jueves, 12 de abril de 2007

“Desde otro punto”

...Pero siempre la misma historia...

Me parece muy raro decir que no recuerdo muy bien ya algunas cosas de esas que pasaron y que siempre creí que jamás olvidaría. Sí, parece ser que llegué al punto del olvido por una razón u otra..., y prefiero pensar que es porque las he superado..., sí, coño, es muy cómico encontrarme a mí mismo hablando en esos términos, pero ¿qué voy a hacerle? Parece que de eso también me dio, es decir, que me puse cursi..., pero yendo a lo mío... Contaba que se me hace muy extraño decir que olvidé alguna historia importante de aquello tan loco que he vivido alguna vez.

Y escribo esto después de releer un cuento escrito por mi hermano Luis Gerardo sobre un viaje que hicimos con nuestro padre (suena desmesurado el apelativo, pero es sin duda eso: nuestro padre) en la época en la que nació el último hermano de la primera hornada, es decir, Luis Gabriel..., sí, sí, nuestro padre se llama Luis, nuestra madre Luisa, nuestra hermana es Luisa también..., resulta de lo más pintoresco por no decir otra cosa, y no podía ser de distinta manera: todos somos Luises en esta vaina..., es, supongo, un tipo de egolatría medio vergonzosa, pero que a estas alturas ya no tiene sentido el elevar quejas ante las instancias que sean, realmente no tiene caso... Lo que sí tiene caso es el cuento de mi hermano, que no es cuento, es más bien una crónica y yo la certifico como testigo presencial de primera fila y copartícipe protagonista. Él habla de un viaje de vacaciones a la Guayana atravesando un cerro de estados en muy mal ídem.

No quiero confundirlos ni confundirme. Los que estábamos en mal ídem éramos nosotros, pero no al comenzar la travesía sino al terminarla. Trataré sin embargo de no adelantarme... Y la verdad es que no me da mucha pena decir que ya no recuerdo por qué ni cómo pasó que fuimos a dar a manos de aquel loco progenitor nuestro que no resulta lo que se llama una mala persona en el sentido alevoso de la maldad. Es más bien una especie de discapacitado emocional culposo, y en consecuencia muy limitado para hacer algo que cubra las necesidades de quienes de él dependen, pues le son ajenas..., ¡Coño! En serio que no quiero hacer quedar mal al viejo, sobre todo porque sé bien que hace su esfuerzo con el mejor de los ánimos y a veces hasta con buen tino, y yo, soy de los que sé reconocer y agradecer este tipo de cosas...

No quiero hacer el Torquemada aquí porque no me interesa y sospecho que yo tampoco saldría del todo airoso en la comparativa, pero, tal vez el hecho de haber abandonado la amargura me ha hecho olvidar. No pude evitarlo y, al leer las líneas de Lalo (mi hermano Luis Gerardo) me vinieron a la memoria retazos de ese viaje. Pensé en que debo yo también contar mi versión a ramalazos y a jirones de lo que medio puedo hilar, tratando de traer a las letras lo que sentía en aquella época.

Recuerdo lo que recuerdo y de verdad que no estoy seguro del todo si las cosas fueron así o no...

Recuerdo que estábamos muy de madrugada, y a oscuras, esperando a “mi Papá” que nos venía a buscar. Aurita (la madrina de Luis Gabriel) nos había ayudado a hacer las maletas y a peinarnos de lado (como diría La Nena. Es decir, mi hermana Luisa..., Sí, Luisa ¿y qué?). Bajamos del edificio Orogar (u Horogar) en la esquina de la avenida 20 con la calle 30 (o 31) de Barquisimeto, medio ansiosos y seguros (a medias) de que pasearíamos unos días solos con el loco divertido de nuestro padre...

Él llegó vestido a la usanza “ñángara”... Me ladillaba profundamente y daba un poco de miedo esa pinta pues él (“mi papá”) me había confesado recientemente que estaba comprometido con la versión venezolana del ELN, es decir con las guerrillas, que era guerrillero pues..., que le guardara el secreto, que él era revolucionario y que estaba trabajando arduamente para cambiar las estructuras..., que lo mejor era la redistribución equitativa de las riquezas, de los recursos, la educación, y qué sé yo cuantas cosas de esas más...

