jueves, 12 de abril de 2007

Gina & Peter.


Son presentados por un tipo flaco y bajito con cara de cegatón regañado que los lleva con expresión desconfiada hasta una oficina en la que casi se apilan los escritorios solitarios muy cerca uno del otro.

En el primero está sentada una mujer joven de cabellos cortos, ojos grandes y boca pequeña pero de labios carnosos que hacen un mohín de publicidad de lápiz labial a prueba de agua. Lleva una blusa manga larga de seda color salmón, un pantalón de lino crudo y mocasines negros de tacón medio. Ella teclea en una maquina sin hacer apenas ruido.

En el segundo escritorio hay una señora mayor que la mujer de la entrada, de cabellos igual de cortos pero canosos, de rasgos muy distintos, tiene la boca de labios rectos y los ojos son claros. No sonríe ninguna de las dos.

Los demás escritorios están vacíos y son como cien. Es una oficina muy grande, larga o profunda más bien que se pierde en un fondo medio curvo como pasa cuando se pone un espejo frente a otro.

Entran Gina y Peter con el personaje flaco desconfiado que mira a uno y a otro alternativamente rápido y nervioso como si esperara alguna clase de trampa de sustracción de prestidigitador.

Peter anda deslumbrado con Gina y ella ni cuenta se da, está muy ocupada haciendo una diligencia que le sume en la concentración más absoluta sumándosele el hecho de que el flaquirucho ese la tiene frita con tanta miradera.

Claro, es normal, el flaquito no debe estar acostumbrado a alternar con mujeres de ese calibre, o a lo mejor sí porque resulta sorprendente las parejas que algunas mujeres escogen para sus apetencias; de pronto una chica de película se hace acompañar por un espantajo raquítico y aburrido sin que nadie se pueda imaginar el por qué. Pero no es de esto de lo que quiero hablar...

El caso es que Peter lleva los ojos entornados para que no se le note que él está irremediablemente prendado de esta imagen tan puramente setentera.

Ella voltea a mirarle de vez en cuando porque resulta imposible estamparle una mirada tan pesada a alguien sin que la note. Voltea a mirarle distraídamente y siempre le sorprende a él mirándole alguna región de su maravillosa geografía. Ella le sorprende un montón de veces y empieza a divertirse pues la turbación de él es solo superada por su imposibilidad de retirar la mirada.

El ambiente se va destensando, ella se olvida de su diligencia y empieza a sonreír con disimulada coquetería haciendo como que llena una planilla de alguna cosa.

Él la mira y voltea para otro lado con el tiempo justo como para que ella no se moleste pero para que se dé cuenta de que es un asunto mucho más fuerte que él. Por supuesto que no lo hace de forma calculada, lo hace así porque está en corto circuito.

El flaquito está cada vez más nervioso y adopta cada vez más su proceder de funcionario público, se pone antipático, dice desatinos, se atraviesa, manotea, pero ella no le dedica ni una miserable pequeña porción de atención, se está divirtiendo con Peter, que así le dijeron que se llamaba (pero que por supuesto es un seudónimo) se divierte y hace muchísimo que no lo hacía, hay algo en la expresión de él que le dice que no está acostumbrado a que le pasen estas cosas. Digo, que una dama así de bella lo mire más de dos veces seguidas y que en la segunda mirada ya le dedique una sonrisa. Síntomas interesantes.

Decide él dar un paso hacia ella y hacer algo, cualquier cosa, así que se le acerca pero con pasitos de claqué, algo que no hacía desde que era pequeño y con eso divertía a sus tías para que le regalaran dinero para irse a gastarlo en las tiendas de discos.

La cosa surte efecto, ella prorrumpe en carcajadas y el flaquito sufre, le suda la frente y le tiembla el labio superior en un rictus desagradable, torvo, exagerado, sobre actuado..., ella chasquea la lengua después de reír, arroja el bolígrafo en dirección del flaquito y se adelanta con los mismos pasitos hacia Peter pero con movimientos mucho más armónicos, gira y abre los brazos.

Él corre en pasos cortos y brincaditos en dirección a ella y la abraza. Ella le besa sin ningún pudor, como dicta el manual del enamorado a primera vista.

Allí cambia de color la cosa porque el portazo que da el flaco saliente atrae a las dos escribanas de pelo corto quienes se escandalizan histriónicamente por la profundidad del beso que presencian y que se ve claramente que ninguna de las dos ha recibido uno así en el último par de años por lo menos... Arman un intento de protesta que rebota de ese beso invulnerable.

El beso va absorbiendo la escena que se hace macro y ya no se distingue qué es por el tamaño de los labios que tapan todo el set. El beso se estira como unas fiorituras mozartianas que suben y bajan incansables en un malabar de corcheas y semifusas de veinte minutos, y en lo que parece que ya está listo, que se acaba la cosa, vuelve a arrancar con el mismo floreo pero variando siempre el mismo tema...

Es un beso lubricado, sin aristas, con los dientes muy lejos, es un beso de labios y lenguas, de lenguas directoras de orquesta sinfónica, es un beso de besos. Sí, un beso que besa besos y esos besos se besan entre si haciendo beso sobre beso, un ballet rosado de besos. Lenguas entre labios, labios entre labios, lenguas en esgrima de alcoba.

