martes, 3 de abril de 2007

Una vida muy prestadamente convencida

Ahora quiero exponer aquí lo que desde hace días trato de decir acerca de mi rara vida con visos serios de encontrado muy prestadamente.

Si, y es que hace tiempo ya que me ha dado por pensar que si no fuera por mi habilidad mimética ya hace tiempo que hubiera logrado vivir mi vida como supongo que seria si fuera mía y no prestadamente encontrada.

No me he vuelto loco, por lo menos no más de lo habitual. Insisto en esto y daré unos cuantos ejemplos claros de lo que estoy tratando de echar para afuera: cuando yo nací, dicen los que lo recuerdan, y que yo puedo corroborar pues he visto fotos que nadie me saldrá a decir que son montadas y/o preparadas por una mente capaz de tamaños desafueros solo para convertirme en un camaleón a tan tempranas edades, sin estrabismo y sin escamas, pero que finalmente si desarrolló ciertas habilidades lingüísticas que si bien no uso para comer moscas, si uso para cosas muy..., lingüísticas, pues...

Pero volviendo a lo de la tierna infancia. Decía que a mí más tierna infancia ya mi papá había desarrollado un gusto por mi clara definición hacia la mecánica, y lo de las fotos quiere decir que las he visto, mías, en pañales metido de cabeza echándole llave a un motor de un Renault ocho que tenia mi papa por esos días.

De ahí salió que yo tenia habilidades para la mecánica. Y me ha costado un mundo llevarlas a algo, porque siempre creí que era así y que si mi hermano no las tenía, y yo si, eso debía querer decir algo ¿no? Tal vez a él le dijeron lo mismo pero al revés porque a él le dijeron que no, que él se era inteligente, inquisitivo, que se enfermaba y era flaquito y frágil. Pero yo no, y era fuerte y un mecánico en pañales...

Bueno, la cosa fue así. Yo moneaba matas, no muy bien porque era gordito y temía a las alturas, además que las matas no tenían carburadores ni yo usaba ya pañales. Pero yo moneaba matas y mi hermano no, él leía libros. Yo leía suplementos, manuales, y veía escondido unas revistas que tenían mis tíos con mujeres desnudas. Pero las mujeres desnudas no sé si debían gustarme o no, porque nadie a esas alturas de mi vida prestadamente en profundo proceso de convicción, nunca me dijo que a mí me gustaban las mujeres desnudas, ni nunca me les metí en el motor con una llave ajustable y mis pañales. Y si lo hice, nadie tuvo a bien hacerme unas fotos en esas lides. Creo...

Y bueno, sigo adelante.

Decía que moneaba matas (no muy arriba) y leía suplementos y veía las mujeres desnudas sin carburadores como las matas que yo trepaba bajito, que vaina, hasta que después, mucho después de que me dijeran que a mí no me gustaban las matemáticas pero si la mecánica, que no me gustaba leer libros pero sí manuales, que me gustaba dibujar pero no colorear, que me gustaba comer pero no lavar platos, que me gustaba la vecina que era ocho años mayor que yo y no la otra que era de mi edad, que me gustaba el fútbol pero no el béisbol, que me gustaba la playa más que la montaña, después de todo eso me salen con que a mí lo que me gustan son los aviones.

Y no, no me gustan más que como objetos imposibles que andan por ahí flotando como si tal cosa y sin que yo, con o sin pañales, me les pueda meter de cabeza con mi llave ajustable en el motor de cuatro cilindros y cinco apoyos en bancada, que así era el motor del Renault...

Bueno, pero para mi gran suerte, un día de esos en los que me habían dicho que yo quería ir a montar bicicleta al terreno que estaba frente al aeropuerto (y que yo invertía después de que mi papa se cansaba de corretearme pegado a la condenada bicicleta, que afortunadamente casi me tenían convencido de que me gustaba, en lanzar y perseguir un enorme boomerang que nadie me dijo si me gustaba o no pero que a mi me entretenía cantidad) había un carajito como tres años mayor que yo con una bellísima Benelli 90 color vino tinto, de dos tiempos, de enduro, muy convencido saltando una zanjita de escasos 50cm de ancho, pero con un donaire indudablemente prestado de Evil Cannival.