Confieso que me sonó entre bien y mal, pues por un lado me parecía medio feo eso de que le quitaran las cosas a los que las tenían y se las dieran a otros, pero, como ya hacía unos meses que estábamos en casa pasando más trabajo que ratón en ferretería, tal vez hasta bueno resultara que en la repartición esa nos tocara alguito ahí ¿no?... Total, La Nena necesitaba vitaminas y un trabajo en los dientes que pensábamos eran peos con el calcio o algo a sí. Lalo tenía que cambiar sus anteojos. Gabi no podría usar pañales desechables por lo cual mi Mamá sería esclava de la batea, el jabón azul y la olla de hervir pañales. Yo necesitaba una cabeza nueva, pero eso no lo obtendría por repartición equitativa ni nada, así que no me doy por mencionado. No nos venía mal entonces algo de redistribución...

En un principio yo me asusté por lo que pudiera pasarle a él (a Mi Papá) sobre todo porque me lo imaginaba en medio de la balacera, yendo y viniendo en la clandestinidad más peligrosa, un partisano tropical o algo así, sobre todo porque el tipo resaltaba más que un pulgar machucado con ese metro ochenta y tres de estatura, la barba salvaje, los pantalones raídos, el morral verde militar desteñido y por sobre todas las cosas, la boina negra con la estrella al frente.

Yo aprendí “a guardarle” el secreto al boinudo, cosa que me hizo sentir un poco tonto cuando me lo pensé mejor, y a mirar los noticiarios con cara de póquer, es decir, sin exaltarme exteriormente cuando hablaran de una matazón de guerrilleros en alguna parte recóndita del país, o que habían atrapado a no sé cuantos irregulares de esos por ahí, en el monte...

Claro que ya me asaltaban ciertas dudas sobre la eficiencia de los cuerpos de control que funcionaban en este país, porque ¿cómo era que ese grandulón que rezumaba irregularidad a patadas no era ni tan siquiera molestado en un autobús o en una farmacia? Después, en sucesivas conversaciones “mi Papá” me relataba episodios que le contaban sus compañeros guerrilleros que sí habían sostenido combates con la guardia nacional y que eran muy temidos y bla, bla, bla...

La vaina era épica (y pelépica, y pelempempépica...) pero empecé a notar cabos sueltos en la narración. Primero me asusté mucho, como la vez que Lalo me dijo, cuando (él, Lalo) tenía como cuatro años, que “mi Papá” sí decía mentiras..., sí, el carajito ese me dijo esa vaina ¡orate absoluto!..., la cosa fue más o menos así: “Memo (ese soy yo, y es otro cuento, no se rían por favor) mi Papá sí dice mentiras...” y yo le dije: “¡pedazo de loco, descocado, iconoclasta, irreflexivo, desatinado (y un puño de cosas más que ahora no recuerdo. Ya dije que me falla la memoria) no repitas eso que si te oyen te desuellan a lo vivo”... él me respondió muy tranquilo: “no, no, en serio, mi Papá sí dice mentiras”... y yo le pregunté con el alma en un hilito: “¿por qué dices eso pedazo de loco?”... y el carajito ese me dijo tan calmadito él: “mi Papá dice que los niños hablan cuando las gallinas mean, y las gallinas no mean, y nosotros somos niños y sí hablamos... luego mi papá sí dice mentiras”... Yo acepté el hecho, pero quedé deshecho..., bueno, no tanto, pero sí quedé hondamente impresionado. Primero por la claridad de razonamiento de ese pequeño monstruo cerebral, y después porque a “mi papá” se le habían visto las costuras...

Comenzó a tener sentido eso de los guerrilleros de café, que para mí había resultado siempre un completo galimatías. Yo imaginaba unos heladitos de café con formitas de guerrilleros, pero no sé por qué sabía que la cosa no era así precisamente... Eso fue el comenzose del continuose, como diría Mafalda. Quiero decir que desde ahí ya las cosas no fueron lo mismo.

