecho esto trajo la calesita hospitalaria y como en la serie de Pepe y Manolo, me llevó hasta la propia puerta de salida y más allá, en la que me esperaba mi linda Anne-Marie rodeada de la parentela celes, y pepita en la ídem a ser extirpada la primera en aras de la segunda..., me ofrecieron medallas ortodoxas y estatuas en la plaza del Manco Capac sería, hasta una entrevista por el periódico. Un cubano se me acercó y me dijo: óyeme tú mi sangre, que tú sí que eres un héroe mi niño..., yo no me atrevo a hacerme eso, que lo haga mi mujel... Yo miraba a todo el mundo en realidad sin pararles la bola completa como bien se concluirá, pero es que yo harto de tanto son cantaba good day, sun shine, good day sun shine, good day sun shine..., y todo lo demás...

Por fin me hallo en Asia Menor, al oeste de Armenia...

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