Yo me quede embelesado viendo aquello y mi papá me convenció sin ninguna dificultad de que a mí me gustaban las motos. A mi hermanito no tanto porque a él eso le parecerían actividades demasiado poco intelectuales, eso eran cosas de su hermano mecánico de pañales que leía manuales. Yo volaba aviones de aeromodelo que estrellaba rápido pues me mareaban, pero que estaba casi convencido de disfrutar a niveles de bicicleta. Era un convencido de mi rudeza y así la fui adquiriendo.

Luego llegó la moto cuando yo ya estaba completamente ganado a la causa con inconmensurable convicción. Me hice uno con esos aparatos. Mi llave ajustable, mis pañales, mis manuales, mis suplementos, mis cinco apoyos en bancada y más que todo mi carburador...

Me convencieron de que podía saltar más de 50cm de zanjas y así fui haciéndome muy hábil mecánicamente ya convencido de que pañales o no pañales yo soy un tipo de los que no leen libros... Pero después empezó otra etapa de convencimiento muy prestadamente desagradable que fue la época de los grandes cataclismos conviccionales en la que fui profundamente convencido de que yo a quien me parecía era a mi papá.

También a ciertos malandros, a ciertos desobedientes sátrapas iconoclastas amorales ignorantes necios sabihondos muy malos mecánicos por ladrones básicamente. Y he ahí que la vaina me gustó.

Sí, la verdad es que la jodita de los pañales ya empezaba a parecerme incorrecta, y es que también, y hay que decirlo, el liceo es una mierda en esto. Mis compañeros me convencieron de que yo prefería las muchachas de carne y hueso que a las de las fotos de las revistas que ya no eran de mis tíos, no de los míos ya, por lo menos.

De esa época recuerdo claramente que empecé a meditar en serio qué tanto se le podía ceñir la cintura a Adriana Jaimes con mi llave ajustable, y que tan serio sería jurar por las piernas de Rebeca Carmona...

En esa época recuerdo que hubo una gran no me acuerdo, ¡ah! Sí, una conspiración tipo CIA..., que en esa época era la gran conspiradora del momento, y que ahora ya casi se le recuerda con ternura, como aquellas largas improvisaciones de Lavoe con una moña interminable que decía ¡mentira! ¡Mentira! ¡Tararararaaa-rara! ¡Mentira! Pero que por aquellos tiempos los que leían libros detestaban.

Yo no, yo me escapaba para Uria los fines de semana a montar moto, a tratar de ver alguna teta en directo, y más que todo a leer manuales y suplementos, y a convencerme de que yo era un malandro muy malo desobediente que me parecía mucho a mi papá (que me había casi convencido de que él era guerrillero) y yo trataba de convencerme de que los guerrilleros tenían cinco apoyos en bancada y usaban carburador...

Es decir, que algo podía yo hacer con ellos si es que alguien me convencía de que yo me parecía hasta en lo de las guerrillas... Pero nadie lo hizo.

No sé por qué, creo que no les hubiera costado hacerlo. ¡Buéh! Sea lo que sea que pasó, no pasó...

Y así fue pasando mi vida muy prestadamente convencido hasta que de puro convencido fui a parar también prestadamente a la casa de mi papá todo convencidito de que me gustaba ser como era que creía que era.

Allí conocí de entrada a una chica que me convenció completa e indeleblemente que a mí me gustan las chicas de carne y no de foto, que las de fotos no son como las de carne y viceversa... No me extiendo en eso porque ella no le podría, ni que quisiera, echarles su versión, y es que se murió. Si, se murió. La lloré con el alma convencida..., alguien me debe haber convencido de que debía llorar. No sé. Pero ese no es el cuento 1 que nos ocupa. Perdón, el cuento 2, que el 1 es de otra cosa completamente inventada, y con otras convicciones muy prestadas que este no tiene. Lo de este es que en lo que llegue allá me convencieron por un lado de que yo no tenía y tenía todo que ver con ese sitio y ese momento.