Primero me había dado por enfrentarme a la plana mayor del colegio copeyano de capuchinos donde el mil veces maldito padre Severiano me daba coñazos y me discriminaba por ser hijo de padres divorciados y de menores recursos que la media de los estudiantes (ya aquí comenzaba a ajustarme el Marxismo-Leninismo de “mi papá”. Pensaba que cuando se diera lo de la repartidera esa del reajuste estructural, a este cura de mierda yo mismo vendría a redistribuirlo un poco) Ese cura siempre me hace recordar el chiste aquel de la maldición gitana, la de “que te saques el gordo, te lo den en calderilla, te lo guinden de los huevos y te hagan pasear toda Sevilla”..., y a la condenada maestra de sociales que me trataba de meter moral, luces y cívica a fuerza de bofetadas e insultos (fue a ella a la que le di la patada por la cual no me quisieron aceptar el año siguiente en el mismo colegio. Bueno, eso, y que no llegaba aun el turno nuestro en la redistribución y ya no teníamos como pagar la matrícula).

Todo por el insignificante detalle de que yo era maoísta y guerrillero a los diez años, pues veía aquello de moral y luces como un sendero luminoso más bien...

Debo hacer un pequeño aparte aquí en honor a mi abuela “Marilú”, que honores a quien honor merece..., ella, cuando “mi papá” marcó la milla, nos acogió bajo su techo y repartió lo suyo con nosotros admirablemente. Esto tiene especial valor por cuanto sé, que aunque yo detestaba el colegio y todo lo que tuviera que ver con estar vivo en esos días, reconocía y reconozco que ella dio lo mejor de sí sin esperar ningún agradecimiento nunca por ello. Lo hizo porque le nació, porque era consecuente y luchadora, loca de perinola, terca y venática sí, pero sólida y excéntrica como una construcción de Gaudí..., catalana de mis amores, aunque no me lo crea ni mi abogado...

Después salió lo de la compra del apartamento en el paraíso y a mí me dio por inventar submarinos y cuentos fantasiosos que escribía en cuadernos de doble raya que nunca usé en el colegio. Esto porque cualquier cosa era mejor que meterle coco al fraude. Quiero decir, que descubrí que todo era una pose como para coger flaquitas descaminadas que no se afeitaban los sobacos y que llevaban el bluyín desteñido sucio en el culo... Me estoy desviando, lo sé, y no es que culpe a nadie con eso. También he echado mis cuenticos con fines parecidos... Okey, aquí vengo de nuevo...

Yo siempre he sido un tipo de agarrar las vainas como vienen y ver qué es lo mejor que puedo hacer con eso..., bueno, está bien, no siempre he sido del todo así, pero sé que de haber sido del todo alguna cosa me hubiera gustado mucho ser así...

Lo que quiero decir es que esa mañana de principios de vacaciones Lalo y yo deseábamos mucho ir de vacaciones solos con nuestro chiflado papá, pero creo que en el fondo sabíamos que no sería de esa manera. No sé. No me acuerdo ya. Pero sea lo que sea que hubiéramos esperado entonces no nos preparaba ni por asomo a la realidad verdadera...

Y es que al poco rato de habernos montado en aquel Fiat 125 Special amarillo y negro del año de la pera (pero con cinco velocidades y doble árbol de levas en la culata) no recuerdo si Lalo o yo le preguntamos a “mi papá” cómo sería lo del paseo, y él nos dijo que iríamos con Gastón, el chino jao, la novia del chino, y su amiguita “Maury” (amiguita de “mi papá”)...

Okey, okey, la tipa no se llama Maury sino Mary, y no era la amiguita sino laaaa..., ¡buéh!..., lo que pasa es que después Lalo y yo lo agarramos de amarga mojiganga y lo pronunciábamos así remedando a “mi papá”, forzando la pronunciación, arrugando la nariz con gesto de desagrado y rictus de mal olor hasta que sonaba “Maury”...

Me parece apropiado que antes de continuar haga aquí una breve descripción del combo completo.

Comencemos con Gastón, o Gastone Vinci, que así se llama: este era un tipo alto y flaco, de lentes más o menos a lo Lennon pero de calva avanzada. Blanquito como buen italianito del norte. Nariz corva como el mercader de Venecia. Odiaba que le preguntaran sobre su apellido. Decía (con voz nasal, corva) que le aterrorizaba la responsabilidad que ello implicaba (...¿...?...) era un tipo odioso a ratos y amargado todo el tiempo que había sido abandonado bastante recientemente por su esposa (Carmín) y que cada vez que caía en un hueco de la carretera gritaba a todo pulmón: ¡coño de la puta madre!