Beso geométrico que se multiplica poniéndose chiquitico arriba y a la derecha de otro beso para que se vuelvan locas las computadoras que están en los escritorios de las escribanas escandalizadas, tratando de hacer ese cálculo desesperadamente.

Y de golpe se acaba el beso como el final de “She´s so heavy”.

Quedan dos miradas soldadas por el calor que genera el roce de dos bocas en el punto de fallar la lubricación. Y no falla porque no exista, es una cuestión de exageración de roces, y hay que entenderlo bien. Cuanto dura este beso las miradas permanecen represadas bajo unos párpados invulnerables que contienen todo ese roce imaginativo que al separarse las bocas saltan y se encuentran. El fogonazo es tan intenso que la temperatura llega a la fábula y ocurre la soldadura, es cuestión de mecánica de fluidos. Nada interesante además.

Ellos, de este modo unidos se disocian del entorno que se cierra, se mete en un sobre de esos que guardan en las gavetas para las repetidas comunicaciones internas y se marcha para el departamento de objetos perdidos, a ver qué hace el funcionario correspondiente con ese paquete.

Se tocan con las manos pues sus ojos no pueden, se tocan desde el cabello hasta los dedos de los pies, se convierten en dos pulpos perfectamente invertebrados pero de sangre caliente, dos organismos primitivos que de pronto descubren las sensaciones que el tacto les negaba por razones parecidas a la de no tener anteojos.

Un dique se cae aquí y otro se cae allá y las aguas arremolinadas y montoneras deciden mezclarse en una especie de barricada comunal donde todos a fuerza de estar contra todos terminan por estar en lo mismo, como pasa con los sueños donde el caos y el ocio hacen que lo imposible se vea imposibilitado y ocurra, algo así como la disculpa de un escabino... Como la inhibición de un juez que tenga que juzgar al sol por presentar diez minutos de atraso esta mañana...

Bueno, a lo mío que me pierdo.

Ellos se tocan, decía, y se tocan recién descubriendo cuerpos y pieles y texturas y temperaturas y humedades y palpitaciones, hasta que la temperatura hace imposible el uso de los dedos, hasta que llega a reblandecer la soldadura de los ojos y en un estirón logran llevarla siempre ligada hasta lo que recorren con las manos.

Sorpresa.

Hay un sin fin de colores todos lo mismo, que maravillan por la gama de matices. Una fotografía pasada por el “painter” en modo de acuarela minimalista. Pecas, piel, pelos, parecen paranormales..., suaves rosas trenzadas oscurantistas con espinas de juguete y un poco de dolor en el gusto.

Cómico.

Mi amigo tiembla como si viera la cara de la muerte, está llorando.

Ella lo toca y llora también.

Pero es que lloran de risa porque él se ha bajado los pantalones en medio de la escena y le ha pegado las nalgas al vidrio de la ventana. Afuera todo está muy frío y adentro todo muy caliente y supongo que por esta diferencia se le ha acalambrado un poco aquella región baja cuyo nombre no quiero decir ahora y el asunto propiamente dicho le hace unos movimientos espasmódicos como si estornudara. Ella lo toma cariñosa y protectora haciéndole un suave sana-sana colita de rana y es en ese momento que notan toda la imagen... Para qué hablar de ello.

Se divierte él con una sorpresa que le cala la hipófisis (no sé qué es esa vaina pero debe quedar bien adentro en medio de alguna parte) y ella se desternilla de risa con el aburrimiento y las diligencias tan lejos que resultan ahora del todo ajenas. Ambos se tocan entre risas, se despega él de la ventana (donde ya se formaban corrillos) haciendo un ruido de curita en los bigotes y deja una marca en el vidrio que parece una “qp” así como las puse ahí... Se separan de ahí y ella se dedica a sobarlo como dije (sana-sana, y todo eso) luego, súbitamente comienza un proceso extravagante, se suben en un mesón de esos de sala de conferencias que están puestos en forma de “c” invertida y en una punta dejan los zapatos que bailan juntos; luego las ropas que ensayan la danza de las marionetas sin hilos; después ambas cabelleras para que jueguen entre ellas; más allá se sacan la piel que al dejarlas sobre la mesa se derriten como chocolate caliente y se entremezclan; en el siguiente paso abandonan carnes y vísceras que se hacen sashimi. Al perder soporte los huesos van cayendo como un juego de armar cuya caja tal vez habría sido atrapada por dos cachorros de doberman.

Quedan dos pares de ojos con alma que ensayan un vuelo de luciérnagas a reacción piloteadas por cursor de computadoras.

Vuelan tan rápido haciendo giros que harían las delicias de algún estudioso de asuntos inexplicables.

Viajan en ese aire fino casi inexistente que solo se encuentra en las altas cumbres o dentro de los sueños eróticos iluminados por el Hermano Sol y la Hermana Luna.

Se entrecruzan y se entrecruzan cada vez más velozmente hasta que se empiezan a reconfigurar las corporeidades pero en tonalidades de ámbar y azul retinto..., y ya sabemos qué ocurre cuando aparece ese color. Cambia la temperatura a una gama que no puede ser medida, cambia la textura a ese inexplicable fenómeno de alta tensión que no fríe, la piel que aparece es justamente esa de lengua de neopreno cálido que asemeja la de una mantaraya extraterrestre, y ambos bailan algún ritmo entre claqué y lambada por separado y sin embargo inequívocamente juntos...

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