Se me convenció muy hábilmente que a mí me iba el asunto del agua, digo de los aparatos que van en ella, sea por arriba o por debajo pero por arriba preferiblemente porque alguien me convenció, desde que usaba pañales y llaves ajustables, que lo de la sinusitis es mejor llevarlo con dignidad sin entrar en profundidades.

El caso es que me puse a hacer barquitos, a remar canoas, a tripular veleros y a soñar con que un día seria un arquitecto naval, mi papá me había convencido de que si no me dejaba raspar nueve materias en los finales, hablaría con su tío Pepe (que ya murió también y nunca se enteró de nada esto el pobre) que vivía en Boston Mass. para enviarme a su casa a estudiar arquitectura naval.

Coño, lo dije mal porque aunque mi tío Pepe era un arquitectazo, no lo era navalmente.

Lo que quise decir es que me enviaría a su casa para que desde ahí me quedara más cerca la universidad de Boston Mass. Donde no sé de dónde mi papá sacó que daban arquitectura naval. Resultaba de anteojitos que desde allá me quedaba menos retirada la universidad que desde mi casa en Bellavista Zu...

Este es el argumento más fuerte que tengo como apoyo a lo que digo sobre mi capacidad infinita para ser convencido prestadamente.

Mi papá era un guerrillero revolucionario antiimperialista yanqui (otra vez dije la vaina mal, él no era un antiimperialista yanqui, era un antiimperialista venezolano que no le gustaba el imperialismo yanqui, pero sí era convencidamente muy revolucionario) profesor de un colegio universitario donde los grupos de izquierda pesaban casi tanto como los copeyanos pues se habían aliado estratégicamente con los adecos para ganar las elecciones del centro estudiantil ¿qué coño me iba a estar mandando a estudiar algo tan imperialista como arquitectura naval a la tan imperialista ciudad de Boston Mass.? ¿y en casa de su tio mas imperialista? Esas fue una de mis convicciones más prestadas.

Y por supuesto mi arrechera fue enorme cuando llegó el boletín con solo dos materias para reparaciones.

Es que aquí pasó algo que viene en mi contra y completamente a mi favor, es que por una vez le falló a mi papá su argumentación conviccional prestativa, sí, le falló pal carajo (perdonen que me ponga vehemente, es que soy así cuando me encuentro en pleno ataque de convicción).

Fue en la ocasión de casi pillarme descuidado otra vez conque como no se podía lo de Boston Mass., me tocaba Mamo... No piensen mal, coño, es que en Mamo esta la academia naval, la de los oficiales marineritos de blanco y hebillas broncíneas...

Uy! Ahí si que se peló mi viejo... Yo sabía perfectamente que él no había ido a la guerra de guerrillas en la mar, ni a las lacustres y si me pongo muy detallista puede que ni a las fluviales les pasó cerca, es decir, que a él no le había dado por irse a la montaña marina a darle argumentaciones convincentes a la naval, no, lo de él había sido casi exclusivamente contra la guardia nacional y esos iban de verde, que es demasiado distinto al blanco de los marineros navales esos de Mamo (y si, ríanse más, que la vaina queda en Mamo abajo, y no es chiste, pero aparece también sobre el mapa de cartografía nacional, Mamo arriba, separados entre sí algo menos de tres kilómetros, y situados más o menos en 67,065ºW y 10,59ºN) pero a mí nadie me convence por muy prestado que yo sea, que militar no es militar aunque se vista de fucsia.

Y yo, a pesar de mis desavenencias naturales producto más que todo de la brecha generacional, pues yo era de lejos U30 y mi papa hacia mucho que ya no, yo nunca estudiaría para enemigo de mi papá...

Fue ahí que me arreché, y como ya estaba sobradamente convencido de que yo era un tipo rebelde desobediente e iconoclasta, me hice raspar dos materias: mi convencidamente odiada matemática, y una advenediza cosa que daba una vieja con voz de rueca, llamada biología...