Esto amenizaba el viaje y nos hacía reír (los primeros cien kilómetros de los más o menos tres mil que recorrimos en aquella ocasión, después, poco a poco fue perdiendo gracia la vaina más que todo por la pasadera de hambre) a Lalo y a mí... Vegetariano..., esto es importante de mencionar porque ayuda con el perfil, corvo.

Recuerdo una peculiaridad del tipo: cuando estaba de pie, cada cierto tiempo se daba un real puñetazo en el cóccix..., ¡palabra! Fuera que estuviera conversando, parado ahí sin hacer nada o fregando platos, en cuyo caso se hacía un mojadito en el culo de tanto darse ahí sin tiempo de secarse las manos..., opinaba francamente que todas las mujeres eran putas tuvieran la pinta o no...

Vamos ahora con el chino jao: El chino jao era con mucho el tipo más feo que he visto en persona. Una especie de hochimín latinizado, siempre de lentes negros y completamente desgreñado de la manera extraña en la que se desgreña un chino, además de ser el único chino carecoñazo del que he tenido noticias..., sí, sí, carecoñazo, carecartón, que las lagrimas le bajan en toyota..., careluna, carequeso..., como se llame...

Un tipo de esos que siempre tienen las respuestas de todo pues se las dijo su chino abuelito Joaquín o Joa Chim o algo que no recuerdo, culí recién bajado del barco en el que escapó como polizonte de la Pacific Express (era un carguero con bandera de Monrovia) haciendo actus mortis (como una especie de Kalimán) dentro de un barril de buche salado (o cosa por el estilo ¡que chinito más arrecho!) ..., sabio, chaolín, monje iniciado el abuelo..., carecrimen finalizado el nieto..., no sé, malajunta en resumen (el nieto)...

La novia..., no la recuerdo en absoluto, solo hay en mi memoria un agujero negro con más o menos la forma del recuerdo de alguien del sexo femenino...

La amiguita “Maury”..., para qué decir nada. Y no tengo nada que decir pues ella y yo tenemos una relación compleja. No diré nada, solo que me parece haber olvidado que en ese paseo ella iba embarazada también... Creo que no. Bueno, no sé... Recuerdo poco que pueda contar ¡Ah! sí, durante todo el paseo comentaba riendo que Gastón caía en un hueco y lo más chiquito que decía era ¡coño de la puta madre! ¡coño de la puta madre!!! ¡ja, ja, ja, jiiii!! ¡ja, ja, ja, jiii!!!... En fin...

Pero basta de describir lo indescriptible, volveré al cuento... “Y llegamos al punto de encuentro...” Lo siguiente que recuerdo es hambre durante un compás de espera en algún estacionamiento de Valencia mientras llegaba no sé quién, y yo me quemé el dedo índice con un fósforo por estarle echando triquitraquis en los pies a la amiguita “Maury”, pero por supuesto que no dije ni “ñe”...

Después fue una escalofriante travesía interminable por la carretera de los llanos pasando por Valle De La Pascua, Tucupido, y qué sé yo cuantas poblaciones Doña Barbarescas más..., sí, todo era en el sopor de mediodía... Faltó el bongo remontando el ¿Unare?

Es malísima la mezcla de calor, tierra en la garganta, y hambre en la barriga... Eran pésimas las carreteras esas en aquella época. Puro hueco y tierra roja en el aire... (Después de unos veinte años trabajé por esos lados y pude comprobar que todo seguía igual pero con más carros en la vía)...

Yo quería ver el coñoesumadre río Orinoco ese, pero pasamos el puente de Angostura en un guiño del espacio tiempo en el que yo no me hallaba presente, es decir, que lo olvidé o me dormí no sé. Tal vez era de noche y yo había caído víctima de la requetemaldita recta del Tigre, del ulular constante de los cuatro cauchos para nieve con el que “mi papá” había equipado el condenado Land Rover de Gastón para el viaje (no es falta de mi memoria ni error de tipeo, porque eso sí lo recuerdo bien: fueron cauchos para nieve. Estaban en oferta. Costaron menos de cuarenta bolívares cada uno y fueron comprados en Barquisimeto en una cauchera que quedaba por la avenida Venezuela cerquita de la catedral..., surrealista la vaina ¿no?) el hambre ya enquistada, y del aullido de la caja de velocidades del mismo pedazo de mula inglesa esa con doble tracción y motor de relojería zurda..., habría que meterles motor Chevrolet, caja hidromática y aire acondicionado para hacerlos más acordes con la vida decente de las personas, digo yo...