Matemáticas y biología para septiembre, y fue a mi papá a quien le toco convencerse de que yo nunca estudiaría para su enemigo. Se pasaba de prestado eso... aquí empecé a generar algunos productos ya de una muy mala álgebra de convicciones prestadas.


Empecé a generar una, digamos, tendencia. Si, está bien, orientada muy hacia lo prestado, pero prestadamente mía de sobra. Cosas como que no había poder en el universo que me convenciera de que me tragara el café con leche con menos de siete cucharaditas de azúcar, cosas como que no había modo de que yo me cortara el pelo con una frecuencia diferente a los diez meses, cosas como que prefería mil veces a Traffic que a Queen y mil veces más a estos que al Abba aquel tan mariconsón, o sea que también estaba sumamente convencido de que unas tetas hippies eran lo mío, y si venían acompañadas de unas sandalias y ropa medio hindú, no importaba en realidad que fuera de Cúcuta, pero no había quien me convenciera de que tenía que ser de moda (y esto es lo que más me ha gustado de Octavia de Cádiz, que siempre la esperé pues sabia que existía. Y es muy raro, ya que no lo tome prestado a sabiendas, ni nadie me dijo que debía convencerme. Pero ya se sabe que para mí la aritmética produce unos resultados de lo más prestadamente convencidos que hay) pero no contaba con dos primos bonitos que además quiero con convicción irrebatible.

No contaba conque tetas, hippies o no, preferían a los primos bonitos y yo me convencí de ello tras haber pasado las de Caín tratando de encontrar unas tetas que les gustaran los iconoclastas desobedientes muy convenciblemente malandrosos.

No, me deje convencer otra vez porque tenía que ser convencido y he ahí que me compre mis Nike y mis franelas Hang Ten, que junto a mis bluyines de tubito hicieron un remedo de primo bonito que alguna teta convenció con dudosa aritmética y mucha prestidigitación.




Así pues que logré convencerme muy primo bonito más feo pero bonito, y principalmente muy convencido. Luego, y antes de que calara muy honda mi anterior convicción, alguien por ahí dejó caer cerca de mí una máxima indeleble contando el comportamiento de otro primo tan bonito y tan feo que lo que tenia de feo por fuera lo tenia de bonito también por fuera por la manera como trataba a su hermana, que también tenia las tetas hippies pero de la que no hablaré nada pues jamás podrá echar su versión de los hechos, pues desgraciadamente, también murió.

Y no es que se hubiera hecho ningún hecho mas allá del hecho de que nunca la pude convencer de que yo también era un primo bonito, pues siempre prefirió los primos bonitos que no eran convencibles (creo) nunca le pude preguntar porque no encontré quien me convenciera de hacerlo.

Y no lo tomen a mal, no la lloré demasiado. Me pareció que no la convencería nada. No quise echarle esa vaina. Fue en cierto modo mi homenaje convencido y nada prestado, para ella...

Pero yo hablaba de la máxima indeleble que me convenció de que para ser bonito no siendo bonito, aunque sí primo, era serlo por fuera a modo de mi otro primo bonito que lo era porque trataba bonito a su hermana de las (con todo el respeto) tetas hippies...

Y fue, fíjense que curioso, precisamente ese comentario en máxima indeleble lo que me hizo escuchar muy convencido otro par de bellezas de primo bonito que yo no tenía pues me habían convencido de que yo solo leía manuales y suplementos, y las revistas que ya no eran de mis tíos sino de mis primos bonitos...

Ese otro comentario suelto al desgaire hablaba sobre las citas. No las citas a ciegas, sino más bien las citas videntes, aquellas sobre todo muy vistas y entendidas, dichas y escritas y documentadas, principalmente de autores poco conocidos que fueran muy famosos por no serlo, y he ahí un descubrimiento que me convenció del todo.

Yo era un necio sabiondo que había leído tal vez demasiados suplementos, pues era mi hermano el que sí leía, el que había leído los libros que se tenían por tales...

Entonces toda esa paja de Federico, Gustavo, Ernesto, Francisco, Fedor, Dante, Boccacio, Arturo, Edgar, Enrique..., y todos los demás resultaron siendo suplementos y manuales de lo más sorpresivamente convencedores del mundo.