El caso es que nunca vi la condenada mierda de puente, y menos el río Orinoco del coño ese. Recuerdo nebulosamente un azaroso campamento nocturno a la orilla del Caroní bajo una tormenta exagerada, una canalización manual y a toda prisa de las aguas de lluvia (sin haber cenado) para que no se nos metiera en la carpa, ropa mojada y frío pegostoso de ese que da en los sitios cálidos y húmedos cuando se está miserablemente expuesto. Bonito presagio...

Al salir el sol hicimos alguna cosa por el estilo de remar un poco (olvidaba decir que llevábamos unos kayak también) mojarnos del todo, cagar desde una rama directo al río (y no sé qué carrizo cagaba, pero cagaba, y resultaba divertidísimo ver caer los mojoncitos al río) bañarnos con miedo a las rayas...

Y en algún momento me desperté en casa de Alexis Porteles y su tiernísima y maternalísima esposa, de quién lamento profundamente haber olvidado el nombre, en aquella urbanización de barro bermejo, a medio terminar, donde nuestro entretenimiento principal fue el de cazar moscas, jugar entre las casas en obra, las maquinas de construcción y explorar los solitarios alrededores, amén de empantanarnos a más y mejor, pero donde nos pudimos bañar con agua tibia, comer decentemente, y ponernos ropa seca...

Sé que en algún momento nos fuimos a pescar sardinitas en un balneario con nombre bovino del Caroní, y de vuelta a casa de Alexis el chino las frió haciendo notar que lo hacía al modo chino, como decía su abuelito culí, como el lama, el chaolín, es decir, según él: sin harina...

La cosa fue más o menos así: al llegar a casa de Alexis con el cargamento alguien preguntó cómo se preparaban, a lo que “mi papá” dijo encogiendo hombros y en tono simple (que es el menos simple de los tonos que emite él) que se enharinaban y se echaban al sartén..., ¡no, no, no! exclamó escandalizado el chino jao mientras levantaba el dedo índice (y supongo que abriría mucho los ojos, pero no lo vi pues cargaba los lentes negros de siempre) “las freiré al modo chino. Yo fui iniciado por mi abuelo en los secretos de la fritura de la sardinita del río de hojas de te..., lo haré sin harina”... Y se fue a la cocina agarrando el paquetico como quien lleva la daga ritual...

No sé, no me acuerdo, solo sé que me comí un coñazo de verguitas de esas..., hochiminescas y todo...

Recuerdo que el motivo del viaje, principalmente, era visitar una fulana cueva del elefante que quedaba en la montaña del mismo nombre en alguna parte del camino entre Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar (pero que no es sino un peñononón gris oscuro rodeado de la más inhóspita maleza que pueda existir fuera del infierno)

Llegamos a este pedazo de piedra en la tarde, con el sol en su peor momento, nos dividimos estratégicamente en dos grupos: “mi papá” su amiguita “Maury” el chino y su novia en uno; y Gastón Lalo y yo en el otro...

No perdamos de vista que este cambote del que mi hermano y yo formábamos parte en ese momento era la crema y nata del centro de espeleología del Politécnico de Barquisimeto, eran especialistas informados, guerrilleros avezados muy de andar en el monte que no se les ocurrió buscar la cueva en donde normalmente un elefante tendría sus huecos.

Me refiero a los ojos o el culo lógicamente...

Por lo tanto lo que logramos fue deshidratarnos y pasar hambre rodeando la piedra por su base mientras que las espinas y las pringamozas hacían estragos en nuestras pieles de buenos hijos de las guerrillas de liberación de las primarias oprimidas...

Esto no hubiera sido nada si no fuera por el detallito de que al quejarnos Lalo o yo por el castigo que recibíamos, el súper perro de Gastón nos salía con el irrebatible argumento de que él no tenía la culpa de no podernos abrir una trocha practicable pues “mi papá” se había llevado el machete dejándole solo una hachuela..., la verdad más cierta del mundo es que no se puede cortar monte con una hachuela..., tal vez “mi papá” debió prever esto..., no lo sé...

No querría quedar mal con su amiguita “Maury”, que probablemente llevaba un hermanito mío en la barriguita ya, no me acuerdo, y eso yo lo puedo comprender perfectamente. Ahora.

Regresamos con el rabo entre las piernas y todo picados y pinchados, acalorados, hambrientos y deshidratados... Un poema...

Otro día nos fuimos a ver unos y que castillos de Guayana... El gobierno de turno (era el primer reinado de su majestad el gocho) los estaba restaurando para lo cual los frisaron y pintaron de cremita liceo...

Vimos algunas excavaciones supongo que para robarse los cañones, como suele ser.

Gastón se interesó en unas fulanas monedas españolas que le ofrecía un cazabobos de por ahí, pero que a mí me parecieron “nicas” espaturradas.

Después cumplimos, Lalo y yo, con el rito de echar dos palitos al río, barquitos imaginarios donde metíamos a la amiguita para que fuera a dar al mar y se la comiera el bicho más funesto que existiera. Los vimos perderse en esas aguas cafeconlechosas que francamente me dieron una poquita de grima...

Otro día por fin emprendimos viaje de regreso. De lo bueno poco, dicen... Fue la ocasión de la témpera... Sí, la parte esa donde Lalo caga de emergencia por ahí y no se limpió el rabo...

Luego, en la carretera y con el calor de la joya de Land Rover ese, el olor que se respiraba era igualito al de la témpera.

Yo, como buen hijo de mi Mamá que soy, no pelo un temita y aplico una chapa a fondo sin pararle mucha bola a la vaina. No es maldad, es una maña más bien..., claro que a Lalo no le hizo entonces ninguna gracia que yo le repitiera cada cinco kilómetros: “hueles a témpera..., hueles a témpera..., hueles a témpera...”

Total que nos fuimos en la chalana esa que pasa por los lados de San Félix, ciudad en la que nos detuvimos un poco para buscar no sé qué papeles. Cruzamos el río y agarramos una carretera de décimo quinta categoría rumbo norte, que nos dio la grata sorpresa de atravesar un río fantasma llamado “río grande” muy cerca de Maturín.

Nos bañamos ahí hasta arrugarnos la piel (y Lalo aprovechó para lavarse el culo pero no los calzoncillos). El agua era cristalina y torrentosa. Había unos peñones que hacían divertido el descenso a nado por los raudales. Luego un pozo en el que me hice atrapar por todos los remolinos que me aconsejaban evitar. Me habían recomendado una técnica para no ahogarme si me veía atrapado por un remolino y yo quería saber si la cosa era verdad... No me ahogué nada, así que la técnica funciona... Está bien, la diré---, se trata de quedarse tranquilito sin manotear ni patalear hasta que el remolino se cansa de vapulearte y te escupe ileso unos metros aguas abajo... Muy simple en verdad si agarras suficiente aire antes de que te chupe el remolino...

Lo de río fantasma es porque por más que lo buscamos, no lo encontramos en ningún mapa. Y años, muchos años después, trabajando yo en una contratista de la petrolera pasé dos o tres veces por esa misma carretera y nunca encontré el condenado río. Más nunca...

Bueno, a lo nuestro: de ahí seguimos viaje y reventamos por la vía de Casanay, allá, por los lados de Cariaco...

Nos salimos de la carretera y bajamos por una pica escarpada hasta una ensenada bellísima en la costa sur del golfo de Cariaco. Llegamos de noche y armamos carpas otra vez en la penumbra, al final de la ensenada del lado opuesto del sitio por donde entramos... Lalo y yo moríamos de hambre...

Pensé en cazar unos cangrejos para hacer una sopa con agua de mar (estaba clarito yo ¿no?) porque los había en demasía y enormes, pero a la hora de atraparlos me daba miedo como los coños de su madre no se asustaban de mí sino que me enfrentaban amenazadores con sus tenazas..., dicen que todo muchacho malo es cobarde, no sé, lo que sí sé es que desistí de aquello y me resigné a no comer. De noche todos los gatos son pardos, y los cangrejos enormes...

Al día siguiente me encasqueté careta y chapaletas y me fui a mirar la fauna subacuática... Me puse y que a bucear (ahora lo llaman “snorkeling” o algo así) sucedió que al emerger de una de mis temerarias bajadas (de metro y medio de profundidad máximo por aquello de la sinusitis) me encontré con la superficie minada de unas aguamalitas que llaman bergantín..., me picaron hasta el nieger...