No sé, pero fue ver la luz de golpe y enceguecí por un tiempo. Me costo mucho aplicar mi aritmética y entonces pelé por el step by step. Me dije que si conseguía quien me convenciera de que yo era también un primo bonito por fuera y por fuera, habría comenzado a transitar la verdadera senda de mi correcta existencia ya sin tanto préstamo.

De este modo empecé a buscar quien me convenciera. Desafortunadamente me precedía mi muy convincente convicción de malandro iconoclastamente desobediente y peludo.

Mi primer paso en consecuencia fue cortarme el pelo y convencerme de que era trabajador como el que más.

Y sí, trabajaba mucho, sobre todo si no llovía, y si no habían tetas hippies a la vista.

Seguía convencido un poco secretamente ( o pospuestamente más bien) de mis carburadores y logré dos motos que tenían dos carburadores cada una, pero que no sumaban entre los dos cinco apoyos en bancada sino seis.

Afortunadamente este chasco contradictorio no lo vio nunca nadie y eso me ayudo a convencerme de que iba bien. Tanto que conseguí mi primer par de tetas hippies de las que si puedo hablar porque hasta donde sé no solo no se ha muerto sino que de un divorcio no ha pasado.

Esto es muy simpático, porque nada mas lograrlo, mis flamantes tetas hippies se me volvieron flagrantemente al pro mantuanaje, finas y de abolengo, me jode mucho que hasta depiladas..., de izquierda oligarca y eso fue mucho para mí, pues irremisiblemente me recordaban a mi abuela socialista que le huyo a Franco y que estaba orgullosísima de descender de los condes de no sé cuánto...

Condes socialistas... No me convencieron...

Y estuve a punto de dejarme convencer pues había que ver cuanta luz de convicción había en aquellos ojos, y en los de mi tía bonita de la que también puedo hablar pero solo si no me sapean, es que si se entera es capaz de desollarme sin anestesiarme siquiera...

Traté muy bonito a mis tetas hippies, ellas eran muy letradas y yo, para no cansarlas con mis letras suplementarias le entré con los manuales primero, y después me fui dejando convencer de que no todo había sido suplementario y que nunca es tarde cuando se es muy sabihondo y cada vez más necio...

Tuve otros impasses indelebles en los que estas veces estaban metidos mis convincentes carburadores, y desde ahí me deje convencer de que ya no era desobediente ni malandro ni muchísimamente menos iconoclasta.

Se decía que yo era de una casi convincente madera de escritor por lo mucho que escribía, que se me daba la poesía críptica y la cocina mediterramente surrealista.

Me convencí de ello pero sin mucha convicción, pero me animé a dar un paso más con mis pañales mi llave ajustable y mis manuales, ¡ah! Mis manuales. En esos días me volví una verdadera autoridad de los manuales, los armaba, los desarmaba, los traducía codificaba y los adaptaba. Hice unos muy tropicalizados que aun deben existir incluso en alguna gaveta centroamericana. Unas bellezas de manuales. Me llamaban de Italia, y de Managua, de Cúa, y de Barquisimeto para consultarme sobre la veracidad de unos códigos y yo muy suficientemente convencido los verificaba y hasta autentificaba. Era el crack de los manuales...

Pero alguien me convenció de que no, de que yo no era nada de eso, y fueron ¡que vaina! Unas tetitas a medio camino entre hippies y Tuyeras, con un toque europeo al que nunca he podido evitar el dejarlas intentar convencerme de alguna cosa.

Pero esa convicción no me llevo a mucho, solo a convencerme de que yo lo que en realidad resultaba era un profundo conocedor de la literatura inútil o más bien estéril, y de la fotografía de ojos pegados a rostros variados, y sobre todo muy talentoso para la música.

Entonces deje las corbatas y los manuales yéndome tras los ojos (lo que supuso una elevación de mis destinos) y amaneciendo borracho tras múltiples convicciones que yo hallaba muy musicales. Quedé convencido, yo soy músico...

Peor para mí, porque me desengañé con largueza al ser contratado en una constructora tras mis sonados éxitos con mis códigos y manuales. Esto me abrió los ojos a la real convicción de mi vida prestadamente convencida, pues fue construyendo que me di cuenta de que yo era constructor por convicción... Un vacilón completo... Ni primo bonito, ni tetas hippies, ni narices..., constructor convencido desde mí sobradamente prestada alma convencida... Y mañana sigo, que tengo muchas ganas de seguir leyendo un manual de Bryce Echenique al que le he contado no pocos carburadores y un zaperoco de apoyos en bancada...

Bueno, ya es mañana y hoy al mismo tiempo, y no hay quien me convenza de lo contrario...

Y así les contaba de lo convencido que me fui poniendo a medida de que me iba convenciendo más mientras más construía, mas no conté que a ello llegué por la mano de un tío al que nunca le descubrí ninguna revista con fotos, aunque sé que las tetas que le gustaban no tenían por que ser hippies ni nada, bastaba conque..., no, no me voy a poner a contar vainas que solo sé de oídas. Y menos aun de la mano que me llevó de la ídem a convencerme de un modo tan prestadamente constructivo, de que yo lo que era, era un convincente constructor. Y de esa forma llegué a construir pequeños artilugios neumáticos sin carburadores pero con muchos apoyos en unas bancadas, esta vez de tubos. Unos verdaderos tubotes, porque se trataba del gasoducto nacional, que en realidad resultan ser cuatro tubos que a veces van juntos y a veces se separan muy convencidos ellos. No hay duda. Y esto es lo que en realidad lo explica todo... O sea, lo gaseoso de la nacionalidad y este concepto lo tengo muy prestado, es decir, que ahora no lo cargo encima, pero prometo convincentemente que nada más lo recupere también les hablo de eso...

Yo mejor a lo mío, a lo de mi vida tan prestadamente convencida que se volvió encima constructiva. Sí, construí hasta casitas de perros, en dos escalas, para perros simpáticos que mueven la colita apenas uno les silba, y también para perros de dos patas muy poco convincentes pero que al final pagaban las cuentas y esas cosas como pañales, míos y de mi bebecita de entonces que usaba pañales que no hacían mecánica.

Ella, que también me convenció de algunas cosas sobre mí, es la más constructivamente convincente de mis prestadas creaciones tal vez culposas, y de muy poca convicción biológica, pero no me quiero saltar nada en esta ruta, que después les cuento el chiste al revés y así no me divierte a mí...

Pero ella tendrá también su turno de echar su versión, porque yo no me atrevo a hablar de aquello de lo que la he podido convencer con mis préstamos... Así que sigo...

Digo que vine tomando prestado desde llaves ajustables, pañales, bicicletas, motos, gustos, tetas, letras, y hasta bancadas, para llegar aquí no sabiendo muy bien si está bien eso o no lo está... O sea, que no estoy muy convencido. Pero tengo mis méritos también, no vayan a creerse nada raro, sí, mérito algebraico básicamente. Y eso que he estado siempre muy convencido de que odio las matemáticas, sobre todo si es para ir a estudiar de enemigo de mi papá ¿no? Pero ya esto es historia prestada y creo que ya no pediré ese libro de vuelta, que se lo quede el que lo tenga, si es que está convencido de eso...

¡Cuanto me cuesta mantenerme en la vía! Por esto es que soy uno con las motos, o por lo menos así me gusta decirlo (si le sigo consiguiendo resquicios a mis convicciones por muy prestadas que sean, terminaré cayendo en un tenebroso nihilismo que ni a mí me convence) entonces digo que si así me gusta decirlo es porque así lo siento y así es... ¡Chao, nojoda!