Decidí que lo mío era esperar tranquilito en una sombrita a que llegara alguien con algo de comer sin inventar ninguna pendejada más...

Pero las pendejadas demostraron no ser exclusividad mía.

Todo el grupo se había ido a la civilización porque Gastón, que no sé si dije que era fotógrafo, quería ir a la vecina Campoma a fotografiar el chiriguare, creo...

Quedamos “mi papá”, Lalo, y yo... Nos tocó recoger y mudar el perolero del campamento.

Primera parte a pie cargando peroles por toda la playa, pero resultó muy arduo sobre todo porque el hambre ya era grave, así que le dimos a remo desde aquel rincón de la ensenada hasta un muellecito que había por el lado de acá donde se dejaban los carros. No recuerdo por qué, pero tuvimos que echarle remo a esos kayak en un mar bastante grueso y a carga, yo diría, excesiva... El loco de “mi papá” iba delante, yo iba en el medio, y cerraba la formación mi hermanito Lalo..., ahora que lo pienso, era bastante ilógica la vaina, eso no me resulta un orden seguro, pero puede ser también que yo no recuerde bien.

Solo sé que soplaba muy duro, y que las olas eran altas, el trayecto no era ninguna minucia, y Lalo tenía como siete años nada más...

Yo tomo las cosa como vienen y en ese grupo venía el papá de Lalo, que era de una jerarquía superior a la mía. Esto lo digo porque a veces me siento un poco mal por no haber defendido a mi hermano como hubiera debido hacerlo, pero ¿defenderlo de quién? ¿de quien debía protegerlo? Es absurdo..., y ya lo dije, yo tomo las cosas como vienen... Así que apreté ese culo y me concentré en cruzar aquel bracito de mar sin volcarme. De vez en cuando echaba un ojo a ver como iban los otros dos y ahí estaban siempre, hasta que llegamos...

Desembarcamos todo y escuchaba desconcertado como “mi papá” felicitaba a Lalo por su temple y bravura, mientras descansábamos dentro de una casa grande y cómoda propiedad de no sé quién, y a la que supongo se le construyó ese muelle.

Al lado de la casa había un ranchito con una familia muy esmirriadita que resultaron ser los que cuidaban la casa.

La casa tenía unos típicos muebles setenteros azules de playa y a mí me parecieron la fase previa al paraíso de la comodidad. Casi me duermo. No lo hice porque el hambre no me dejaba...

Yo acepté con dudas el elogio a Lalo porque el asunto me sonaba pasado de loco peligroso (es que ya no confiaba en las guerrillas) aunque por otra parte era totalmente cierto que Lalo había estado regio...

Y en esas cavilaciones desarticuladas me hallaba cuando llegó la otra falange con la comida: espagueti pegostoso con salsa de nada y una arepa chiclosa para cada uno.

No nos trajeron cubiertos ni nada de beber que yo recuerde... Igual nos fajamos, nunca vi antes a Lalo comer con tantas ganas, con las manos y a carrillo relleno...

Yo le di como pude también y la verdad es que desde entonces aprendí que es mejor así, como sea, pues siempre puede ser peor...

Se hablaba sobre algo en ese momento pero está perdido en algún sótano de la memoria.

Creo que no me interesaba el tema. Solo sé que se tardaron demasiado con la comida, que nos matearon feo y que había un disgusto raro en el ambiente pero yo no les paré bolas, comí, cargué lo que me tocó cargar a los carros, y me calé la ladilla sin pensar en nada.

De ahí solo recuerdo que llegamos a la casa de mi Mamá en Caracas muy tarde en la noche, que nos abrió en ropa de dormir con un reproche amargo en los ojos, mirando a “mi papá” de un modo mezcla de tristeza y rabia.

El discapacitado afectivo de “mi papá” le sonrió desmañada y cobardemente, la besó en la boca dos veces (mientras su amiguita “Maury” tal vez embarazada lo esperaba abajo en el carro) nos dejó ahí y salió casi que corriendo...

Noté entonces que veníamos todos escoñetadísimos, parecíamos náufragos... No recuerdo más nada, estaba demasiado cansado y hambriento...

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