Y sigo..., tomé prestado un montón de cosas que nunca devolví y ese es el peligro de prestarme cosas. Recuerden que me convencieron de ser mecánico malo principalmente por iconoclasta y ladrón, aunque sea de bancadas y conceptos. Es como echarle agua a un espejo y después no gustarle la cara que refleja... Pero eso también está en préstamo, aunque sí sé quién lo tiene, y no se lo pido porque yo tengo de ella algo mejor. Ya se sabe “quid pro quo” que le llaman... Y sigo con el zamureo (palabrita tomada en préstamo por algebraica y convincente, constructiva y azarosa..., de quién la tomé tomo lo que sea con los ojos cerrados y a sorbos engullidores, en el piso que sea)...

Y esto es algo que también me preocupa por prestado sobre todo... Lo del piso. Sí. Levitación amatoria lingüística... Concepto harto hablado, problemas de las lenguas, de las letras no, aunque sí de los constructores y se jodieron los que venden ascensores. Yo nunca hice una casa que necesitara ascensores porque jamás pasé del cuarto piso. Y yo sin saber que el verdadero meollo se encontraba en el tercero... No creo que me atreva nunca a volver a un tercer piso aunque duerma todas las noches que duermo, en uno de ellos. La vaina, buena en este caso, es que este tercer piso no pasa de una inundación en plena sequía...

No me he vuelto loco, lo que pasa es que aunque yo sí me entiendo, no les he dicho de qué hablo. Es el problema básico de la lengua, de la lingüística que sube escaleras... Pero sí se los dije, y clarito... Lo que pasa es que no dije por qué me preocupa. Y aquí es dónde se me mezcla con lo prestado pues estaba yo muy convencido de un concepto indeleble sobre las satisfacciones prestadas de esas que a veces se devuelven pero que muchas veces no, y que ahí era dónde estaba el detalle (perdóname Mario Moreno) y la pendejada aquella de que la casa se hace de abajo hacia arriba siendo que la casa siempre se hace de la cabeza hacia abajo, si no, no hay casa, ni concepto, ni nada que prestar ni tomar prestado...

Yo, personalmente, sostengo que hasta sin la geometría se pueden hacer cuadrados, pero sin prestarse y tomarse prestado, no hay vida... Ya me perdí ¡que buena broma conmigo! Y eso que me prestaron dos brújulas..., y me pasa como al que tiene dos relojes y nunca sabe dónde carrizo le queda el norte...

Pero constructivísimo sí que soy, aunque siempre sobre un concepto prestado que luego someto al álgebra conviccional para poderlo usar, como si fuera un Renault ocho al que le faltara un apoyo en la bancada y medio carburador...

Y es así que voy llegando al objetivo de toda esta prestadera y cero devolvedera, porque ahí es dónde está el detalle (ya te pedí perdón, Mario, no abuses) sí, en coger prestado aquello que no está en préstamo, sin avisar, con plena mecánica iconoclasta, y después de usarlo pretender devolverlo como quedó después de añadirle el apoyo que le faltaba junto con el pedazo de carburador más o menos parapeteado, muy convencido de que eso es así, y que no pase nada...



Yo tengo una vida hecha sobre préstamos a medio devolver, totalmente reconstruidos, en pañales, con su llave ajustable, con revistas que ya no son de ningún tío porque ni yo lo soy aun, todo entre prestado y robado constructivamente.
Una vida manual y lingüística que se sube al tercer piso lingüístico a ver explotar lo que no explota sino es manualmente con lenguas conjuntas, una vida prestadamente convincente (no me estoy quejando) que me lleva a convencerme de que debo por lo menos comentarlo aquí, pues hasta mis tetas hippies están de vuelta y este es un préstamo que no devuelvo fácilmente, no..., con sandalias y ropita medio hindú que no es de Cúcuta..., unas familias que son extrañas y propias igual que mi oficio tan convincente pero que es prestado, como mis lenguas, como mis manuales, como mis citas, como mis familias, que son prestadas, unas extrañas y otras propias, que no son ni propias ni ajenas, porque yo estoy en pañales aun echándole llave al Renault ocho...

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola Luis-tadeo

me encanta lo que escribes, siempre me ha gustado.Me gusta que tengas este espacio abierto para que vuelques todas las loqueras que se te ocurren. Aunque te leo siempre en directo, me gusta leerte en el cyber espacio, me recuerda otros tiempos.

unas tetas hippies